El Ts’iu y la feria de las semillas

Cuentan los abuelos mayas que en el principio hubo una gran quema. Nadie supo cómo se empezó o por qué. Algunos dicen que fue porque habíamos dejado de respetar el monte, y otros dicen que no, que más bien fue porque habíamos dejado de respetar a los Yuumo’ob, o quizá una combinación de ambas. Lo que sí es cierto es que el monte se estaba quemando.

Todo estaba seco y muerto; ni una sola nube en la explanada azul del cielo. Las hojas de los árboles atravesaban el aire seco que a veces agitaba levemente las flores de los árboles para llevarlas a una tierra resquebrada, como cementerio de ramas, plantas y arbustos que se hacían polvo con el tiempo. Fue en ese momento que la chispa elegida dio origen al bochorno que se comió todo. Aún había algunos animales que buscaban su alimento cuando de las hojas muertas del Jabin nació en fuego. A un lado de este, el Chakaj que no tenía ni una sola hoja, estaba envuelto en las brasas del fuego dejando caer sus ramas encendidas sobre el Xa’an, quien a su vez encendió al Siipche’ en un segundo, que con el tronco bañado en fuego cayó tumbado cerca del Ya’axche’ el cual se encendió en medio de la milpa. Y todo se fue llenado de fuego de un momento a otro sin prórrogas, sin retrasos, sin adeudos.

Los animales huyeron. Se fueron todos los hijos del Baj y del Kitam. Voló también el Kuuts y detrás una diáspora de Yuuko’ob. El Báalam también corrió rebasando a todos, incluso al Weech que sería una presa fácil. Y fue en ese exilio que el pájaro Ts’iu decidió quedarse a salvar algo de lo que se estaba quemando. Así que se metió al corazón del monte a buscar semillas y de tras de él otras aves también le siguieron el paso, excepto la X-jóonxa’anil que no quiso participar en la recolecta de semillas. Las aves tomaron los frutos que les quedaban más cerca y volvieron a resguardarse del calor que era casi imposible de atravesar. Pero el Ts’iu no regresaba porque se había alejado demasiado.

Ya lo daban por muerto las demás aves y animales cuando de la nada salió a toda velocidad con las alas hechas ceniza envuelto en una llamarada de fuego. El Ts’iu casi calcinado había vuelto de la hoguera del mundo con los ojos rojos, color que tomó del fuego, y las plumas negras como el denso humo que le envolvió el plumaje. Buscó entre los pocos árboles que no se habían quemado y ahí descansó. En su pico había unas cuantas semillas de maíz.

Los pájaros cantaron de alegría. Cada uno en su idioma, cantó el Beech’, el Sacpakal, el T’uut, el Chak ts’íits’ib y todos los que ahí estaban. Todas las aves celebraron el maíz que había salvado el Ts’iu mostrando, intercambiando y planeando las fechas para sembrar las semillas que tenían, excepto la X-jóonxa’anil que no rescató ninguna. Así que las aves entraron en asamblea para decidir lo que harían con ella que no quiso hacer nada. Como no llegaban a un acuerdo, hablaron a los vientos y a los Yuumo’ob para tomar una decisión. Y así lo hicieron.

Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra acordaron dos cosas: la primera fue que, por haber salvado el maíz, el nombre y la hazaña del Ts’iu quedaría en memoria colectiva y que los hombres nacidos de esta semilla sagrada contarían su historia; la segunda cosa que acordaron fue que por no haber hecho un esfuerzo por salvar alguna semilla, la X-jóonxa’anil tendría que hacer un sacrificio igual de valioso. La condición fue que si quiere comer de lo que hay en la milpa de la tierra tendrá que cuidar las crías que le ponga en su nido el pájaro Ts’iu. Es por eso que desde entonces el pájaro Ts’iu, después de acercar levemente su rocío espiritual sobre la hembra de su especie en un segundo (ya que estos nunca se tocan en el acto, sino el Ts’iu solo revolotea y dispara quedando unidos únicamente por un camino líquido que trasporta la vida), bebe los huevos de la X-jóonxa’anil para poner los suyos en su nido y así esta los cuide y crezca como si fueran sus hijos en agradecimiento al ave que salvó al maíz.

