Quixote v/s Superman IX: Steve

Lengua: Español / Inglés

I
La mirada fija de Esteban Franco no cesaba, era algo impresionante. El contraste de sus ojos, sus facciones, su tamaño, una persona de casi dos metros pero además Kenneth era robusto, su voz gruesa, al hablar parecía que hacía vibrar cada metal de la camioneta. Y el hecho de no entender inglés acentuaba las características guturales de aquel individuo que platicaba con el conductor desde la ventana del vehículo en aquella primera vez que detenían su camino desde que salieron de Brownsville Texas.

En la camioneta, además del conductor y Estaban, venían seis personas más, cuatro hombres y una señora abrazada de un niño de siete años a quien durmió por constantemente rezar en voz baja el rosario que traía en su mano izquierda; antes de llegar a Raymondville prevaleció un silencio atroz que infundía sentimientos difíciles de describir, una especie de esperanza y temor, la antesala inmediata de un destino. Esta tensión sorprendía a Esteban, ya que en ningún momento previo desde que emprendió su camino desde Guadalajara lo había sentido; ello era una aventura sin expectativas. Tenía dieciséis años, su vecino Ricky le propuso ir a EEUU y aceptó. Ni siquiera cuando cruzó en calzones nadando por el Río Bravo sintió el tipo de impaciencia y resquemor que ahora albergaba por ósmosis grupal.

Al cruzar la interestatal 69 que conectaba al Highway 77 con Corpus Christi y después de breves pláticas y de cantar a Rocío Dúrcal, Juan Gabriel y a Vicente Fernández de súbito todos durmieron; el cuerpo cobraba los altibajos del gran temor que persistió hasta Raymondville, último puesto de revisión oficial de la Patrulla Fronteriza, seguido por la euforia de saberse sin obstáculos aparentes hasta Houston. Todos descansaron bajo lo que era más similar a un desmayo.

Esteban observaba las estrellas en esa fresca madrugada de octubre de 1991 y justo antes de dormir pudo ver a un venado que cruzó la carretera, treinta minutos antes de que el vehículo pasara cerca de Victoria Texas.

—What are you looking at bro? Do you understand me? Pacou I think your friend is in love with me! Is this the first time you meet a handsome African American? Dam Pacou! I think I’m the first black he meets!

El conductor y Kenneth rieron mientras Esteban, quien regresaba de un descanso tan breve y profundo que lo desconectó de su sentido de tiempo y lugar, sonrió, pensando que esa persona en la ventana era el primer hombre de raza negra que conocía. Kenneth tomó el lugar de Paco conduciendo y se dirigió al área del Second Ward, destino final de dos de los pasajeros; después de despedirse, se encaminaron a donde una tía lejana de Ricky alojaría a su sobrino y a su amigo. Esteban observaba con detenimiento y sorpresa los descomunales edificios de Downtown y del Medical Center de Houston, sintió como si se hubiese despedido unos minutos antes en el Second Ward de dos hermanos y ello le causaba conflicto, porque los había conocido por primera vez la noche anterior.

Nunca más volvió a tener noticias ni de ellos, ni de la señora, ni del niño que lo acompañaron en aquella primera vez que entró a Estados Unidos, aunque siempre en alguna noche de octubre, al fumar un cigarro y observar la luna recuerda al venado, alguna letra de alguna canción de Rocío Durcal, y brevemente se pregunta: ¿Qué habrá sido de ellos?

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II

“Nada cambia más pronto ni más radicalmente la psicología del hombre que la propiedad…”
José Carlos Mariategui

Justo antes de abrir los ojos Esteban Franco soñaba que miraba las estrellas en la ventana de un vehículo que recorría el Highway 77. Todo era oscuro, dentro de la camioneta algunas luces, el velocímetro, el estéreo con música casi imperceptible, el rojo del cigarro de Paco en la ventana del conductor y afuera una neblina espesa que caía y ocultaba.

Esta tercera ocasión había sido más intensa que las anteriores al grado que Franco tuvo un ataque al corazón.

El cuarto frío del Hospital St. Joseph fue lo primero que vio al despertar; no sabía ni cómo había llegado allí ni quién lo acompañó. Lo último que recordaba era el final de aquella fiesta en su departamento, haber bebido cerveza y tequila junto con los demás, que consumió cocaína cuando avanzó rumbo a su cuarto con dos mujeres, tuvo sexo y regresó a la sala, donde otros tenían sexo. Luego volvió a drogarse mientras las chicas desnudas discutían si a Steve le gustaban más las nalgas o los senos.

