Recordar es importante: 2 de octubre de 2015

Aquí marcha la injusticia y la esperanza. Porque desde hace más de cuatro décadas las personas han aprendido a recordar una parte de su historia, directa o indirecta, pero al fin, parte de ellos. Sobre esta plaza de las Tres Culturas ya no queda sangre, ni cuerpos apilados, ni llanto, ni miedo, casi todo se lo ha llevado el viento y el tiempo, la mentira y el silencio, a excepción de los fantasmas que pueblan estas calles grises y ruidosas, llenas de gente cansada y frustrada.

Son las 4 p.m. y la estación del metro Tlatelolco está llena de personas, excede por mucho su capacidad y está al borde del colapso, pero no colapsará. Los contingentes esperan impacientemente para subir las escaleras y sentir el aire fresco de este viernes 2 de Octubre, diferente a toda esta semana nublada y de aire frío y deprimente. Parece que el sol hoy salió para marchar junto con todos los que se aglutinan allá afuera, porque brilla intensamente, brilla como si se fuera a ocultar otra semana.

El 26 de septiembre pasado, otra marcha de mayor magnitud recordó a los estudiantes normalistas desaparecidos, a otras víctimas del gobierno. Esa marcha comenzó al mediodía sobre Reforma, a la altura del Auditorio Nacional y concluyó alrededor de las 6 p.m. en el zócalo, bajo la lluvia, bajo un cielo nublado que acompañó el dolor y el sufrimiento de los vivos.

Por fin salen los contingentes de la UNAM y recorren las unidades habitacionales hasta llegar a la avenida Ricardo Flores Magón y Eje Central, en la que esperarán hasta que llegue su turno de marchar. A la izquierda, miles de personas con banderas y consignas en los labios. A la derecha también. Pero hay un edificio en construcción, y desde lo alto, como a 15 o 20 metros de altura, los constructores del mundo observan curiosos. Son como diez albañiles que han tomado lugar entre las vigas de acero, y desde ese esqueleto inconcluso, se impacientan al ver a la multitud. Quizás quieran bajar y marchar esta tarde soleada, o sólo preguntar el motivo de tal concentración, pero no, el trabajo a destajo no se los permite. Quizás sea el otro año, o el siguiente mes, o nunca. Ellos no tienen las tardes libres.

Un silbido recorre el ambiente y explota en el cielo, su sombra se proyecta sobre un edificio y se disuelve con lentitud de la misma forma en que lo hace el sonido. Entonces, un contingente arriba a la marcha, con pasos lentos y mesurados. Son menos de 30 personas, y vienen de San Salvador Atenco. Ellos se han hecho tan indispensables en la lucha social, que van a todas las marchas y concentraciones, aparecen en foros, en volantes, en fotos y en proyectos organizativos desde la década pasada. Incluso desde antes de que el infierno los alcanzara y la represión los arrastrara a las peores humillaciones, a las infamias más crueles y las acusaciones y sentencias más ridículas, como los 112 años de prisión dictados por el Trbunal Superior de Justicia del Estado de México contra Ignacio del Valle, dirigente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra.

Por fin avanza con regularidad la marcha. A lo largo de ese trayecto se decoran las paredes opacas y deslavadas y descoloridas, con exigencias muy simples: “Devuélvanos a los nuestros”, “2 de Octubre, ni perdón ni olvido”, “Presentación con vida de los desaparecidos”. La marcha se apropia del espacio público que les es arrebatado cotidianamente a esos individuos que en momentos excepcionales pueden serlo todo. Ninguna de esas exigencias tiene punto final en las paredes, y no se debe a una falta de ortografía, sino a una consideración premeditada: son exigencias presentes, inconclusas, abiertas, por realizar. ¡No puede ser de otra forma! Uno nunca dejará de extrañar a su hijo, a su madre, a sus hermanos, a sus camaradas, a sus compañeros contra los que se ciñó la fuerza de los malditos asesinos, de los impunes burócratas que con una firma o una llamada fueron capaces de destruir los sueños de los soñadores, las palabras de los poetas, las ilusiones de un mundo por venir pero que nunca llegó y dictar así, los destinos de personas que ni conocían, de los que no importan ni sus nombres ni sus caras, ni sus gustos ni sus recuerdos, porque con las balas, con el silencio, todo eso se borra, desaparece, y nadie debe de ser castigado por lo que no hizo.

Casi a las 6 p.m. por fin llegamos al Zócalo y los contingentes caminan enfrente de la catedral, después, giran a la derecha y pasan por Palacio Nacional para integrarse al mitin que lleva menos de 20 minutos de dar inicio. Uno a uno se suceden los oradores y entonces, uno pide un minuto de silencio. Silencio para los caídos, para esos muertos silenciosos que no se pudieron expresar individualmente pero que están ahí, en la memoria de los que hoy asisten. Porque las cifras mienten, porque el gobierno miente, porque aún hoy se sigue sin saber realmente quiénes hacen faltan, cuántos son, cómo eran, cuántas veces se enamoraron y levantaron su voz. Pese a todo, ese minuto de silencio es un suspiro por ellos, para ellos, es un minuto de esperanza porque se desea con convicción que ellos regresen, que se deje de hablar de ellos en pasado y se haga en presente, que vuelvan a nosotros. Y sin embargo, el silencio los ha devorado, el silencio oficial de los burócratas y militares, de aquellos que imponen el silencio para calmar los nervios.

El minuto aún no se consuma, más personas llegan al Zócalo y hacen el mismo recorrido, y en el segundo 50, o 55, o 59, no importa, estallan los cohetes, los petardos y destruyen el silencio sepulcral. Detrás del mitin, a unos 30 metros está la puerta de Palacio Nacional y sobre ella se estrella el enojo de una parte de los asistentes. Se lanzan piedras, latas, botellas, pintura, petardos, groserías, pero es impenetrable. Los inconformes siguen hasta el final de Palacio sobre la avenida que lleva hasta Pino Suárez, y ahí se lanzan todos los artefactos que ese día puedan dañar a los granaderos. El enfrentamiento se prolonga durante 30 minutos y las llamas aparecen, iluminan, y recuerdan que el fuego es el único aliado en esa batalla perdida contra la policía.

El mitin no se detiene y la policía avanza sobre los manifestantes creando la paranoia, muchos corren para escapar de la represión. Minutos después el Zócalo se va despejando. Hoy la marcha recordó una parte de la historia del movimiento estudiantil como lo ha hecho desde hace 47 años en los que la justicia no llega ni los culpables son enjuiciados. El siguiente año la marcha quizás tomará el mismo rumbo y las mismas demandas legítimas, y quizás los asistentes se den cuenta de que recordar no es suficiente.

Recordar es importante, pero no redime a los muertos.

Tlalchikiueuentsin de Martín T
«Tlalchikiueuentsin» Fotografía de Martín Tonalmeyotl
Para citar este texto:

Rayo, Gerardo. «Recordar es importante: 2 de octubre de 2015» en Revista Sinfín, no. 14, noviembre-diciembre, México, 2015, 64-67pp. ISSN: 2395-9428.

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