Cuando uno homenajea a su manera al músico poeta o loco por óbito o natalicio que rellene la efeméride en turno, va todo bien hasta que te das cuenta que para ser congruente con esa valoración, por quien haya hecho, o esté haciéndole bien al mundo, también habría que prenderle su veladora a los ilustres, más bien numerosos, que arrojarán los calendarios mañana y pasado, y el resto de la semana, y del año, así hasta que mueras casi con esperanzas de afiliación a ese gremio por tan nobles empeños. Más valen las loas de un recuerdo que no sea forzado o esa admiración que nos llena de súbito por méritos del fulano y no del calendario. Yo digo…
¡EL USO DE MI IMAGINACIÓN 014!
En las marchas, si bien las consignas escritas gozan de una creatividad irreprochable, las de a voz en cuello suelen ser reiterativas, de cajón, vagas o, simplemente, deleznables. Para las primeras no hace falta lirismo, sino sentido; para las ultimas, ambas, pues parece que sólo las que riman hallan eco en las masas. Pues bien, el ciudadano de a pie no es diestro en los aforismos, y peor si de pilón tienen que ser líricos. Mi propuesta no pasa del humor ramplón, pero vale la pena imaginarse a un jaranero, de preferencia jarocho, de esos que improvisan versos medidos cuya naturaleza no es ajena a ningún tema, presidiendo la creación de consignas para los contingentes que así lo prefieran. Al menos en mi cabeza luce brillante… y ¡hasta bailable!
¡MAGNATES!
Cuando un impertinente pide un aplauso para quien sea, en cualquier situación, me ofende como parte del público, y después a quien sea, objeto de tan sutil entusiasmo fingido. En vez de hacer un favor, mecanizan algo que debería ser un soberano impulso. ¡Guillotina para esos lucradores de palmas!
Un encendedor, un lápiz o un bolígrafo baratos parecen escapar a conciencia de los bolsillos o las manos. Casi nadie ejerce sobre ellos sus derechos de propietario o lo hace muy lánguidamente. Es de admirar la calidad de “bien comunal” de esta clase de objetos que suelen expirar su utilidad, no en provecho de su primer dueño, sino del segundo, tercero o doceavo.