El debate entre los buenos y los malos mexicanos es una batalla moral, donde los adjetivos son de primer orden en la inmediatez del juicio. El debate en términos Éticos y Axiológicos es profundamente basto y necesario si se quiere, pero esta clase de debate requiere un ejercicio mediático de profunda reflexión, empero el debate en los términos que acontece carece de mediación y es rico en la inmediatez del calificativo. De entrada cabe aclarar que la ética y la moral no son sinónimas aunque han sido usadas así. Propiamente, como palabras, su origen es distinto, una de origen griego y otra de origen latino, su significado escueto y llano es parecido, tanto ethos como moralis, tienden a ser semejantes en sus diferentes idiomas de origen: costumbre, hábito; generalmente, delimitada por un espacio físico: morada, hogar o pueblo; aunque históricamente su uso ha sido utilizado infinidad de veces como sinónimas, en el ámbito de la filosofía y la reflexión intelectual tienden a ser una escisión sobre las dos palabras y el uso de las mismas.
La moral es el conjunto de normas y reglas tácitas que sirven para la convivencia de los individuos que viven en sociedad, o dicho de otro modo, es un acuerdo para convivir socialmente; este acuerdo no escrito puede ser vástago de distintas necesidades humanas que generalmente tratan de regir la conducta humana. Esta palabra de origen latino conlleva en sí una carga de rigor normativo, los padres de la “cultura”, tienen una fuerte base agrícola en su vocabulario y existe controversia con relación a esta palabra; para algunos eruditos es la calca de la palabra ethos, pero otros afirman un origen propio y vinculado con fuerza de voluntad. Indudablemente el erudito latino está al pendiente de la cultura griega (en esa parte del mundo: me refiero a oriente cercano, norte de áfrica y Europa mediterránea, existía un intercambio permanente en todo sentido; aunque nos les guste a muchos se puede decir que la globalización y el libre mercado se origina allí). El ethos griego está vinculado también con la manera de hacer las cosas, esto para el griego es profundamente importante, pues su palabra se arrima si se me permite el término: a la labor artesanal, a la creación y, para muestra baste Aristóteles y sus cuatro causas. Luego entonces, la visión latina y su moralis tienen una fuerte carga normativa de allí la importancia para el romano del Derecho. La carga del griego en cuanto a su moralización tiene un juego tripartito donde el ethos tiene una dinámica permanente con dos elementos de primer orden en la cultura helénica: logos y pathos. Así mismo podemos hacer referencia a otras culturas y su forma de moralizar: el judaísmo y su moral profundamente religiosa, deriva en una teología moral, la cual tiene una fuerte influencia en su noción de legalidad: en palabras de Shimon Peres esa es la principal diferencia entre el orden legal de los no judíos y el pueblo hebreo, un apoyo más a esta noción de teología moral la encontramos en el libro En el tribunal de mi padre de Isaac Bashevis Singer, donde narra como su padre, un rabino, imparte justicia en su comunidad; podemos decir que es una justicia salomónica, parte de la idea de un bien supremo y justo. Existen otras tantas formas de moralizar de otras comunidades, pero básicamente en todas las culturas se repite el mismo imperativo: tratar de codificar y delimitar las conductas de los individuos principalmente en lo público. Las preguntas que nos pueden seguir son: ¿puede haber moral fuera de cualquier colectivo? ¿Podemos cometer actos profundamente inmorales sin el ojo vigía de la sociedad? Quizá acá es donde pasamos al terreno de la Ética, hago una escisión para aclarar algunos términos utilizados en este texto: utilizo los conceptos latinos y griegos principalmente para dar un marco de referencia de los conceptos, pero no son sinónimos de la moral y ética que utilizo en la tesis de este texto.
Básicamente la moral es un conjunto de normas (ojo la norma es pariente cercana de la ley) que conviene a las mayorías, en la moral no cabe la reflexión individual pues por naturaleza norma el colectivo; claro que es dinámica e hija de su tiempo. Vilipendiada por algunos principalmente por su carácter homogeneizador y excluyente: pero cuando se trata del pronto juicio todos quieren estar dentro. Lo correcto no es hablar de la moral, si no de las morales; cada grupo codifica y pone normas para convivir dentro de un marco relativamente acorde con su estilo de vida y, hago hincapié en lo de relativamente, pues al final del día se puede decir que es el mismo proceso normativo para todo aquel que pertenece a un grupo, que a su vez pertenece a otro más grande y así sucesivamente, hasta englobar a la sociedad en su conjunto y, de ahí pocos escapan. Contundentemente ese escape es la ética. Acá ya hay un corte de tajo claro, podemos hablar de la ética principalmente de dos formas: una, como una rama de estudio de la filosofía; dos, como un instrumento de profunda reflexión individual que se extroyecta hacía el colectivo. La ética como rama de estudio de la filosofía, estudia las éticas de diversos pensadores, de ahí que es tarea fútil hablar de una ética universal; aunque sí pudiéramos decir que existe una ética dominante en la actualidad, ésta sería la kantiana (aunque esa es harina de otro costal). Pero la ética, como disciplina filosófica, ha acompañado a la filosofía desde sus orígenes hasta la actualidad, allí hay una diversidad de posturas sobre el conducir social del individuo: fluye desde lo plus hasta lo ultra, pero no es menester de este texto tratar a la ética como rama de la filosofía, si no, como acto de reflexión.
