En estos últimos años, en el territorio de los pueblos originarios, brotaron como flores de primavera expresiones coloridas de denuncia en contra del racismo, de la marginación y del desprecio hacia quienes descendemos de los primeros pueblos. De las esquinas y hasta el centro de este continente exigimos el reconocimiento de nuestros derechos como pueblos indígenas: ser guardianes de nuestros territorios, hablar y ser hablada nuestra lengua maya en por lo menos las escuelas, las oficinas gubernamentales, los tribunales y hospitales; es decir, el derecho a que nuestra lengua maya salga de la clandestinidad y recupere su espacio de luz. A veintisiete años de este soñado jardín, nos persigue desafiante la realidad que no termina de acomodarse, en torno a nuestro territorio invadido y lengua materna que nos dejaron las abuelas por encargo de los Yuumo’ob, hoy adustamente profanada.
El monte es la casa de los Yuumtsilo’ob, durante el día se percibe a unos, y en la noche se escuchan a los otros, con un poco de suerte se les puede ver; se turnan para acompañar al hombre y a la mujer que convive con ellos debajo de la sombra del noj k’áax o monte alto. Ahí aprendemos los mayas el nombre de los árboles, de las yerbas y descubrimos sus propiedades medicinales.
Los pájaros son el piixan de nuestros abuelos, nos enseñan la lengua maya con sus cantos o graznidos, nos dejan nombrar los colores de su plumaje, su amor de pareja cuando hacen su nido y empollan juntos hasta ver bien logrado el vuelo de sus polluelos hacia las manos de Yuum K’áax; los espera con sus brazos de kopo’, de chukum, de tsalam, de ja’abin, de chakte’, de chéechem, entre otras ramas. Los alimenta con su k’úumche’, wayúum, tsakam, xnúumts’uutsuy, waya’te’, ya’, jmak’, entre otros frutos.
Los animales son la fuerza de los Yuumo’ob, nos enseñan a precisar nuestra lengua maya con su fiesta, como el báaxal kéej, como la marcialidad del káaxil k’éek’en, y el kitam, el áakam del ayim, la clandestinidad del jaaleb, la construcción de nuestra casa como el baj, la paciencia del tsáab kaan, la nobleza del weech, la protección del kok áak y el juicio del ka’ koj.
La voz primera o melodía de nuestra lengua está en Yuum K’áax, bajo su sombra, en sus nidos, en sus cuevas, en sus aguas, en sus hojas secas, en sus colores, en sus frutos, en sus piedras, en su polvo, en cada animal que lo camina y en cada ave que lo canta como el k’aay kuuts. Ahí está la palabra primera, ahí está el vigor de nuestra lengua maya, ahí se encamina nuestros pasos mayas, nuestra mirada maya y nuestro corazón maya si hemos soñado alguna vez en curar sus heridas; si nos tardamos, puede que la modernidad confunda un aerogenerador con un gran piich; que algunos simuladores de la lengua maya busquen desesperadamente cómo llamar en maya una celda solar en nombre de la revitalización de la lengua.
La milpa, altar de Yuumtsil, es la escuela de la lengua del niño y la niña maya, es también el espacio en el que se aprende las matemáticas por medio del jolche’ y el p’isk’áax, sumando los ts’áak para formar las unidades de yáalk’an y señalarlos con el xu’uk’.
Los niños descubren las fracciones mediante el súulub que convierte a la milpa en una figura geométrica de círculo, cuadrado, rectángulo o triángulo; reconocen que el monte tiene un Yuumtsil a quien se le pide perdón por tirar los árboles; que la tierra, el sol, el viento y la lluvia les ha dado la vida y su grandeza.
La milpa es el primer contacto que tienen con Yuumtsilo’ob, quienes reciben un joma’ de sakab para que juntos con el hombre y la mujer preparen la tierra para producir el alimento.
Los niños descubren cómo Yuum K’iin es uno de los que ayudan a hacer la milpa cuando seca todos los árboles cortados, así se encuentran por primera vez con Yuum K’áak’ que debora el che’kool.
