I
No abandonaré la costumbre letal del veneno
ni la sílaba perversa que aprisiona lo que aturde
no renunciaré al careo constante con la traición
porque mis tripas son palabras en la boca del lobo
escupiré los párpados abiertos de mi tácticas
contra la explotación del dolor que demuele
y tomaré los escombros, de los labios que se han secado,
con las manos que no dejan morir la saliva del hambre.
Yo hago la edad del incendio en lo ancho del demonio
y despojo las entrañas frías de la esquizofrenia
para excitar una canción ebria y sin amuletos
que nos extravíe, que nos amordace,
que nos explique por qué la muerte
es una mentira que cae por la alcantarilla
II
Somos el fondo, la forma, el líquido,
el contagio que descubre la ejecución
de hijos con instrucciones
para no meterse debajo de la cama
somos el rostro de una calle no estéril,
filosa, adolescente y sin estar a la venta
la dura piel que lubrica y entibia los hierros
para sostener y exhibir la palabra alumbramiento
somos francotiradores de conspiraciones
desde la boca, desde la transparente vestimenta,
desde el disparo que te vuela la vitrina fría
en la hora donde el fuego es una duda contra la pared
y donde lo que depreda es una ronda cautiva
somos la mordiente empapada por la sangre
que descorre las sábanas para descubrir las respuestas
que esconde el último filo de la esperanza.
III
Desvestir el poder y sus secuaces
quitarles el saco alto de la histeria
desabotonar sus catedrales de algodón,
tan excesivas, que no sangran y que pudren
despojarles de a pedazos la impericia y la carestía
que no dan el pecho a la vibra del sonido
usurparles los nudos que manipulan la distancia
la del vuelo, la del murmullo, la del olor,
paralizarles el instinto intolerable de sus humos
y no dejar de cantar con las uñas sucias de barro.
Cuánto más profundo sea el ruido del silencio
más pájaros vendrán a esparcir sus anchuras.
IV
Habrá que ser violento con el poema.
Por cada muerte inicial que nos deje a la deriva
destrozaremos sin consideración
los panfletos miserables, -esos represivos
de los hijos de puta que pudren-
usaremos el desprecio racional que nos pertenece
para atravesarles la certidumbre de las sombras
que quiebran la gravedad del equilibrio,
se les antojará cruzarse los dedos
pidiendo clemencia cuando el verso
empiece a gatillar para retorcerles
el cadáver sacramentado de sus lápidas agusanadas.
Ya muertos, sin besos de buena fe
sin nombres que lo nombren por amor
expuestos a la ausencia que descompone,
el poema seguirá con su celo desmesurado
escupiendo su letal principio de defensa.
La poesía, cuando se escribe, es una bala dispuesta a matar.
V
Andamos sin intervalos
dispersando pájaros en muertes deshechas
bajo el peso de la sílaba y del gesto que se aparea
andamos de sangre y sin nombre propio
convulsionando los labios del luego
para acoger el rostro y la carne que no amuralla
andamos de hijos y de gozos subterráneos
desprendiendo vientres en la noche inconclusa
donde se adelgazan los círculos que infectan el polvo
decimos piedra, papel y poesía
y las humedades se esparcen en el minuto joven
donde el hilo tibio cose la íntima fragilidad del miedo.
El mundo, ahora, es una manzana un poco más intacta.
Para citar este texto:
Correa, Juan Antonio. «Cinco poemas contra la alevosía» en Revista Sinfín, no. 16, marzo-abril, México, 2016, 20-22pp. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/ |
Juan Antonio Correa
Poeta, nacido el 15 de marzo de 1965 en Mercedes, República Oriental del Uruguay. Su poesía ha sido difundida por toda el habla hispana y publicada en diferentes Antologías en España, México y Argentina, como así también en otros medios de difusión a través de internet.
La bala de tu poesía mata la indiferencia, deja huérfana a la ausencia de palabras y preña las ganas.
Enhorabuena, sabes tocar las cuerdas recónditas