Cuando hablamos de ética como acto de reflexión, hablamos en primer lugar de un esfuerzo, de un acto de voluntad más allá de lo cotidiano. No hablamos de que ese acto de reflexión, lleve a verdades universales ni mucho menos a una nomenclatura axiológica; ni acaso, que el acto de reflexión ética por ser eso, sea aceptado o valorado por otros como criterio de verdad. La reflexión en sí, le es propia a toda persona (en condiciones normales) y, no entiendo ese acto sólo como un mecanismo exclusivo de la mente: el cuerpo en su conjunto está ahí ( no se entienda el cuerpo como materia aunque es obvio que también lo es), el cuerpo contiene todo lo que somos, y de eso que somos poco es materia: somos y, ser es un acto de poder, de energía, de vitalidad, de sentir (sensaciones), de estar, de gustar, de vivir. Cuando reflexionamos en el terreno de la ética, nos llevamos a un terreno donde nos sometemos al pensamiento y sus juicios, de eso se trata, de llevarnos y sujetarnos a razonamientos de acciones en lo singular pero que siempre impactan en el conjunto: somos individuos concomitantes con otros individuos. Luego entonces, asumir una postura ética implica una acción meditada, de pensar, de comprometer nuestro yo y someterlo a juicios, de tratar de encontrar el valor adecuado a una acción; aunque esto no implica valores de verdad, si implica una actitud mediata que trata de buscar las mejores razones para algo y nos afirma en el mundo como acto de vitalidad.
¿Quiénes son los buenos y los malos mexicanos? Podría ser hasta insultante a la inteligencia esta pregunta, pues la respuestas supone que los malos son los que asumen una moral borreguil y los buenos son los que hacen una reflexión ética; pero no es tan sencillo, si tuviera que encasillarme en una de estas dos valoraciones, me gustaría ser de los malos. Pero el problema no son los malos, son los buenos.
Los buenos mexicanos son todos, el problema es que nadie quiere ser malo. Quizá cómo economía de la mente, el cerebro tienda a realizar atajos o mecanismos que faciliten los procesos cerebrales y con ello un ahorro de fuerza o energía. Un atajo frecuente es pensar en contrarios como unidad: el día y la noche, el blanco y el negro, lo mojado de lo seco, el bien y el mal, etcétera, etcétera, etcétera. Ahora bien, pensar en el día y la noche no implica ningún problema mayor de convivencia social, sin embargo, el bien y el mal sí. Regularmente el bien y el mal tienen valores claramente establecidos socialmente e históricamente se mueven poco, pero, al asumirse como unidad y contrarios automáticamente estrechan la posibilidad de reflexión e inmediatizan los juicios: dualizamos en lugar de diversificar, si a esto le sumamos a valores supra o infra terrenos, podremos decir que casi vivimos en el terreno de la magia; lo cual no es de sorprender ya que encuestas hechas a mexicanos indican que creen más en la magia que en la ciencia. Por lo cual no faltara quien en este momento esté pensando: “es un problema de educación”, lo cual a mi gusto es completamente falso, pero esa es otra discusión. La eterna lucha entre el bien supremo y el mal supremo, es tan vieja como la humanidad, desde las teogonías y cosmogonías de pueblos muy remotos, hasta los pare de sufrir utilizan esta dualidad para juzgar las acciones. Esto existe y existirá posiblemente siempre, pues le es más fácil a la mente pensarlo así, y es acá donde se encuentra lo complejo: ¿podemos obligarnos a realizar un esfuerzo de reflexión por lo menos al momento de opinar sobre la cosa pública? O seguirá siendo esto una lucha permanente entre los buenos y los malos, cosa que es difícil superar si se parte de la posición de la supremacía moral ante el otro, o ¿acaso esto no niega cualquier posibilidad de diálogo?
Desde la posición de la supremacía moral es fácil adueñarse de lo ajeno y llenar de calificativos a los otros, eso es lo que se repite en todos aquellos que se dicen los buenos y tachan a los otros de los malos mexicanos. Se arrojan a las palabras: revolucionario, reaccionario, izquierda, derecha, radical, imperialismo, sistema; las vuelven unívocas con una violencia tal, que uno se siente perseguido si las utiliza fuera de la significación que les dan. Los calificativos son de primer orden, juzgan de mezquinos a todos los que no valoran de la misma forma: quizá ahí la mayor de las mezquindades es medir las de las demás, pero eso no es posible en quien moralmente es superior y sólo ve el bien colectivo y hace suya la voz del pueblo, del oprimido, su voz es la voz de todos. Quien habla por todos termina hablando por ninguno. Y resulta que aquellos que se definen como demócratas o gritan ¡democracia, democracia! Se niegan a jugar limpio o dentro de las reglas democráticas. Dónde está el diálogo, la posibilidad de acuerdo, la viabilidad de país como un gran proyecto que incluya a todos; si la supremacía moral de unos supone el aniquilamiento de los otros por su maldad. Hay que recordar que en el nombre del pueblo o de las mayorías se han cometido grandes crímenes, llevar al extremo la supremacía moral es igual que llevar la supremacía racial o ideológica a grado de valor.

Para citar este texto:
Ávila Cruz, Jesús. «Los buenos y los malos mexicanos» en Revista Sinfín, no. 3, enero-febrero, México, 2014, 74-80pp. |