Sobre la naturaleza

I

Mira esa piedra ciega,

llena de graves caídas y mudas palabras;

es un botón de invierno;

florece como entraña rumorosa,

con explosiones invisibles

y llantos desconocidos.

II

Herido de claustro el pobre cielo,

tiene cuerpo de aliento;

tanta alma que enamora

un azul ajeno.

III

Piensa el sol en el incendio

Y medita solo

en medio de la noche eterna.

IV

Ve, recoge de soledad, oscura

gracia. Siente la caricia vesperal

de una estación que sueña

la atadura

-como en capullo apretado de rosal-

e indica igual a oráculo la enseña

de lo que paralizado deviene.

Ve, y dime, cuando vuelvas, qué tiene

de huella airosa lo que no puedo ver

Yo perdido, sin azoro, de ser.

V

Herido en la entraña de mí recuerdo

dibujo rasgos de efigie lozana

en la deserción que adereza vana

reminiscencia que enseguida pierdo.

Tú, la ruina que suscita el lerdo

permanecer en evanescencia llana;

de cada torpe evocación que emana

sombras de ti; si guardas el acuerdo,

de la inefable dermis que azucara

la memoria de mis labios ¿No eres ya

linterna mágica que en pátinas va

contornando las líneas de mi mano?

¿A quién debo así el andar liviano

sobre el breve lío que en ti, atara?

VI

Yo sin tiempo.

Tú y eterno,

sin la rima

en que el espacio

anima

nuestra muerte.

Vivo de ti

capullo oscuro,

que clausuras

un nombre puro,

en las hechuras

de tu eléctrico lenguaje.

VII

Es de vértigo la dócil liviandad

que el dúctil sueño de un desierto apura

al íntimo poder del alma si clausura

en un trago la honda oscuridad.

VIII

Te sugiero algo terrible:

mira por esa grieta

y dite lo que ves;

no hagas nombres,

apunta con el dedo,

¿Es huida que devanas

y deja la huella

de una imagen?

IX

Sacra traición

que imanta luz

como en el tiempo.

Puro padecer que en femenina

quietud lastima

hasta torcerle la mirada.

Hacia dentro.

Sólo entonces, se arrastra la cifra de su nombre,

se ve pleno y recoge la memoria

que asienta sobre su cabeza y anda

el abismo que se abre

a sus pies.

X

Era el cielo puntual en su retorno

al meridiano azul que tu mirada

serena consteló en el firmamento.

Así, cada estación se sucedía

y también yo, moría

en tu calendario.

Era invierno y ascendía

tu vida, orbita de aliento;

¿La mía?

No sé, todavía intento

entender de qué materia extraña el pensamiento.

XI

Amarillo es el color de la muerte,

mi vida nació viendo el brote del sol

entre grietas; en un suelo sediento.

Fuimos cautos, sin verte molde puro,

en la felicidad de la vileza:

Hurta la pericia del apetito

y no olvides el arrepentimiento.

Para uno los muchos placeres;

para los otros,

el ánima de un difunto.

Mi amor es grande, no obstante, en el duelo,

la lujuria, la embriaguez;

asemeja el vuelo de los zopilotes

y el vértigo de los gusanos.

XII

Celebra su pasión,

ara leyes

y argumenta permanencia.

¡Ah! Se repliega en la inmersión de un puro nombre.

XIII

Balido de almas:

estoy muerto ¿sabes?

Padecí de muerte y ahora…

“Amén, Amén, Amén.”

Sí, así es, me siento casi limpio

y mañana recitan mis sufragios.

XIV

Perímetro tenaz, ineluctable

que atestigua desmesura,

correspóndeme la falta

Y me sacaré los ojos.

XV

Rubia la araña,

bicéfala, extraña;

es de carne un espejo,

y de carne un reflejo.

Acordada e íntima

hasta la muerte. Ínfima

pero grave ubicuidad,

que propaga en la saciedad

del espacio sus pares miembros.

Sobre una piedra sentada

complica cada trenza dorada

alternando manos lunares

(una por cada horizonte)

ojos crepusculares

(uno por cada horizonte.)

Solo tránsito de sangre

que ceba dos almas

y una sola sombra.

[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]

Y el leñador enamorado

que la nombra

con el poder dado

por el índice, y a un lado

del cordial,

siente palpitar

su destino.

Escisión funesta

que decide su deseo:

Uno,

y lo consigue

XVI

Era octubre

-El tiempo arruinado que regresa-

por una calle sola

desde donde puede verse el mar.

Un farol apacigua la penumbra

y a la orilla del día

nos espera el hogar.

Podía gustarse también el aroma

a flores muertas

que impregnaba al rocío.

Era el viento que lleva el agua

por el derrotero de un río

que lleva también la sal.

