¿Indígenas migrantes o residentes en la Ciudad de México?[1]

Laurentino Lucas Campo[2]

En este texto se reflexiona acerca de la experiencia personal de la condición de ‘migrante’ cuya acepción nos clasifica a los miembros de pueblos originarios que abandonan/abandonamos el lugar de origen para asentarse/asentarnos en espacios urbanos, en especial en la ciudad de México. Se pone en debate la noción de ‘migrante’ que se considera contiene tintes estigmatizantes y discriminatorios para dar paso a la noción de ‘población en movimiento’, producto de una reflexión y discusión colectiva de parte de miembros pertenecientes a distintos pueblos originarios y que colaboran en organizaciones de la sociedad civil en la ciudad de México, especialmente en mi colaboración con la Asamblea de Migrantes Indígenas (AMI), donde hemos impulsado proponer una concepción distinta que permita el reconocimiento de los propios miembros de pueblos originarios a partir de las propias concepciones de éstos en su experiencia de vida realizada en la ciudad.

1. POBLACIÓN EN MOVIMIENTO Y LOS ESPACIOS DE ATRACCIÓN DE ASENTAMIENTO EN MÉXICO A FINES DEL SIGLO XX

A lo largo de la historia ha existido el movimiento de personas. En México en la segunda mitad del siglo XX se ha acentuado este traslado de personas debido a muy distintos factores como las guerras, los desastres naturales, los conflictos bélicos o religiosos, etc. Los puntos de destino son variados, en nuestro país, las ciudades se han vuelto uno de los principales polos de atracción de diferente tipo de población.

A raíz de las crisis económicas de la segunda mitad del siglo XX en México, que ha significado el deterioro de la economía, derivando en la baja de precios de productos como el café o el maíz, por sólo hablar de dos de los alimentos de la dieta básica de los mexicanos y más aún para los pueblos indígenas en particular. Esta baja de precios aunado a la reforma al artículo 27 de la constitución en 1994 ha propiciado que el sector agrario se vea muy afectado. Ello ha incidido para que contingentes cada vez mayores de personas, se vean obligados a buscar otras fuentes de ingresos. Para ello han tenido que abandonar sus lugares de origen para trasladarse a distintos puntos del país.

Así, especialmente en el periodo denominado ‘Milagro mexicano’ entre los años cuarenta y setenta de la segunda mitad del siglo XX, la industrialización del país se acentuó, por lo que las principales ciudades fueron polos de atracción de contingentes de personas de distinta procedencia, incluidos los miembros de pueblos indígenas. Sin embargo, bien mirado el fenómeno de la presencia indígena en la ciudad no es nuevo, en tanto lo que hoy es México ha sido el asentamiento de los indígenas desde que se fundaron las principales urbes mesoamericanas. Es decir, desde el periodo precolonial las civilizaciones nativas americanas ya ocupaban las metrópolis de entonces (Bonfil, 1994). Luego, con la invasión europea, y a lo largo de todo el periodo colonial fueron desplazados de ellas, aunque no por completo ni de forma permanente. Ya en el periodo moderno, cuando se instaura el Estado nación en nuestro país, vuelve a hacerse visible esta presencia indígena, no por nada la ahora llamada Ciudad de México concentra la mayor representatividad de los pueblos indígenas asentados en su seno (INEGI, 2005, 2010).

La presencia indígena en la ciudad de México tiene más de seis décadas. Hacia 1940, en la etapa comúnmente conocida ‘industrialización para la sustitución de importaciones’, en la ciudad de México se concentraban la producción industrial, las instituciones gubernamentales, la educación superior y los servicios de salud especializados. Asimismo, esta ciudad atrajo a la mayor parte de la población que emigraba del campo y de ciudades grandes o pequeñas, en busca de trabajo asalariado, de posibilidades de establecer una empresa o negocio propio y deseos de obtener educación superior (Molina, 2010: 79).