Aunque Steve Franco tenía frecuentemente reuniones similares nunca afectaban a su trabajo. Incluso si estaba crudo o drogado al trabajar lo único distinto en él era el cambio de su comportamiento, su seriedad, mas las responsabilidades siempre fueron cumplidas, por su empeño, su compromiso y su capacidad. Franco tenía una situación económica holgada que le permitió vivir bien, pero también le facilitó sus excesos.

Extrañaba a México, y muy en particular a Guadalajara, pero también le temía ya que sabía de primos que vivían allá y que incluso habían logrado entrar a la universidad no alcanzaban logros económicos en la medida en que él los tenía en Houston. Justo cuando pensaba en ello su amigo Ricky entró a su cuarto.

—¡Puta madre Franco!, ahora si nos asustaste. ¡Ya ni chingas!, el doctor dice que si hubieras recibido el RCP unos minutos después hubieras muerto. ¡Ya te dije que dejes esas chingaderas!

Esteban, con la mirada fija en la pared, no pudo hablar. Ricky lo abrazó, ambos lloraron.

—¿Alguna vez has pensado en regresar a México —le preguntó Esteban a Ricky una vez repuesto.

—¡Claro que no!, está bien jodido por allá para nosotros Steve… Aunque por otra parte, si no dejas esta mierda te va a matar y pues allá tienes familia, otros amigos y también no importa el trabajo que consigas, no vas a ganar lo suficiente para pagar las drogas caras que aquí compras, los salarios allá no dan para eso —contestó Ricky.

Al salir del hospital Esteban canceló todos sus compromisos de trabajo, reasigno a otros los que no pudo cancelar, vendió sus cosas, desalojó el departamento en el que vivía, tomó su camioneta del año y una tarde manejó sobre el Highway 77, esta vez rumbo a Brownsville Texas. En el camino, cuando estaba a quince millas de Victoria realizó una llamada a Alejandra, una de las hijas de su jefe.

—Alejandra, soy yo, Franco. ¿Sabes?, nuestras citas son reales… siempre he estado enamorado de ti. No he avanzado más ni te he dicho nada porque nunca he sido una buena opción. En la última crisis que tuve, de nuevo por consumir coca, casi muero. Te marco porque hoy lo he decidido, quiero ser el papá de tus hijos. Voy rumbo a México. No, no, no. No cambiará mi decisión. Lo que sí quiero dejarte claro es que estaré en Monterrey, donde sé que tienes familia; llegaré allí en tres o cuatro días porque tengo que vender mi camioneta en Brownsville, pero también quiero dejarte muy claro algo: si tú decides venir a vivir a Monterrey conmigo yo te haré la mujer más feliz del mundo, seremos esposos, tendremos dos hijos, un niño y una niña, y probablemente viviremos modestamente, pero amor no faltará.

Dos meses después y en contra de su familia de Houston Alejandra alcanzó a Esteban en Monterrey. Un año después su hija Itzel nació y dos años después su hijo Ricardo.

I
Esteban Franco couldn’t stop looking at him, he was something very from what he knew until then. The size of his eyes, their contrast, his face, his mere size; Kenneth was an almost 7 feet tall man, more than 300 pounds of weight with a very strong voice which seemed to make every small van’s metal shake. Since Esteban didn’t speak English, Kenneth’s voice’s features were accentuated when he was talking from outside vehicle’s window during that first time when they stopped since their Brownsville Texas departure.

There were seven passengers and the driver; four young men, Esteban and a middle age woman who was embracing a seven years old kid and who by praying quietly in the back side of the van got the kid into sleep. Before getting to Raymondville a heavy silence prevailed and it was clear that a sort of hope and fear cohabitated a sense of previous stage of a given destiny. The whole situation disturbed Esteban because it was the first time he had that feeling since his departure from Guadalajara Mexico, and not even when he had crossed Grande’s River, which was actually even more dangerous, he felt that type of tension.

Esteban was there as a result of his friend Ricky’s invitation to have an adventure by going to The States. Franco was sixteen years old, nothing better to do then, and joint his friend on that adventure.

Once the van got interstate 69, the one which connects Highway 77 with Corpus Christi, and after brief conversations which ended on singing some popular songs in Spanish from Rocio Durcal, Juan Gabriel and Vicente Fernández, they all slept; at that point they were a couple of hours beyond Raymondville, the last checkpoint of the Border Patrol, and there was not any substantial obstacle for them to get Houston Texas. Everyone seemed to be very tired, what might had been resulted from the ups and downs of facing a great fear followed by the great sensation of knowing that they made it when they were finally sharing and singing together. During that 1991 October’s night, of all the passengers, Esteban was the last one closing his eyes, and before doing it he was looking the stars. Fifteen miles away from Victoria he saw a red deer.

