Te escribo sobre la piel curtida de los años que se arrojan sobre el abismo de las frustraciones, de las inclinaciones oscuras y de la decadencia de mis sombrías noches, porque el silencio me atormenta: ha enmudecido a mis labios. No puedo pronunciar palabra… me escapo de mí.
Un cuerpo, sobre una estera de hojas de otoño, se desliza suavemente, diluyéndose en el tintero del tiempo, escribiéndose y reescribiéndose, conjuntando completamente sus signos más usados y mofándose de aquellos analfabetas fúnebres que espían con descaro absoluto, no sin antes sentir un poco de amargura en su desnudez, de suerte que me provoca a ojearlo y posar mis ojos ciegos sobre sus fragmentos, fugándome –todavía más– por mis segmentos en el universo que le rodea.
Los cuerpos exiliados tienen su propio lenguaje y una lastimera melodía que recorre tras de sí sus pasos, cuando por fin se liberan, recorren los espacios abiertos que sus miembros irrumpen con frenesí, con pies empinados, arriesgándose a caer, fracturarse, pero ¿cómo podrían darle sentido de otro modo que no fueran hundiéndose en el precipicio?
Yo sigo la danza de tu lenguaje, allá, aquí, donde ya no siento el destierro, aunque sigo en el afuera y adentro. Así, mi cuerpo exiliado se impulsa hacia adelante mientras tú cruzas el espacio. Distante te sigo, con mis pies borrachos y trastornados de tonalidad para escribir tras tu estela.
El cuerpo estruja el infinito como si fuese un portentoso animal, lo condensa frente a sí, incrementando el vaivén, con una nota –pausa– otra nota, y luego sucesivamente acrecentando la fuerza de sus movimientos. La luz de la luna refleja sobre los muros la silueta que desemboca en tercios desiguales de la espalda, los hombros, las piernas, el pecho, la cabeza que despeña y vuelve a sujetar el cuerpo para alzarlo sobre las nubes, las pirámides, las ciudades, el campo y los sueños, ofreciendo deslizarse sin ataduras. La danza traza motivos.
Los cuerpos poco mienten, es un lenguaje etéreo que no esconde su pulcritud. Un cuerpo se une a otro, con serenidad, en un grito callado. Ambos con intensas caricias se deletrean. Por eso, el silencio de los cuerpos me atormenta. Tu silencio está acallado por los renuentes de las letras sonoras que te sujetan.
En cambio, he barrido con mi cuerpo los rincones inhóspitos y violentos, que me han forzado, haciéndome a semejanza de los seres perdidos en desalineación, con mi posición antiestética y esteparia, así, me hundo en el espacio que te contiene, remembrando aquel lejano lugar del que jamás he sido –al que pertenezco– en el campo, con el tintineo de las gotas que desfilan por el tejado de barro rojo y que caen suavemente sobre la hierba humedecida.
La cartografía de la escritura corporal es mi placer. A intervalos te leo, escudriño tus ojos vívidos y lejanos… mientras me torturas con tus astucias de bailarín. Jamás me había esforzado tanto para leerte y me he equivocado tanto, jamás había tartamudeado tanto, ni había escrito con tanta dirección. Comienzo a crearme otra sustancia y materia, durante el periodo en que tú escribes, para crearte otro cuerpo, en el que te mueves y te leo.
La escritura es movimiento, permite al cuerpo desplazarse, correr por el mismo espacio, infinito, truncado, enloquecido, apasionado, frustrado… extasiado. ¿Lo percibes? El universo se abre frente a nosotros cuando los cuerpos que nos pertenecen lo atraviesan en una danza liberadora.
No deseo leer la naturaleza de todos los hombres, en la que he perdido ya bastante tiempo, sino leer tu naturaleza. Ahora te pido. Lee en mí: llévame a las ciudades con sus calles grises, con la miseria que descubre el hambre de los olvidados, a dormir bajo el cobijo de las estrellas, a donde sea; he perdido el temor por la adversidad, ahora atravesar la quietud me angustia. ¿Por qué me dejas así? Con un cuerpo suspendido en el desasosiego del mutismo.
En denuedos y declinaciones me pierdo bajo la bóveda de seda azul que nos cubre a diario, sintiendo cómo el veneno de aquellos violentos jaloneos se convierte en la piel que me cubre, soñando con que alguna vez fue quetzal cuando no fue más que la nada que ahora se envuelve del firmamento: la fuga no fue suficiente. El crepúsculo me sigue arrebatando el destino y me conduce al siglo estéril de tu cuerpo que se aleja. ¡Vete!, y tomo posesión del mundo exterior sin concavidades azuladas, con sólo el espacio oscuro sin fronteras, que me entrega la libertad en la noche eterna, donde mi cuerpo se desliza suave, llanamente muerto.
Escríbeme sobre la piel de la noche para que pueda leerlo sin dificultad, pero evita tardar demasiado, a fin de que los ecos de la materialidad no pierdan el trazado de tus nuevas letras.
Ana Matías Rendón
Sin lugar de origen ni destino. Escritora. Es hacedora de imágenes con las palabras; Ghostwriter, para ganarse la vida y filósofa, porque no le queda de otra. Blog personal: https://anamatiasrendon.wordpress.com/
Esta bueno. Realmente es la parte amorosa en la cual la única manera de escribir sobre el cuerpo es a partir de los besos y las caricias y el rocanrol (Y).
Gracias Juan Carlos, por leerme y por tus palabras.