Este fenómeno de traslado y/o asentamiento en la ciudad de México, que en algún sentido puede ser visto como una reapropiación de dicho espacio, ha generado distintos fenómenos, como la visibilización parcial, a veces distorsionada por una visión ideológicamente estereotipada, de los miembros de pueblos indígenas en contextos urbanos. Esta presencia en la ciudad no siempre es bien vista mucho menos bien comprendida por la sociedad nacional. De ahí que en las relaciones establecidas con los indígenas en las ciudades siga persistiendo la estigmatización y el racismo (Castellanos, 2003).

Sin embargo, las poblaciones indígenas son entidades con un dinamismo y una capacidad para adaptarse a diferentes circunstancias y a los distintos momentos históricos, lo que las ha hecho ser sociedades que han puesto en juego distintas maneras de seguir siendo indígenas sin que ello signifique que se hayan mantenido monolíticas a lo largo del tiempo. De ahí que se aluda a la idea de que los pueblos indígenas son poblaciones en movimiento, considerando el movimiento en un sentido físico, de un espacio a otro; pero el movimiento también se entiende en el sentido de una dinámica intelectual, de un movimiento reflexivo de las condiciones en que se lleva a cabo la propia experiencia, es decir, de la presencia y desenvolvimiento en las urbes.

2 LOS INDÍGENAS EN LA CIUDAD

Se debe tener claro que, contrario a lo que regularmente se piensa, o se ha construido en el imaginario de la sociedad mexicana en general, el arribo o presencia permanente de los indígenas en las diferentes ciudades de México debe ser visto como una forma de desenvolvimiento en la larga historia de relación y asentamiento en las metrópolis. Tampoco se debe pasar por alto que la presencia de los pueblos originarios es incluso anterior a la invasión española (Bonfil, 1994: 82-89), situación que regularmente se pasa por alto. Los historiadores son quienes han contribuido de forma lúcida a visibilizar este fenómeno y a comprender su larga data, demostrando cómo en un momento histórico, por ejemplo desde principios de la época colonial, ya se registra un elevado número de personas indígenas en las ciudades fundadas por españoles, pero además muestran cómo éstos indígenas comienzan a ‘transformarse’ y del mismo modo a tener contacto con el mundo citadino (Castro, 2010: 17-19). Es decir, tanto los indígenas de la ciudad como los que llegaron después han configurado la cara de la ciudad de México, y denotando los cambios y reconfiguraciones que implica la interacción con distintos agentes sociales.

Luego de instaurado el régimen colonial la presencia india era evidente.

Pero aun en las ciudades estaba presente el indio. La [ahora] ciudad de México contaba con barrios y parcialidades habitadas exclusivamente por población india. Había una segregación espacial que expresaba la naturaleza del orden colonial: el centro lo ocupaba la ciudad propiamente dicha, esto es, la ciudad española; los barrios indios formaban la periferia (Bonfil Batalla, 1994: 82-83).

No debemos pasar por alto que a raíz de la colonización, varios centros urbanos se convirtieron en el asentamiento de los colonizadores, convirtiendo dichos enclaves en los centros económicos, políticos y sociales en ese periodo, situación que, con algunas modificaciones, se ha extendido hasta la actualidad. Con ello se ha creado una imagen de que la ciudad es un espacio libre y ajeno a la presencia indígena. Si bien es cierto que los pueblos indígenas fueron desplazados de ciertos espacios físicos en la ciudad también es cierto que no la abandonaron por completo, sino que se replegaron hacia la periferia de la misma. Además de que se ha hecho un manejo ideológico de la presencia de las poblaciones originarias fomentando un imaginario de ‘blanqueamiento’ del contexto citadino.

Como señala Bonfil, las ciudades han sido históricamente el asentamiento inicial de varios de los pueblos aún existentes hoy en día. Y que la reorganización del espacio de la ciudad implicó que los colonizadores se asentaran en el centro mientras que la antigua población residente, en la mayoría de los casos, fue obligada, a ocupar la parte de las orillas de la urbe. Este modo de distribución espacial de la población se mantuvo constante. Situación que se mantiene más o menos parecida en el presente. “En la ciudad de México del siglo XXI, existen más de cien pueblos de origen prehispánico o colonial ubicados tanto en la zona rural del sur como en las regiones plenamente urbanizadas” (Gomezcésar, 2011: v). De ahí que se reconozca la existencia de los pueblos y poblaciones residentes, a quienes en tiempos recientes se les ha denominado como originarios, en particular en la ciudad de México. “Según información de Teresa Mora (2009: 27) el término [originario] se acuñó en 1996 por los pobladores de Milpa Alta en el marco del Primer Foro de Pueblos Originarios y Migrantes Indígenas del Anáhuac” (citado en Portal y Álvarez, 2011: 10).

