Palabras de silencio



Nunca he oído el viento,
ni un beso al encuentro,
aunque esté en el aire
la armonía del vacío,
una soledad del alma. La mía,
que sin salir al paso,
en una más que oportunidad
para escucharme en el abandono,
como si formara parte
de un corazón tan blanco,
pero
se me incita el silencio,
absorto y fractal,
sin dar nombre a lo que es,
sino por mis ojos
que yacen despojados
en una ráfaga dormida
de ausencias.

Quién diría cuántas veces
fuera a disipar su nombre
en la espiral del tiempo,
como si un bucle dormido
me atrapa
estrechándome sus gestos
de la nada,
tomándome
para sí,
la savia clara
de una turbinaria.

Te detuviste quietud
junto a unas corcheas de ventisca,
que, soñaste, en la desazón
sentida de los adentros.
Era una melodía silente
que vadeaba la oscuridad
atravesando
la incertidumbre.
En un caracol atrevido,
unas filias ahogadas en la mar,
nada hay, todo vacío,
ni el rastro de una onda
salvo el silencio
forjado en las savias
del destino.

Aunque siendo así,
sin oírlo, escucho su compás,
como si de un sueño
se tratase, o de un arpegio
de violines insistente.
Tú, silencio,
no querrías dejarme
ni soñarme,
aun cuando mi voz
se apague,
y solo ausente
pueda escucharlo.

Todo sobre ti,
en las letras de la calma;
si difícil es hallarte,
más lo es sin ondas,
cuya esencia se queda
en las palabras…
invisibles, que se niegan
a revelarse.
¿Eres silencio el adiós
a tu ausencia?
Ni las ondas te escriben,
aunque sean de amor.
Escucha la ausencia, cómplice de ti,
que vuele en el tiempo,
hasta ser carne de ti
y por ti,
palabra.

Más tarde,
las palabras del silencio,
de la hora primera,
eran parte del todo,
y acaso pellizcaban las sombras,
¡qué importa,
temor y temblor!
en la génesis de una caricia,
extasiada y escondida
en una estrofa azul
para perderse en lo Alto.
¡Qué hermosa muerte
cuando el silencio
es pizzicato del corazón
que escucha!

Como la ausencia
que anhelábamos cuando soñamos
―nadie abre los ojos
sin un sonido abrupto―,
que las palabras
parezcan no pesar más que silencio,
aun con tinta,
como el aliento de lo incorpóreo.

Aunque el sonido lo niegue
quedo recuerdo el silencio,
al hilo del destiempo,
perdiéndose su rastro
en la onda temerosa
de la oscuridad, huella
dormida que, mezclada,
en un suspiro
queda la música
que escuchas.

El silencio
es la morada del sonido,
el reverso de un nudo
escondido en el olvido,
como la pasión oculta
en las muñecas manuales,
cuyo nombre hendido
arde en los ojos deseantes
el sonido que nunca oiré,
pero que se evanesce
en las palabras
que tocaré.

"Conetecuatzin" de Noé Zapoteco Cideño
«Conetecuatzin» de Noé Zapoteco Cideño
Para citar este texto:

Jiménez Simón, Juan Ramón. «Palabras de silencio» en Revista Sinfín, no. 20, noviembre-diciembre, México, 2016, 77-78pp. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/

Juan Ramón Jiménez Simón

Nacido en Sevilla (España), en 1972. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), y D.E.A. en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. De gran inquietud literaria, le apasiona escribir. Como poeta, escribe varios poemarios sobre temáticas diversas. Recientemente ha publicado en la Revista Argonautas.

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