Adiós, Gabo*

“–La voluntad de Dios es inescrutable  –dijo el padre.”

Al igual que el sacerdote de aquél primer cuento que le publicaría cierta revista en México –lo digo sin mucha convicción, en parte por la quizá no sorpresiva pero sí dolorosa noticia de su muerte–, por el calor de esta tarde en que Gabo, como se le suele decir con cariño, ha tenido que abandonar este mundo para emprender un largo viaje de quizá cien años en soledad hacia un Macondo mejor; este jueves diecisiete de abril del año dos mil catorce, uno de los más grandes exponentes del Realismo Mágico ha tenido que fallecer a la edad de ochenta y siete años para dejarle el paso a las nuevas generaciones que se han cultivado con sus innumerables líneas y relatos, tanto fantásticos como periodísticos, escritos con singular maestría; esas nuevas generaciones de lectores y escritores que sé, como yo, lamentan esta gran partida que se suma a las de otros escritores de su talla como lo fue el también recién fallecido José Emilio Pacheco y, anteriormente, la de Carlos Fuentes. El nombre de tan lamentado personaje: Gabriel García Márquez.

 Me he tomado el atrevimiento de escribir unas muy indignas líneas de homenaje en honor al que sin duda fue mi escritor favorito durante muchísimos años como parte de alguna de esas nuevas generaciones que creció leyéndolo con la esperanza de algún día pueda escribir historias tan geniales como Cien años de soledad o tener la oportunidad de escribir relatos tan envolventes como Noticia de un secuestro o incluso como Relato de un náufrago, relato corto, pero sin duda tan bueno que inevitablemente lo terminas en veinte minutos.

Sé que no seré el único que escriba algunas líneas a causa de la muerte del Gabo, sé con más certeza que las mías no serán las mejores y que tendrán un mínimo impacto, sin embargo, me ha surgido la necesidad inmediata de escribir algo, aunque sea malo, para preservar la memoria del viejo Coronel Aureliano, al que bien le vendría el mote de “el héroe de las cuarenta derrotas” como alguna vez se le llamó a cierto personaje de la historia de México. Pues, el mismo Gabo terminó por transformarse –en su quizá– más reconocido personaje, con todo y sus poderes: fue capaz de mover varios objetos con la mente a través de todos los libros que han sido leídos de forma incontable por igual número de personas, nos cautivó al grado de mover hasta la más pequeña de nuestras entrañas mientras nos mantenía secuestrados en las calles de Colombia, movió nuestros instintos mientras nos mantuvo alejados de todo, en un naufragio que parecía interminable, y movió con su mente nuestros sentidos mientras nos mantenía forjando pescaditos de oro en el pueblo de Macondo.

También le predijo a más de uno –me admito uno de ellos­–  un amor que parecía inalcanzable, imposible, pero por el que valía la pena esperar toda una vida por lograr alcanzarlo; aunque en mi caso no fue toda una vida la que esperé, sí que fui uno de los que se sintió totalmente identificado con el señor Florentino Ariza.

Al escribir esto apenas unas horas después de que se dio a conocer la noticia de su muerte se me viene a la mente un relato del que alguna vez fue su amigo, Mario Vargas Llosa, quien dice que al morir otro gran escritor, le llamaron por teléfono para pedirle que rápidamente escribiera unas líneas dedicas a él; las líneas que Mario le escribió a la memoria de Julio Cortázar fueron sublimes, ojalá las mías fueran la mitad de dignas de Gabriel.

Mario y Gabo fueron muy grandes amigos, como lo somos mi amiga Kiabeth (quien sé que le duele tanto o quizá más que a mí esta gran pérdida) y yo. Por una razón que admito no sé con certeza cuál fue (pues se han escrito infinidad de letras llenas de chismes y contradicciones como suele hacer siempre la prensa en estos casos), en el año mil novecientos setenta y seis, su amistad se vio complicada y se perdió para siempre.