Así, en términos generales se puede decir que la presencia de los pueblos indígenas en la ciudad históricamente ha tendido a ser invisibilizada desde el periodo colonial, pero especial y enfáticamente a partir de la construcción del Estado moderno, y particularmente en México a partir de la instauración del periodo independiente, después de 1810, donde se retoma el modelo de Estado de corte occidental, supuestamente monocultural, monoidentitario y homogéneo. Especialmente apuntalado después de la revolución mexicana y de forma enfática durante el periodo industrializador a mediados del siglo XX, cuando se fomenta la idea de la ‘unidad nacional’ con la intención de hacer ingresar decididamente al país en la modernización y la industrialización.

3 ¿MIGRANTES, AVECINDADOS O RESIDENTES EN LA CIUDAD?

Los desplazamientos de poblaciones son fenómenos muy antiguos que se deben a causas que han ido variando según los lugares y las épocas. Claudio Albertani (1999) indica que en nuestro tiempo, cuando el desarrollo económico crea riqueza y trabajo sólo para unos pocos, y pobreza, exclusión y destrucción para la gran mayoría, éstos toman la forma de grandes migraciones forzadas que se deben tanto a una desigualdad, no democrática e injusta distribución de la riqueza, como a causas políticas, culturales, de género, étnicas y religiosas. Esto obliga a ciertas poblaciones, como los miembros de pueblos originarios, a buscar otras condiciones de mejora de las condiciones de vida para sí y sus familias. Cuando se trasladan a otros contextos y logran establecerse de manera definitiva puede que logren modificar para bien tales condiciones iniciales que tenían en sus lugares de origen, aunque no siempre sucede de ese modo.

Incluso cuando los indígenas ya son/somos residentes en las ciudades se nos sigue escamoteando la pertenencia a dicho espacio geográfico, lo que tiene implicaciones sociales, identitarias, culturales, políticas y económicas.

A pesar de que la presencia indígena en la ciudad es de larga data, en el núcleo de las representaciones colectivas de la sociedad urbana permanece la idea de que las ciudades no son espacios para los indígenas. Algo pocas veces reconocido explícitamente y casi siempre soslayado en los marcos conceptuales de análisis de la dicotomía rural/urbano, es el hecho de que las ciudades latinoamericanas son y han sido históricamente el asiento y el espacio del colonizador (Bonfil, 1994: 33).

Además, el término “migración” ha tenido una connotación según el contexto en que se utilice y según a quienes se aplique. La noción de ‘migrante’ ha sido fomentada desde la academia y se la ha apropiado el sector gubernamental a través de las instituciones oficiales, para promover políticas que tienen como centro de interés a la población ‘indígena migrante’.

Al hacer uso de la noción de ‘migrante’ se alude a alguien que no es originario del lugar, que no pertenece a él, por lo que se le soslayan sus derechos. Situación que no sucede de la misma manera para otro tipo de población que cambia su lugar de residencia, por ejemplo, quienes provienen de otro estado dentro del mismo país o incluso que proceden de alguna otra nación extranjera pero no son indígenas, a ellos no se les condiciona ni limitan sus derechos. Es más, ni siquiera se enfatiza su condición de ‘migrantes’, en especial desde un punto de vista social o cultural. En este sentido no se les piensa con el mismo status que quienes llegan a otros contextos y son miembros de algún pueblo indígena. Por ello se argumenta que “somos extranjeros en nuestra propia tierra[3], resume Pedro González (2014) miembro fundador de la Asamblea de Migrantes Indígenas (AMI), de origen oaxaqueño, quien llegó a la ciudad para poder estudiar. Y es que no se trata sólo de la vestimenta o de tener una lengua materna diferente. Los pueblos indígenas tienen una cosmovisión totalmente diferenciada fundamentada en el arraigo a la tierra, la vida comunitaria, a los modos de conducirse y relacionarse con los elementos del mundo, por ejemplo en entorno, la naturaleza.