Conocen la variedad y cantidad de semillas que abraza la tierra en su regazo que ha sido fecundado por Yuum Cháak en los primeros días de mayo. Así pueden con firmeza nombrar en su propia lengua enseñada en su “escuela”, el desarrollo del maíz, desde púuts’, bult’u’ulil, jumpool píixil, bulchuunche’il, jumtseemil, jumbulaj, táan u wáach’al u yi’ij, táan u p’o’ochajal, sakpak’e’en, chakpak’e’en, ek’jute’en y k’áants’ile’en.
Educarse en este nicho, es aprender la lengua maya, es conocer su alma, es tomar la semilla primigenia, es lo que nos evitaría confundir una milpa con un parque eólico; revitalizar la lengua no consiste en nombrar con sonidos correspondientes a la lengua maya un aerogenerador. Regresar a la milpa, para quienes se han alejado, es regresar a nuestra cultura que es el granero de nuestra palabra.
Los ritos son la celebración de la palabra, la palabra más vigorosa que el aj Meen pronuncia solamente cuando está postrado frente a la ofrenda que espera pacientemente ser aceptada por los Yuumtsilo’ob, estos que guardan los colores con que pintan los árboles, los plumajes, la piel del báalam, las piedras y las flores.
El sujuyt’aan o palabra originaria, la onomatopeya, es la que puede ser correspondida por Yuum iik’, y por Yuum Cháak, es la invitación para construir un nudo entre la carne y el aliento, entre el Yuumtsil y el lu’umkaab, es una palabra que no es palabra sino sentimiento, compromiso, mokt’aan cantada, rezada, sollozada, balbuceada, tartajeada, xmukult’aan.
Es suuyt’aan o palabra remolino, palabra en movimiento circular que camina, abraza lo que halla en su paso como la ofrenda, las emociones, los colores, los compromisos, la sinceridad manifiesta en un solo rostro, no el j ka’p’éel ich; es la palabra que viene por nuestra verdad.
Los ritos son el ch’il de nuestra palabra sagrada, es la palabra comunitaria que nos compromete con el meyajtsil maya; sin embargo, las filipinas blancas y las cintas rojas de cabezas adulteradas, confunden revitalización lingüística con comercialización turística, han profanado con su impostor fuego nuestra palabra en nombre de un bastón. Nuestro oír, respirar, mirar y sentir no serán aliados de la farándula, del j ka’p’éel ich con su sintética leña bendiciendo los parques eólicos y solares que asesinan a Yuum K’áax y esclavizan a Yuum iik y a Yuum K’iin.
Los abuelos son los grandes árboles, los guardianes de la memoria que protegen la palabra nacida del agua, del viento, del color, de la solidez, de la forma, de la recina, de la flor; son nukuch chuun che’ob, nukuch béeko’ob, nukuch xchu’umo’ob, nukuch xjúumch’íich’ob, son el yuum k’áax, casa y hogar del tsáabkan, del k’óok’ob y del kalam pero también del xi’ipalkaan o x-ek’uneil.
En este tiempo, cuando un nool muere se pierde un territorio y cuando los monstruos con aspas devastan un monte, se muere un Ak’abal. La Xya’axche’ es la abuela satanizada por el racismo modernista, la que sale a rescatar al colonizado por la palabra extraña, la que juega con sus nietos con sus piits’ voladores, llevan la palabra antigua a sembrarla clandestinamente a la luz de Yuum K’iin en la finca del ts’uul.
El territorio no es un polígono, no es un paisaje biocultural, no es una parcela, no es un ejido; el territorio es la memoria, que danza en los montes, hecha palabra de nuestros abuelos, se escucha en el corazón de Yuum K’áax, en el jéebkal del yuuk, en el xóob del noom, en el áakam del ayim y en el ts’íikil del chakmo’ol. Revitalizar la lengua maya es entrar al áaktunsajkab y sentarnos a los pies de nuestra abuela y abuelo a tejer con ellos la palabra, así será posible la recuperación de nuestro territorio.
Para citar este texto:
Uc, Pedro. «Yuum K’áax: Fundante de la palabra maya» en Sinfín. Revista Electrónica, no. 24, año 5. México, marzo 2019, pp. 7-8. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/ |
Pedro Uc Be
Es maya, nacido en Buctzotz, Yucatán, México, trabaja por la reivindicación de la cultura, la lengua y la defensa del territorio maya.
Hola Fermin, qué gusto me da que te haya servido. Saludos.