Carlos Martín Briceño o breve repaso desde la Cantera

Conocí a Carlos Martín Briceño, hace más de cuatro años, en una  sala pequeña  y reservada de la facultad de antropología. Por aquellas fechas, yo había decidido estudiar literatura y Carlos –supongo– amablemente accedía a  prestar sus servicios, impartiéndonos un taller de creación literaria. Lo primero que me llamó la atención fue su atuendo de maniquí y su acento ligeramente cubano. Traía unos pantalones caquis, acompañado de unos zapatos marrón, de puntas ovaladas, y una guayabera blanca que le confería un extraño dejo de altivez a su labio inferior caído. Tomó asiento y, con la frescura habitual que le otorgan los años de oficio, se obstinó a presentar sus credenciales: bueno, mi nombre es Carlos, ya me conocen (la mueca hacia abajo) soy escritor y les garantizo que… momentos después una  acalorada discusión se iniciaba cuando se evidenciaron los  perfiles académicos. Las diferencias habían comenzado cuando Martín expresó que nos olvidáramos de las enseñanzas universitarias; que si queríamos ser escritores debíamos, en primer lugar, escribir en abundancia, leer aún mucho más y abandonar la teoría literaria. Un compañero, que tomaba la clase conmigo, le recriminó el valor de sus observaciones y, presintiendo que no llegaría a buen término, cerró la puerta de vidrio vociferando a regañadientes que era un pendejo.

Con todo, llegó la hora para presentar los trabajos y con ella mi turno para leer. La historia, minutos antes, había sido celebrada y vitoreada entre los miembros del salón; por ello cuando Carlos me comentó sus primeras impresiones, mi cara se desencajó: hay que tener cuidado con los títulos recuerden que yo quise si pero no está en el texto en Rulfo hay pero Rulfo aunque recoge Harold Bloom afirma olvídate de eso te faltan más lecturas. ¡Cómo! Yo que me afanaba de abandonar las clases por preferir estar en la biblioteca, este cabrón debía de estar equivocado. Con impaciencia esperé la resolución de la clase y en el camino de regreso a casa, me convencí, al igual que mi compañero, que Carlos era un pendejo.

No fue hasta hace unos meses que, revisando entre una carpeta de cuentos escogidos, me topé con un texto de Briceño. ¿Quién era este cabroncito que aparecía tanto en antologías y colecciones? ¡Su  relato me deslumbró! Durante horas, no sé cuántos días, estuve recordando  la imagen de aquel viejo del pene por fuera,  arrugado y flácido, y  la del hombre  que,  muy a su pesar, se excitaba  con los fluidos y sopores de la anciana. La historia sencillamente me parecía abrumadora y fascinante. Entonces busqué más textos de Martín en Internet, y para mi sorpresa di con  Al final de la vigilia,  su  página personal como escritor.

El blog Al final de la vigilia, como otros tantos, está compuesto en su  mayoría por cuentos, reseñas, artículos y entrevistas que dan cuenta de la trayectoria de Martín como escritor. El Blog reúne un total de treinta y cinco artículos y reseñas. Pero no sus artículos y reseñas los que me interesan, sino sus cuentos los que me producen especial interés; y en particular por dos razones: una, la construcción de la imagen femenina en su obra y dos, la música como manifestación del deseo. Sí pudiera adelantarles algo diría que los cuentos publicados en el blog Al final de la vigilia son de una factura inigualable. Escritos bajo un lenguaje sencillo, nutrido de tradición y recursos literarios, sus lecturas pueden ejercer una no sé qué de poderosa fuerza seductora. No agregaría nada al afirmar que para muchos sus argumentos son de un gusto ambicioso por las atmósferas opresivas, por el pavor ante el compromiso conyugal y hastío por lo rutinario. Pues bien, sin más contratiempos, pasemos a lo que les decía.

Opinar siempre sobre la construcción de la imagen femenina, de unos años para acá, se ha vuelto todo un reto al integrar un campo más extenso de definiciones. Por ello, sabiendo que éste no es un ejercicio de representación que incluya teoría de género, me inclinaré por el sentido común y describiré lo femenino como el papel y atributos que tienen las mujeres en la obra de Carlos Martín Briceño.

