La Rapiña

Laura respira hondo y abre la puerta. Todo permanece igual como si el tiempo no hubiera transcurrido. Solo que ahora los aromas que el lugar guarda son más penetrantes. Mira la repisa y se le escapa un suspiro, allí yace un curioso calendario. La fecha sigue inmóvil, los cubos de madera dicen tres de enero.

Se mira en un espejo y su palidez resplandece en contraste con su larga y negra cabellera, como un lucero sus labios rojos adornan el firmamento de sus finísimas facciones.

Parece que fue ayer el día en que hubo que abrir la puerta y hallar la eterna despedida. Intenta olvidar, se le ocurre tararear una cancioncilla. Ni siquiera la soledad le permite canturrear sin sentir un dejo de vergüenza, ¿vergüenza de qué?, no lo sabe. Le viene mejor reproducir música, es verdad que siempre le ha de consolar mejor Piazzolla. Le resulta delicioso ahogarse en su propio llanto sin lágrimas. Se acuesta en la cama como en aquellos días, cierra los ojos y se asoma al vacío.

Deja de cantar la música y es golpeada de nuevo por la realidad. Se levanta muy despacio. Es momento de lograr el objetivo de su visita.

Le nace repentinamente una sonrisilla. –Ella ya no está– se dice a sí misma. Recuerda cómo aquella vez en que las dos conversaban sobre el futuro. Cada una hacía sus peticiones postmortem a la otra.

–¡Ni creas que voy a venir a la rapiña! –Le decía Laura riéndose a carcajadas.– ¡Tienes unos gustos terribles, más bien necesitaré un camión para tirar toda tu basura! –Rieron ambas, después hubo silencio y más café.

Ha llegado el futuro y Laura no se atreve alterar aquel escenario. Solo le faltaba un detalle para que permaneciera el tiempo suspendido.

Llora desconsoladamente, primero quedito, como en silencio; luego se siente libre y llora a borbotones hasta llegar a esa molesta sensación de la respiración interrumpida.

Intenta calmarse y se da cuenta de que aún no está lista. Mira su reflejo, herido de lágrimas y maquillaje. –Por algo se empieza –se dice y se limpia el rostro. Toma el espejo y sale rápidamente.

Cuando volvió a casa, tuvo una extraña impresión. Sintió algo distinto en el orden de las cosas. Quiso quitarse la ropa y ponerse su acogedora pijama, buscó en vano. No había ni rastro, observó que le hacían falta prendas y al mismo tiempo había ropa que no reconocía como suya. Tuvo una sensación de pánico extremadamente fuerte, con escalofrío y mareo. Abrió una botella de vino, tomó lo más rápido posible para intentar alcanzar esa sensación de cansancio (imaginó que cuando despertara se sentiría mejor).

Cayó en un sueño profundísimo, cuando logró levantarse se dio cuenta que el espejo estaba colocado en la sala (ella no recordaba haberlo puesto allí). Se acercó y miró su palidez exagerada. Dio vuelta para recostarse en un sillón. Se quedó allí tirada, sorpresivamente el reloj anunció las doce, y miró de reojo el calendario.

Se levantó de un saltó… tres de enero decía el calendario. –¡Este mundo y sus estúpidas coincidencias!– Repentinamente, alguien abrió la puerta. Aún no logró ver quién entraba, sin embargo con dolor alcanzó a escuchar: “De tirar las cosas de la tía a la basura, mejor hemos de ejercer la rapiña, ella sí que tenía buen gusto”.

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