Unas semanas atrás –el dos de abril exactamente–, en una entrevista, Mario había confesado que siempre relee a Gabo e incluso contó de forma graciosa que algunas veces lo han confundido con él. Sin embargo, había dicho que no estaba en sus planes reconciliarse con Márquez y que eso era uno de los temas de los que no hablaba. Cuando leí dicha nota me llené de tristeza; platicando con Kiabeth, la amiga por excelencia para charlar de esos temas, le confesé que tenía miedo de que Gabo fuera a morir pronto y sin que Mario o él dejaran de lado su orgullo y se reconciliaran, por bien suyo y por gozo de la literatura Latinoamericana; pero también le dije que, de no ser así, tenía miedo de que al morir Gabo, saliera Vargas diciendo que le dolía la muerte y, peor aún, le dolía no haberse reconciliado con él cuando pudo haberlo hecho. Ahora estoy esperando solamente las declaraciones que vayan a dar él y otros personajes.

Me atrevo a escribirle unas líneas de homenaje y despedida a Gabriel a sabiendas de que no son dignas, pues creo que es lo menos que puedo hacer por aquél viejo que me transportó a otros mundos haciéndome olvidar del propio; aquél viejo por quien me animé a entrar en ese complicado ring de boxeo de los escritores (donde alguna que otra vez uno acaba noqueado por el mejor de tus amigos) y tengo el coraje de hacerlo aún a sabiendas de que él no supo nunca quién fue Gilberto ni lo mucho que sus letras marcaron un rumbo en la vida de ese tal Gilberto.

Hoy, la literatura hispanoamericana perdió a uno de los grandes; lo más curioso es que, al igual que Úrsula Iguarán, murió un jueves santo.

Amaneció muerta un jueves santo. La última vez que la habían ayudado

a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera

la había calculado entre los ciento quince y los cientoveintidós años.

Con esta muerte, el Boom latinoamericano recae en lo ya mencionado por Vargas Llosa y, creo al menos, entra en un severo estado de crisis; los escritores de estas tallas ya no abundan, o ya no los hay o ya no se les conceden las mismas oportunidades. Es el momento en que toda Latinoamérica despierte de ese sueño literario de extrañar a estos grandes, que poco a poco se van acabando, para darse cuenta de que se necesitan nuevas grandes voces, se necesita un nuevo TNT que detone un nuevo boom y que el nombre de América Latina vuelva a surgir como el monstruo literario que fue en el siglo XX. Creo que el dedicarse al arduo labor de escribir es la mejor forma (junto con, claro, leerlos) de homenajearlos, recordarlos y hacer preservar su memoria; que su legado sean cientos de enseñanzas que culminen en nuevos grandes escritos y escritores.

 En el año de mil novecientos setenta y siete, dijo para cierta revista, que él escribía: “…para que quieran más. Creo que es una de las aspiraciones fundamentales del escritor.” Sin duda tenía, como todos los escritores, ese gusanito del orgullo que se alimenta de los aplausos y halagos de la gente, que comienzan siempre por los más allegados: familiares, amigos y conocidos, que, tú no sabes si te alaban por mero compromiso, miedo a herirte o porque de verdad seas bueno. Pero este comentario va más allá de eso, cuando dice que escribe para que quieran más, es también desear que su obra sea tan buena que trascienda a través del tiempo y, tras él, surjan escritores que quieran seguir sus pasos y mantengan viva la llama de las letras, ya no por orgullo, sino por simple deseo y aspiración fundamental de un escritor: contribuir desinteresadamente a mejorar ese mundo de la literatura. Y Gabo lo logró. Ha logrado mejorar el mundo de la literatura, pero también logró cumplir esa aspiración fundamental que como escritor tenía: que nosotros, sus lectores, quisiéramos más, más de él y más personajes como él. Esa segunda parte ya le corresponde a nuestras generaciones llevarla a cabo.

Tuve que salir a la calle a buscar inspiración para terminar este humilde homenaje. Nada más salir comenzó a llover llenando todo de melancolía, como si el cielo mismo llorara la partida de un grande. He de admitir que por vez primera soy totalmente sincero al decir que no me molesta mojarme, que siento caer en mí cada gota que dice adiós.