Gran parte de los relatos publicados en el blog de Al final de la vigilia están poblados por personajes femeninos que ocupan un papel secundario. A mi parecer, creo que bajo la evidente intención –autoral– de sacar a relucir lo más oscuro de las pasiones humanas, de no plegarse a las buenas costumbres, se filtra una visión sexista que se expresa a  través  de la voz de los narradores. Así, mujeres de piernas y pantorrillas bien formadas, libres de varices y rodillas firmes (Iracema en el Cielo Perdido, la  Arquitecta en Se renta) de pechos grandes, jóvenes y anchas caderas (Helena, la Arquitecta) pero sobre todo de traseros firmes y redondos (Julia, Iracema, la Arquitecta) alojan estas historias como modelos de belleza y estereotipos prevalecientes en Occidente.  Quizá lo más significativo no sean sus atributos físicos, ni su condición social de mujeres abnegadas –amas de casa y profesoras insatisfechas, secretarias infieles, embarazadas irritables– sino su caracterización bestial y hasta misógina como objetos sexuales. Para muestra un botón “a cambio de un poco de amor, había una hembra dispuesta a regalarle el monte de Venus…” (Abismos) / “Las mujeres son animales difíciles, te pasas de pendejo con Irene”/ “Una mujer, bien la definiría Ricardo, en celo permanente” (Piso 17) / “las mujeres no son como los albatros, esas aves cuyas hembras caen rendidas ante el macho que ejecute la danza más elaborada, sino como los pájaros glorieta, que prefieren aparearse con el macho que les construya la galería de ramas más impresionante.” (Memorial de la danza del vientre o breve repaso de lo bailado)  En fin, creo que cada quien formará su criterio.

Continuando por la misma línea, el de las pasiones desenfrenadas, la literatura erótica, un escenario importante es el de la música como manifestación del deseo. Ya en un artículo anterior, titulado  El ruvalcabiano arte de musicalizar las palabras, Carlos Martín Briceño reflexionaba sobre el poder emancipador de la música: “El texto versaba sobre un menáge a trois entre una madre, su hija adolescente y una seductora pianista. Mazurcas de Chopin, rapsodias de Liszt y las gimnopedias de Satie envolvían su deseo.” Y es que no sólo se trata de las referencias explícitas a los compositores clásicos, sino también de la potencialidad seductora del baile: “Entonces me fue revelada la capacidad seductora del baile. ¿Cómo olvidar esa escena en la que el buen John, al ritmo de You should be dancing, es vitoreado por las mujeres mientras se contonea como iguana sobre el piso iluminado de la discoteca? Era demasiado. Si Travolta, pensé, en virtud del ondulante movimiento de sus caderas es capaz de llevarse a la cama –o al asiento trasero del automóvil– a la que se le antoje, debía imitarlo.” Comentario un tanto aparte recibiría Salón Bach, relato en el que se ficcionaliza la muerte de Guty Cárdenas y en el que el deseo  no solamente es de corte sexual, sino también de violencia.

Para finalizar, diría que a pesar de lo anterior –aunque pueda sonar contradictorio– la obra reunida en el blog Al final de la vigilia es de una calidad admirable. Escritos con un lenguaje exquisito, sus cuentos no sólo cumplen las expectativas, sino que además se circunscriben como un fehaciente modelo literario. Y es que un escritor –entre otras cosas– no es aquel que deja indiferente a sus lectores, sino aquel que tiene la capacidad de persuadirlos a través de sus personajes.

¡Saludos!

Jorge Daniel Ferrera Montalvo
Jorge Daniel Ferrera Montalvo

(1989, Mérida, Yucatán, México). Escritor, narrador y ensayista. Estudiante de literatura latinoamericana por parte de la Universidad Autónoma de Yucatán. Colaborador del Diario Notisureste y editor en la revista electrónica Delatripa: narrativa y algo más. Publicaciones: ha sido publicado en las revistas Punto en Línea y Sinfín, en la revista El Búho, del escritor René Avilés Fabila; en la gaceta electrónica Río Arriba; en la revista Letralia, Tierra de letras; en la revista Palabras Diversas; en la revista Cronopio de Colombia y en la revista chilena Experimental Lunch. Asimismo, ha sido incluido en la Antología de microficción Pluma, Tinta y Papel y en la antología Virtual de Minificción Mexicana. Otros espacios de publicación han sido: Al final de la vigilia, del escritor Carlos Martín Briceño y los suplementos literarios Letras en rebeldía y Yucatán Hoy.

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