¡Ay! Tu llanto cuajado en el platanar

¡Ay! Tu corazón marino a la deriva,

por una calle sola

desde donde puede verse el mar.

XVII

No elude la escritura

cuando agobia

la continuidad de una saeta

Igual a nombres,

turbios paladines de experiencia

que dejan cicatrices;

Otras veces,

Heridas abiertas

Y secretas oraciones,

tan fugaces

como una vida toda

en el crisol de una imagen en el sueño.

Ese que viviste ayer

Oscuramente,

mientras tendido

sobre una

mañana irrevocable,

entre justo aparecer

y corrupción deseada

hablabas a tus muertos

de otras cosas que la vida:

Soñé que eras para siempre,

sólo entonces no pude decidir

si herir

el verso,

Y desperté todo yo,

pleno de memoria.

XVIII

Tu mirada no demores

que si el destello

de tus ojos desprecia

la mía;

no por eso es menos bello

el amor, ni más recia

la melancolía

de ojos que miran los tuyos;

y es que tiernos murmullos

de luz en tu rostro, lastiman

con su desprecio, mas animan

con sus fulgores.

XIX

Entre el mundo

y lo que nos extrañara

hay prendas viejas.

Cautas cruces

y rebaños.

Antiguos pastos verdes,

y algo azul

como una cifra.

XX

Señorea tu recuerdo todavía de mi vida

cada paso y aliento; no vive de aquel,

sin embargo, todo lo que pudiera vivir;

y de las regiones corruptas, tropel

de sueños oscuros, engendra la memoria

palabras, besos, caricias, que no fueron.

Lo que sí ha sido, eso poco, parece sonreír,

desde la hondura de un mórbido consuelo,

donde habita tu cuerpo inmaculado.

La desnudez de higo, tuya que tenía,

se vuelve entonces perentoria,

y la longitud de un tiempo enamorado,

se recrea; asoma y esconde, recuerda y olvida.

XXI

Imposible dar cuenta de las cosas que pasan,

viene detrás de la palabra una picazón

en ambos ojos;

en el lance del verbo,

después de acicalarnos la mirada

notamos maridajes y divorcios,

desconocemos chancros que legislan,

pasamos pestaña a la locura,

y cedemos al sueño del concejo.

XXII

Experiencia ausente

(melancolía):

y llevar al centro del corazón

lo que nunca sucedió

que si tiempo fuese

otra cosa sería.

XXIII

No sé si esto podría soportarse

pero ocurre a veces que, como ritual

involuntario, bebo el café del mediodía

igual que si fuese la marisma de tu sangre;

y entonces ahí, en la amarga cepa

de un delirio, caduco y eterno como infancia,

sacudo la cabeza desaprobando el mundo

que, como sabes, está siempre del otro lado

que tu alma.

XXIV

Se fue el ocaso en que ojos se abismaron

cautivando la sima de su propia oscuridad,

ya nadie nos devuelve la mirada.

Ninguna saeta queda.

Nada, ninguna carne se apertura

con ningún mutismo, risa o palabra

y no hay bastantes ríos para angustiar la vida.

Porque nadie quiso ser feroz consigo mismo

la piedra ya no aspira a ser piedra ni a perderse.

En este día, bajo esta luz, ceder las ruinas

es un gesto vacío como un pájaro;

como estrechar un hilo de memoria

con un aroma.

XXV

Me avecino a todos los juramentos

y me entrego a sus pactos silenciosos.

Desde hace un tiempo, tantas veces presente,

el destino comienza en esta boca,

y todo perfume sibilino se reserva

para el pasado. En invierno tal vez,

cuando los duraznos hayan caído,

habrá sin más un cielo infinito y rancio,

bajo el que un vago reconocimiento

imposible, nos resigne al aroma

de una sola muerte mutua, llena de traiciones

significativas, y nos salve ella

así, de la primavera por venir.

Fotografía de Gabriel Chazarreta
Para citar este texto:

Yañez Tiznado, David. «Sobre la naturaleza» en Revista Sinfín, no. 2, noviembre-diciembre de 2013, México, 37-45p.
https://www.revistasinfin.com/revista/

David Yañez Tiznado

Licenciado en Comunicación por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC.) Maestro en Filosofía titulado en el programa de Maestría en Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Título con mención honorífica, 2013. Publicaciones. “Destino y Verdad en el Pensamiento de Sófocles”. David Yañez, Isaí Lara y Eliot Benítez. Revista Universitaria de la Universidad Autónoma de Baja California. 2008. “Constelaciones del destino: Jean-Joseph Goux, Walter Benjamín, Theodor W. Adorno”. Memoria del Encuentro Nacional de Estudiantes y Pasantes de Filosofía. 2008.

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