Es importante señalar que en el proceso de migración algunos conceptos como ‘migrante’ e ‘indígena’, traen consigo una carga ideológica de poder y dominación. De esta manera, aquellos que salen de sus comunidades para dirigirse a contextos urbanos son, en la mayoría de las ocasiones, vistos de manera natural como “inferiores”, además de ser considerados como un “problema”. Esto ha representado diversos obstáculos en la inserción a los contextos receptores.

El uso ideológico del lenguaje impide ver la abundancia de móviles, características y consecuencias que suponen los procesos migratorios; y es común, por ejemplo, asociar la palabra migrante a la palabra problema. La idea es que los migrantes son una carga, que vienen a estorbar, que ésta no es su tierra y que tienen que regresar a su casa. Los procesos migratorios se encuentran, además condicionados, por la colosal manipulación llevada por los medios de comunicación y la publicidad: junto  con la mercancía se vende a los pobres la mentira de una sociedad ideal, y este espejismo de bienestar empuja a millones de personas a migrar en busca de una vida mejor (Albertani, 1999: 198).

Por otra parte, es evidente que para quienes salimos de las comunidades ser nombrados e identificados como ‘indígenas’ o ‘migrantes’ nos coloca en una situación de discriminación, pues no nos identificamos con tales conceptos. Por lo que se puede decir que tales muestras de discriminación son producto de una larga historia llena de una carga ideológica de inferioridad otorgada a los grupos indígenas por parte de la sociedad mayoritaria.

Los términos “indio” e “indígena” siguen siendo empleados como un medio para marcar distancias y jerarquías. Nominar “indio” o “indígena” a una persona, es identificarla como gente de sangre “no mezclada”, lo que conduce a considerar la permanencia de criterios raciales de clasificación empleados durante el periodo colonial (Oehmichen, 2005: 208).

Estas clasificaciones contienen en su interior sesgos racistas y discriminatorios, donde la categoría de ‘migrante’ se ocupa para ubicar en la clasificación jerárquica social a personas que ‘no son de aquí’. Algunos miembros de comunidades originarias comentan:

Nosotros no decimos que emigramos porque a nosotros nos suena un poco mal, ya que no lo hicimos hacia los Estados Unidos, Canadá o a otros países. Decimos venimos a nuestro pueblo, porque nosotros somos mexicanos, por eso no se nos hace extraño que nosotros digamos que somos migrantes (Babel, 2000: 7).

¿ETERNOS MIGRANTES?

Así, quien es migrante, especialmente si es parte de algún pueblo indígena, se tiende a concebirlo en una situación de ‘recién llegado’, a pesar de que tenga ya muchos años viviendo en la ciudad, aun cuando haya establecido su residencia definitiva en ella, se le sigue considerando un eterno migrante. Incluso en el lenguaje académico se ha hecho un uso indiscriminado y acrítico de la noción de ‘migrante de segunda’ o de ‘tercera generación’. Lo que conduce a entender que así tenga descendencia por varias generaciones, éstas serán consideradas siempre eternos migrantes.

De ahí que una de las reivindicaciones de los miembros de los pueblos indígenas sea la de utilizar apropiadamente los términos con los que se hace referencia a ellos. “En general los indígenas que ya tienen trabajo y residencia en la ciudad se consideran y se autodefinen como radicados o residentes, es decir, son quienes viven en la ciudad, pero además se reconocen y son aceptados en su lugar de origen como miembros de la comunidad” (Mora, 2011: 306-307). En ese sentido, toma relevancia el que los propios indígenas se cataloguen y se asuman como residentes o radicados (Mora, 2011). Lo que los coloca en un status de igualdad jurídica y ciudadana, al menos en el discurso, en su propio discurso, dotándoles además de un elemento identitario que los vincula con la ciudad.

