La temporada íngrima y vibrante de Osmari Reyes García

Osmari Reyes García

A golpe de escritura, aprendiendo y equivocándose sobre la marcha surgió la obra de Osmari Reyes García. Sin talleres literarios ni orientación especializada, sin roces con la retórica ni ahondamientos semióticos, semiológicos, semánticos, etcétera; al margen de deconstrucciones del texto versolibrista y de una intelección donde lo epistemológico es sólo un rumor enemigo, el poeta ha ido rumiando sus versos en el silencio y la distancia de periferias innombrables, de ahí su logro mayor, su auténtica aventura ante la noche, su apuesta por un discurso con escasos referentes contemporáneos, fuera de la parafernalia de una rica tradición lírica como es la cubana desde que Manuel Justo Rubalcava, Manuel de Zequeira y José María Heredia inauguraron modos de decir propios de un archipiélago que se abría a la formación del criollo, del ente propio de parajes a la deriva o no en los procelosos mares de la creación.

La temporada del hombre, publicada por la Editorial Dos Islas, más que penetración en códigos de corrientes existencialistas de la pasada centuria, más que actualización de vínculos con las vanguardias, más que constancia y certeza de pertenecer a una promoción poética nacida a finales de los sesenta y principios de los setenta, es la urgencia creacional de alguien que decidió no permanecer en el anonimato, asumiendo retos y vaivenes de la temeridad, “insolencias” propias de lo que bulle sin norte en las estepas inmemoriales de la poesía. Tierra de labranza que desbroza sus glebas a fuerza de tracción autóctona, de invocación a los cinceles vírgenes que entran en un ámbito de recurrencias y retornos en la historia para nada ignara de los seres humanos. He ahí, su aullido, no a la manera de Ginsberg, no ante dólmenes y menhires de la resistencia arcádica sino ante las sabanas ignotas de lo cantábile, ante la ebullición del rocío en los palmares, los exorcismos incorruptos del árbol que amenaza con entonar sus códigos de ramas y hojas en la intrincada urdimbre de una naturaleza aparentemente sin nexos con la hermeticidad y belleza del mundo.

Ronel González leyendo una de las obras de Osmari Reyes
(Fotografía de Juan Pablo Carreras, cedida por el autor)

Osmari es un poeta raro en nuestros medios, una entidad que se yergue con el auxilio de los albores primigenios y las aguas que se precipitan desde las montañas y corren hacia los playazos del lenguaje. La temporada del hombre es el compendio de lo testificante interior en la aridez de una época que inutiliza, desnombra, desconoce, tacha. Sus poemas impuntuados como el fluir de los ríos orientales se esfuerzan por apresar y dar cauce a las aguas del espíritu. En este maremágnum de tecnologías y pandemias que también se esfuerzan por arrancar una especie de la faz de la tierra, los textos de Osmari ordenan su simbiosis con lo que se extermina y crecen desde la soledad de lo baldío hacia lo que emite luz definitiva sobre las pertenencias y destinos del individuo en permanente riesgo.

Ronel González Sánchez

Poeta, ensayista, autor de 50 libros publicados. Máster en Desarrollo Cultural y Licenciado en Historia del Arte.

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