No sé qué esperaba ver al salir al exterior, pero me impresionó mucho la cotidianeidad del mundo, que todo siguiera su curso normal como si nada hubiera pasado, como si no supieran o no fueran conscientes de que un enorme pedazo de atmósfera desapareció; una atmósfera literaria.

Y efectivamente todo ha de seguir normal.

Y sin embargo todo sigue normal pues aunque ya no está, se queda con nosotros lo mejor de él, sus grandes obras que ya lo han inmortalizado y que han de ser nuestras maestras y ejemplos a seguir.

No quiero alargar más mi homenaje a esta triste e increíble historia de Gabriel García Márquez, sé que me faltaron libros e historias por mencionar, experiencias que tuve con él aunque él ni siquiera lo supiera, entre otras cosas; sin embargo, más y mejores ríos de tinta regarán nuestro planeta.

Lo único que me queda decirte Gabo es: Gracias, gracias por todas esas horas de desvelo a tu lado, gracias por esas horas en que me acompañaste en la soledad de una cafetería bajo la lluvia con un cigarro en mano, y en esos días cotidianos en el transporte llevándome a tus mundos realmente mágicos, o mágicamente reales, vaya, gracias por enamorarme con tus historias, por llenarme de nervios, de miedo, de desesperanza o de ilusión, gracias por forjarme historias de oro y pececitos de letras, porque aunque ahora ya sienta que no tengo quién me escriba, ya has hecho lo suficiente por mí aún sin saberlo. Porque aunque hace cuatro años yo le decía a cierta novia que tuve que lo que más quería era conocerte y no lo logré en el aspecto al que me refería en ese momento, ahora sé que sí pude conocerte allá en Macondo cierta tarde de junio que los dos coincidimos en la visita matinal.

Lo único que me queda decirte a ti, lector, lectora, que ha llegado a estas líneas sabrá Dios cómo o por qué es también un agradecimiento, por haber leído los pensamientos primigenios que se me vinieron a la mente al saber que un grande  había dejado de respirar, y también pedirte una disculpa porque sé, seguramente será lo peor que leerás de todo lo que se escriba sobre Gabo en los próximos meses.

Se pondrán de moda sus libros, estarán en los Best Sellers, las personas que jamás habían tenido ganas de leerlo de pronto comprarán sus libros que seguramente irán a empolvarse al rincón más olvidado de sus casas. Si eres de los que no lo ha leído y aprovecharás todo este furor que provocará su partida, léelo, por moda, por ganas, por morbo de saber que ya murió, por lo que quieras, pero léelo en serio, que perviva su memoria, que dure su recuerdo más allá de cien años y que aprendas tanto de él que de pronto, irremediablemente, te sientas parte de la estirpe condenada que no tiene una segunda oportunidad y te veas en la necesidad y deseo…. de ser escritor, escritora.

Porque esa es su verdadera condena, la cola de puerco que te saldrá al día siguiente te dolerá menos que el tatuaje imborrable de su huella marcada en tu pecho que te incitará a desear más de él. Es eso lo que hay que agradecer con sinceridad.

 ggm

17 de abril de 2014


* Advertencia para el lector: El siguiente texto es un pequeño homenaje que escribí a tan sólo unos minutos de enterarme del fallecimiento del escritor Gabriel García Márquez. He decidido mandarlo para este número 10 de la revista, ya que tal número coincide con su primer aniversario luctuoso. He decidido dejar el texto tal cual lo escribí como me fue naciendo el texto en el momento aún con todos los errores que se le puedan encontrar y con todas las referencias que a un año pude actualizar para preservar el sentimiento vivo de la noticia tan dolorosa para algunos seguidores.

Gilberto Blanco Hernández

Soy Gilberto, estudié la carrera de Historia en la UNAM y actualmente me dedico a la docencia, impartiendo las clases de Historia universal, Historia de México y Geografía. He publicado de manera independiente los libros El Castillo Amarillo y otros relatos de terror y locura (2017) y Adoradores de Dagón (2019). Actualmente trabajo en mi tercer libro de cuentos.

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