Si bien es cierto que la noción de ‘residente’, desde un punto de vista jurídico ubica a los ‘migrantes’ en un status de pleno reconocimiento, desde la mirada de los implicados, los residentes indígenas de la ciudad, en ocasiones no son plenamente reconocidos en su status como tales. Ya que la categoría de residente implica que se ejercen plenamente todos los derechos pero también todas las obligaciones como ciudadanos. Situación que no necesariamente sucede, aunque los indígenas residentes se reconozcan como tales, pero el ejercicio de esa residencia que los ‘ciudadaniza’ en la ciudad es, hasta cierto punto, parcial.

Esto es lo que ha sucedido con la experiencia de quienes hemos llegado a la ciudad, procedentes de otros contextos, y en especial de algún pueblo originario de alguna de las entidades federativas de nuestro país. Nuestros padres han realizado ya una parte de su vida ahí, mientras que sus vástagos la hemos llevado prácticamente toda la vida en la ciudad de México, aunque no dejamos de reconocer ni de sentir nuestra pertenencia cultural y social de procedencia, pero también reconociendo nuestro arraigo al contexto citadino. Esto nos permite defender que somos parte de esa ciudad, que ya somos residentes que hemos realizado nuestra experiencia de vida ahí y que al igual que los demás residentes hemos aportado con nuestra presencia, con nuestro esfuerzo y trabajo a darle sus rasgos a dicha urbe.

Por ello, uno de los retos urgentes, en cuanto a las políticas públicas, es el de “dejar de categorizar a los indígenas urbanos como migrantes, término que los relaciona directamente con un origen rural –quizás tan antiguo como el de dos generaciones previas” (Molina y Hernández, 2006: 50). Pero aun cuando ya no sólo se nos clasifica como ‘migrantes’ sino que se emplea además el término ‘segunda generación’ o de ‘tercera generación’. Lo que propicia que nuestros descendientes no tengan posibilidad de escapar de este carácter migrante en que se los clasifica desde el exterior.

Es importante entender que en la actualidad existen diversas formas en que las comunidades indígenas se trasladan a las urbes, de esta manera nos colocamos frente a una nueva realidad de inserción a nuevos contextos, realidades tal vez poco estudiadas por la visión hegemónica de comprender a los pueblos indígenas en la extraterritorialidad.

Estamos ante una nueva, quizás definitiva etapa de migración rural que representa un cambio muy profundo respecto a las fases y períodos anteriores. La migración que se caracterizaba por ser un flujo predominantemente masculino, laboral, temporal y de retorno, se ha convertido en un flujo familiar, prolongado, indefinido y de retorno incierto […] Hay que decirlo también que la migración rural indígena se ha generalizado y ampliado a las grandes ciudades de diferentes regiones del país […] Hoy en día, la migración indígena es una migración rural-urbana que asume, cada vez más, la modalidad familiar, prolongada y de retorno incierto (Arias, 2009: 24-25).

Por otro lado, la idea que permea acerca de acceder  a “mejores condiciones de vida” en los contextos urbanos sigue siendo factor de decisión para que algunos de los integrantes de comunidades indígenas salgan a nuevos sitios. Así, algunos autores destacan el imaginario con respecto a poder establecerse en una metrópoli como lo es la ciudad de México. Oehmichen (2003a) señala que hoy, la ciudad de México es imaginada como una ciudad interconectada con el mundo global. Ésta es la ciudad imaginada, la ciudad soñada en el proceso de construcción de la nación, de la modernidad, la urbanización y el mestizaje y ahora también la globalización.

4. LA CIFRAS DE LA POBLACIÓN INDÍGENA EN LA CIUDAD

En términos cuantitativos, podemos notar que gradualmente la presencia indígena en la ciudad de México va en aumento, aunque es una tendencia en varias metrópolis en el mundo. Al ser polos de desarrollo económico, principal pero no únicamente, son centros de atracción de la población que en sus lugares de origen no existen estas mismas condiciones, por lo que se ven en la necesidad de buscar opciones, principalmente laborales, educativas o de otra índole, en otros contextos.