En el monte se oyen muchas historias. Los abuelos mayas cuentan esta historia un poco diferente a como lo estoy contando, ellos la cuentan con el humor y la entonación que es nota característica de las lenguas originarias. Así es como se conservan estas historias cargadas de filosofía y memoria hechas poesía oral. A veces intervienen otras aves y otras veces lo cuentan un poco distinto, pero el pájaro Ts’iu, el maíz y la X-jóonxa’anil siempre están.

Con ese mismo humor también cuentan sobre sus experiencias con los Wáayo’ob (entes demonizados por la Colonia), dicen que no hay que tenerle miedo al monte, pero sí respeto. A veces, si uno muestra el interés necesario, también cuentan qué planta te cura la diabetes, cuál te baja los triglicéridos y el colesterol o cual te quita la calentura. En el monte escuchamos a los vientos soplar y sabemos que no estamos solos. Ahí conviven todos los animales, comen y toman lo necesario. En el monte es donde ponemos la milpa. Un ecosistema equilibrado para el alimento y auto sustento donde la familia convive con los animales y las plantas. Casi así como esos “paraísos ecoturísticos” en los cuales los que pueden pagarlo pasan sus vacaciones, pero para quien vive en la milpa sólo tiene que saber pedir permiso y dar agradecimiento a los vientos.

Eso es, permiso y agradecimiento a la tierra como lo hacen los abuelos, podría ser el modo de atravesar estos tiempos de consumo inmoderado, de políticas públicas que no son políticas y menos públicas, de inversión privada, de zonas departamentales, de country clubs llenos de paranoicos que se remiran las espaldas a cada rato, de carreteras que derrumban árboles de 100 años, de edificios, de malecones que destruyen manglares, de elecciones y partidos políticos corruptos, de contaminación de ríos, de transgénicos, de racismo institucional y de una indignación generalizada y a punto de estallar.

Ante todo esto, recurrir a una práctica como la que realizaron las aves al término de la quema podría ser una opción viable ante esta crisis del capitalismo. Me refiero al intercambio de semillas. Aquí en la península se viene haciendo desde hace ya unos años: en Yucatán celebramos el 25 de abril en la escuela agroecológica U Yits Ka’an situada en el municipio de Maní, la Quinta Fiesta del Intercambio de Saberes y Semillas; En San Francisco Suctuc, Campeche, se celebró la octava Fiesta de las Semillas Nativas el 26 de abril; Quintana Roo celebró la treceava Feria de semillas del Poniente de Bacalar en la comunidad de Buena Esperanza el 3 de mayo, fecha en la que nosotros, los indígenas mayas, sabemos que inician las lluvias aunque durante la colonia le hayan cambiado el nombre al de “Día de la Santa Cruz”.

Estas ferias de las semillas son solamente posibles por la fuerza y el deseo que tienen los campesinos mayas para compartir y guardar sus semillas, aunque para hacerlo tengan que salir de sus comunidades. Esto es raíz que deja pájaro Ts’iu y las aves del monte que salvaron las semillas de la gran quema. Hoy en día la semilla peligra por los transgénicos, producto de la ambición de empresas como Monsanto que solo buscan su enriquecimiento, y peligra porque la semilla natural está dejando de producirse. Quizá esto quería decirnos Víctor Heredia en su canción “Sobreviviendo” cuando dice: “no quiero ver un día manifestando/ por la paz en el mundo a los animales/ Cómo me reiría ese loco día;/ ellos manifestándose por la vida/ y nosotros apenas sobreviviendo/. Quizá a esto se refieren los abuelos cuando dicen que el monte se quemaba por no saber respetarlo. Quizá sea necesaria otra gran quema para acabar con esos cultivos que nos enferman, y quizá en esta ocasión, según la gravedad del caso, necesitemos de muchos pájaros Ts’iu para salvarnos.

“Chez Rene” de Marie Le Glatin Keis
“Chez Rene” de Marie Le Glatin Keis
Janil Uc Tun

(Ticul, Yucatán 1994) es egresado Centro Estatal de Bellas Artes en el área de Creación Literaria, generación 2011-2014. Actualmente reside en la ciudad de Mérida y cursa el séptimo semestre en Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán.

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