Eva y Marina despertaron, Eva más cruda que Marina, siempre amanece más cruda que Marina, siempre toma más y se droga más, le vale más, le importa menos, coge con otras pero se disculpa, Marina la disculpa. Marina toma menos porque no le gusta estar cruda, se droga menos porque no le gusta estar tan cruda, pero ella baila más, a ella le importa más, ella disculpa a Eva porque al final, Eva sólo duerme con ella. Marina llora, Eva no sabe llorar ni puede cantar, Marina canta, pero Eva ríe más, pero Marina grita más fuerte. Eva escribe escuchando Sinnerman y Marina escucha a Bizet. Eva escribe con sangre y Marina con fechas límite.
Eva se arrastró esa mañana a la cocina, Eva es un animal de la noche. Marina, en la noche duerme, Eva en la noche caza, baila, escribe, corre, lee, vomita y vive. En la cocina prendió un cigarro y comenzó a beber agua directamente del garrafón, alzó la vista y vio entrar a Marina desnuda y con sangre en los dedos, Eva estaba menstruando. Marina se lavó las manos y la cara en el fregadero, después se sentó en el suelo junto a Eva.
“Ya no puedo” dijo Marina, “¿no puedes qué?” le preguntó Eva enojada, a Eva le irrita el mundo en la mañana, “con la suciedad”, respondió Marina, “¿qué suciedad?” preguntó Eva y después de dar un vistazo a su alrededor le llegó una carcajada, Marina también río.
“Pues limpia” dijo Eva con un cinismo diatriboso saliendo de cada poro y con una inminente carcajada en su labio tembloroso. Marina se levantó y fue a la recámara, ahí comenzó a guardar cosas en una maleta mientras Eva se retorcía de risa en la cocina. Marina se asomó y miró a Eva con terror, un desnudo con sangre en la ingle y ojeras consumiendo el par de ojos, un esqueleto en el regocijo de la maldad.
Marina ve en blanco y negro, Eva ve la escala cromática aumentada. Eva agarra al mundo todas las noches, Marina se agarra del mundo, día tras día, noche tras noche. Eva decide vomitar y bailar, Marina no sabe decidir.
“¡Marina!, ¿puedes ir a la tienda por cigarros?, ya se van a acabar, por favor, es que no me quiero vestir”.
Marina se soltó a llorar en la cama, Eva suspiró, se vistió y salió a la calle.
Compró unos cigarros y se paró en la esquina, a su derecha estaba una cafetería y a la izquierda un bar. Permaneció pensativa por unos momentos mientras consideraba el clima, su estómago y su disposición. Cruzó la calle y buscó una mesa en la terraza del local, sentada, prendió un cigarro y pidió una cerveza. En ese bar venden Stella Artois, la cerveza que tomaba diario cuando visitó Nueva York. Ojalá que Marina se vaya de verdad, pensaba mientras pedía otra cerveza y prendía otro cigarro. Se preguntó qué cerveza tomaría Henry Miller cuando vivía en Nueva York. Prendió otro cigarro y pidió otra Stella.
Salió del bar y fue a la tienda a comprar una botella. Llegó a casa y Marina no se había ido, aunque se había terminado sus lágrimas, Marina seguía en la cama, moviéndose al ritmo de su llanto invisible. Eva se acostó y la abrazó, comenzó a besarla, cogieron y se quedaron dormidas.
Eva despertó una hora después y sonrió porque Marina no se había ido.
Para citar este texto:
Koestinger, Gabriela . «El día y la noche» en Revista Sinfín, no. 1, septiembre-octubre de 2013, México, 43p. |
Gabriela Koestinger
Escritora o cuentista, tal vez las dos, tal vez ninguna. Publicaciones: “El demonio que bailaba en tu cabeza” en Radiador. Magazine de literatura y artes. No. 7 Abril 2012. http://issuu.com/tallerdesensibilizacion/docs/radiador_-_no.7# , “Demonios” en Cuentos del sótano IV. Antología Endora. Enero 2013. “Ojalá que se acabe el mundo” en Lengua de Diablo revista virtual. Edición especial del fin del mundo. Diciembre 2012. http://issuu.com/efraimblanco/docs/lenguadediablo1