Nunca trates con un pez

Cinco cuarenta y cinco de la madrugada. Tengo que levantarme, sacar el primer pie de la cama y enfrentar el hecho de que hoy cometeré mi primer asesinato. Puedo escuchar el rechinar de los cuchillos, el bisturí. La primera herida que la afilada punta marcará sobre las venas del elegido.

Ya conseguí las tilapias. Se mueven aun cuando el dueño del criadero las toma y rápidamente las envuelve en la bolsa plástica.

Es la primera vez que veo una viva. Sus escamas, sus ojos, su cola y sus aletas. Ya no más esa imagen típica y estereotipada de su carne fileteada en ese patrón de ondulaciones musculares estriadas que rápido pasan en la mesa.

Esto es lo que como casi todos los días, y eso me está mirando.

Hoy es el día del experimento. He disecado ranas, ratones, aves y mamíferos. Ésta la primera vez que trabajaremos con peces.

La bolsa está húmeda y puedo sentir el movimiento de sus aletas dentro sacudiendo violentamente, y aunque la división de aquella delgada membrana esté ahí, puedo sentir cómo me mira y me penetra con esa mirada, como si fuera un cuchillo directo en mis ojos.

Respiro agitadamente, porque el momento se acerca. Pronto lo vivo se transformará, en un efímero instante, en algo muerto e inerte.

—Debes hacerlo —me dicen, quienes apoyan sus manos sobre el borde de la mesa metálica, lista para que los bisturís cercenen la carne del elegido.

—No puedo —les digo— no quiero hacer esto.

—Quieres hacerlo, o estás fuera —me responden.

Tengo que aceptar.

Hasta ese momento, yo era un inocente. Pero ya no más.

Toco la piel fría, las escamas resbalosas, extrañas al tacto. Puedo sentir cómo se mueve sin parar, como si quisiera volar de mis manos.

La saco completamente de la bolsa y la coloco sobre la bandeja de disección.

Toco el bisturí. La punta me corta el dedo y mi sangre cae en la bandeja formando una difusa gota sanguínea que se va volviendo rosada a medida que fluye en la blancura de la bandeja.

Estoy a punto de hacer correr la sangre de alguien…de… algo.

Los ojos fríos, las escamas metálicas se proyectan en mi rostro y me dicen que él…o bueno, eso, sabe que estoy colapsando por dentro y que no quiero hacerlo.

Puedo ver cómo se mueve su boca.

Me habla.

Me suplica.

—Sé que no quieres hacerlo —me dice el pez, susurrando con una voz tan tranquila que me da cierta paz.

—No quiero hacerlo —le contesto.

—Lo sé. Y no tienes que hacerlo.

—¿Cómo?, ¿cómo puedo no hacerlo?

—Te voy a ayudar.

El pez sonríe.

Escucho mi corazón o ¿el suyo? ¡Me estoy volviendo loco!

—¡Pum, pum, pum, pum, pum! —retumba mi corazón con creces. Retumban mis latidos tan fuertes en mis oídos que no falta mucho para quedarme sordo por lo potente de su fuerza.

—¡Ya, ya, ya! … ¡hazlo, solo hazlo! —dice una voz en mi interior —¡no pienses, respira, no pienses…! ¡Ya!

Puño duro sobre la piel y un salto se produce…

El pez salta. Yo salto. Saltamos.

—¡Lo hiciste! —dijeron los de la mesa, en júbilo —nosotros nos encargaremos de lo demás— añaden mientras toman más instrumentos de operación y ven al pez aún danzando entre sangre, para abrirle la piel y los músculos y descubrir toda su anatomía.

—¡Voy a morir! —grito, mientras me sacudo con todas mis fuerzas. Me estoy desangrando.

Frente a mí, está una alguien que se parece tanto a mí. Como la visión de un sueño, le hablo, pero no me escucha y me ignora. Le grito.

—¡Ayuda! —grito.

Mi clon no hace nada. Me observa y emite una ligera sonrisa.

Poco a poco mi sangre me asfixia.

—Sigue vivo —dice mi clon— debemos ponerlo en formol para que muera de una vez.

—¿Pero ¿qué estás diciendo? —le grito a mi clon, que me mira con desinterés.

De sus labios brotan, como leves y oníricos susurros las siguientes palabras:

—Pediste mi ayuda para matar al pez. Ahora soy tú y tú eres el pez —dice, antes de tomarme por la cola y llevarme hasta al frasco de formol. Ahí, en ese recipiente cuyo líquido tiene un olor penetrante mi clon hizo algo que parecería imposible: ahogar a un pez.

Viviana Olivares

(Ixtenco, Tlaxcala, 1985). Estudió la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y se doctoró en la Universidad de Otawa (Canadá) donde actualmente es catedrática de Literatura Latinoamericana. Actualmente ha retomado la escritura en español después de un periodo difícil. Sus textos se definen como epifanía y episodios oníricos, mezclados con la realidad.

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