Las entidades que más expulsan a población hacia los centros urbanos, según porcentaje decreciente, son: Oaxaca, Veracruz, estado de México, Chiapas, Distrito Federal, Guerrero, Puebla, Hidalgo, san Luis potosí, Yucatán (Mendoza, 2010: 17).

Por su parte, los estados que los indígenas eligen como puntos de llegada, según porcentaje decreciente, son: estado de México, Distrito Federal, Sinaloa, Quintana Roo, Nuevo león, Oaxaca, Baja California, Puebla, Veracruz, Jalisco (Mendoza, 2010: 10).

Además, siguiendo con la perspectiva cuantitativa, en temas como vivienda, salud, educación, acceso a la justicia, por mencionar sólo algunos rubros, la población indígena es la que enfrenta mayores y profundos niveles de desigualdad (Mendoza, 2010; Mora, 2011; Molina y Hernández, 2006; Albertani, 1999). Lo que propicia que sea un sector de la sociedad mexicana que ha sido orillada a estar en una situación donde sus condiciones de vida son de una extrema vulnerabilidad. Eso sin considerar aspectos como género, sector etario o condición de la niñez.

Así las urbes mexicanas son realidades cada vez más visibles en su conformación pluricultural, mas no en sus relaciones, por lo que sigue siendo un tema pendiente lograr cristalizar interacciones más equitativas en contextos urbanos donde existe población con orígenes sociales y culturales distintos. La presencia de los pueblos originarios en las ciudades en nuestro país no ha significado que haya cambiado la percepción que se tiene en general acerca de dicha población, por lo que sigue persistiendo el racismo, la discriminación y rechazo hacia ese tipo de sociedades (Oehmichen, 2003b).

Derivado de ello, desde nuestra propia experiencia y con el trabajo conjunto con otros miembros pertenecientes a pueblos originarios aglutinados en distintas organizaciones sociales hemos reflexionado y también generando propuestas, como la de que la noción de ‘migrante’ no refleja la experiencia de cambio y asentamiento de residencia en distintos lugares del que se nació, especialmente en la ciudad. Por lo que consideramos que es más apropiado aludir a la idea de población en movimiento, para combatir la estigmatización de los estereotipos generados hacia la población originaria que se traslada a otros lugares para llevar a cabo su vida, para mejorar sus condiciones y vislumbrar un futuro más alentador aportando con las distintas actividades que se realizan para mejorar este país, contribuyendo con el esfuerzo, con el trabajo y con la riqueza que ha caracterizado a los pueblos originarios asentados en todo México, y en particular en las ciudades.


[1] Este trabajo apareció como un texto más breve de tipo reflexivo titulado “Población originaria en movimiento”, en el suplemento Ojarasca del periódico La jornada, en el número 232, agosto de 2016, p 4-5.
[2] Totonaco. Profesor de Tiempo Completo de la Universidad Intercultural del Estado de Puebla.
[3]  Asamblea de Migrantes Indígenas. En http://periodismohumano.com/destacado/como-seguir-siendo-indigena-en-la-ciudad-mas-grande-del-mundo.html. Consultado el 20 de junio de 2014.

Bibliografía

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“Hija empedrada”. Fotografía de Richard Keis
“Hija empedrada”. Fotografía de Richard Keis
Para citar este texto:

Lucas Campo, Laurentino. «¿Indígenas migrantes o residentes en la Ciudad de México?» en Revista Sinfín, no. 20, noviembre-diciembre, México, 2016, 53-61pp. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/

Laurentino Lucas Campo

Dr. en Ciencias Sociales, Mtro. en Desarrollo y Planeación de la Educación, Lic. Sociología. Profesor de Tiempo Completo en la División de Procesos Sociales, Universidad Intercultural del Estado de Puebla (UIEP). Líneas de investigación: Epistemologías indígenas e Indígenas urbanos. Perteneciente al pueblo indígena Tutunakú, Veracruz.

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