—What are you looking at bro? Do you understand me? Pacou I think your friend is in love with me! Is this the first time you meet a handsome African American brother? Dam Pacou! I think I’m the first black he meets!

The driver and Kenneth were laughing while Esteban, who was coming back from a dream which detached him from any sense of place and time, smiled and thought who shocking for the first time meeting an African American was. Kenneth took the place of Paco driving, leaded the van to Houston’s Second Ward and dropped two passengers there. Franco had mixed feelings while looking at Houston’s Downtown and Medical Center amazing buildings because he felt like if he would’ve had said goodbye to two of his closest friends was when they dropped those two passengers at Second Ward when he had actually just met them a night before.

He will never know anything of those 1991 October’s passengers in the future, but once in a while, after lighting a cigarette up at night and specially on fall, he would get a Rocio Durcal’s earworm and he would wonder, at least for a few minutes, what might’ve been the whereabouts of those persons who he met the first time he arrived to the United States.

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II

“Nothing changes more human’s psychology than
men’s property…”
José Carlos Mariategui

Just before opening his eyes he was listening that Rocio Durcal song, he happened to see again that red deer on Highway 77 and suddenly he woke up at one of the white and cold Saint Joseph hospital’s rooms located in Houston’s downtown. It was his third seizure, and this time he almost got a heart attack.

He didn’t know neither how he got nor who took him there. The last thing he remembered was when he was in that party where he walked toward his room after drinking quiet a lot of beer and tequila, had sex with two girls and got down to the living room to drug himself again while discussing whether he was a boobs or a butt man while others were having sex and they were naked talking and consuming cocaine.

Although those types of parties were regular for Steve Franco and even though he used to spend literally thousands of dollars on them they never affected his job. He was a very responsible hard worker who never failed his commitments, reason of why he always had a comfortable monetary situation.

He missed Mexico, especially Guadalajara, but he also was afraid of it. Every time he called o Jalisco he knew than even those cousins who got into college were unable to buy the type of life he was having in Texas. He was thinking about it when his friend Ricky got into his hospital room.

—¡Puta madre Franco!, now you really scare the hell out of us!, ¡Ya ni chingas cabron!, doctors said you were about to die!, I already told you to cut that shit out!

Esteban couldn’t raise his eyes, started crying and Ricky approached to him also sad and crying. Both of them clear their tears, and Esteban asked.

—Have you ever thought about going back to Mexico?

—Of course not!, Mexico is very fucked up… although, for instance, it might not be that bad for you. Something is sure, the amount of money you will get there won’t be enough for buying those expensive drugs you buy around here, the ones which are actually killing you. You will definitely quit there cuz if you don’t do it mother fucker, you won’t eat —Ricky answered.

A couple of days after leaving Saint Joseph Esteban Franco reassigned all the work’s commitments he had, sold most of his belongings, talked with his landlord, left his apartment, took his brand new truck and drove Highway 77, this time toward Brownsville Texas.

When he was around fifteen miles away from Victoria, he called Alejandra, one of his boss daughters.

—Alejandra?, I’m Steve. Look, I need to tell you something. Those dates we had… they were real. I’ve been in love with you for many years; I didn’t tell you anything because I was not the best shot for you. I know you know I had a seizure, I almost die Alejandra, you didn’t need a drug addict as your partner of life. But now I took my decision, I’m going to be the father of your kids. I’m on my way to Mexico, no, no, no. I’m not changing my mind, but one thing I can tell you, I’m gonna stay in Monterrey, where I know you have family; I will be there after three or four days because I need to sell my truck in Brownsville, and I want to tell you something very important, please listen carefully: if you decide to come an live with me at Monterrey I’m going to make you the happiest woman in the world, I will marry you, we will have two kids, a girl and a boy, and we will probably have a modest life, but it will have plenty love. Two months later and against all her family suggestions Alejandra decided to move to Monterrey. A year later her daughter Itzel was born, two years later her son Ricardo came.

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Fotografía de Daniel Sosa
Para citar este texto:

Sosa, Daniel: «Quixote v/s Superman IX: Steve» en Revista Sinfín, no. 20, noviembre-diciembre, México, 2016, 68-75pp. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/

Daniel Sosa
Daniel Sosa

Consultor empresarial con más de cinco años de experiencia en soluciones de negocios en México y Estados Unidos.

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