Amor de cuarto oscuro

Fotografía de Gabriel Chazarreta

Hoy te soñé. Recuerdo que el sonido de algo cayendo en otra habitación me hizo despertar, y en ese intervalo en que estás despertando pero no puedes abrir los ojos porque parte de ti sigue en el mundo de Morfeo, te contemplé: primero tus ojos, cafés no sólo en el color sino en la forma. Sí, esos que me recuerdan a las semillas del café, sí, esos que me roban el sueño igual que una taza de café matutina. Después vi tu sonrisa, tus labios, esos labios curvados que al recorrerlos me mareo. Me desperté del todo, miré a mi alrededor maldiciendo por no haberte encontrado en mi habitación, maldije ese objeto que cayó y me despertó borrándote de mi vista soñadora; sin embargo, no desaparecías de mi mente y cerré los ojos intentando dibujarte de nuevo… hasta que lo conseguí.

Volví a soñarte. Después de revolverme en mi cama durante un buen rato, otra vez apareciste. De nueva cuenta pude ver tus ojos, tu sonrisa. También logré ver tu cabello cayendo en rubias cascadas sobre tu espalda, alcancé a observar tu cuerpo tan blanco, tan sensual. Desde tus pequeños pechos, esas montañas tan diminutas, tan finas que noche a noche sueño con escalar hasta tus piernas, esas largas y sensuales piernas entrecruzadas.

Estiré los brazos, los cerré creyendo que podría tomarte cuando sentí como te esfumabas entre mis dedos. No hubo nada más, eras tú brillando en la oscuridad y sólo quedó oscuridad; ni siquiera alcanzaba a ver mis propias manos. Volví a despertar.

Decidí levantarme y salir a fumar. Desde el balcón de mi casa alcancé a ver la plaza, en ella se distinguía una pareja de enamorados susurrándose al oído; los maldije con envidia. Prendí el cigarrillo y volviste a aparecer, cada voluta de humo me recordó las curvas de tus senos, de tu cintura. Consumí el cigarrillo y me di cuenta de que soy como ese pitillo, me estás consumiendo.

Cerré las cortinas y el cuarto se apagó, recordándome la oscuridad de mi sueño, casi pude verte desapareciendo entre mis dedos nuevamente. Encendí el estéreo y sonó “Amor de cuarto oscuro”, mis labios formaron una sonrisa ante la ironía. Determiné que era hora de ducharme y salir a buscarte.

Recorrí la plaza en la que la pareja se susurraba y noté que ya no estaban. En cambio, tu figura femenina y tentadora apareció a lo lejos haciéndome levantar de la banca en que me había sentado y caminé lentamente hacia ti. Caminábamos tan lento que pude disfrutar de la imagen de verte caminar con tanto árbol a tu alrededor. Por fin te sentí cerca, por fin pude ver tus ojos sabor café y los devoré con mi mirada, por fin sentí la humedad de tu cascada de cabellos y sin más me fusioné contigo en un abrazo para empaparme de ella. En ese abrazo por fin sentí tus cálidas montañas reposando sobre mi agitado pecho. Tu mano se entrelazó con la mía y en ese momento una gran nube cubrió el sol llenando todo de oscuridad. Cerré los ojos y te apreté fuerte cubriéndote con mis brazos. Regresamos al inicio, de nueva cuenta  temía perderte y perderme en esa oscuridad, tenía miedo de nuevamente estar soñando… comenzaste a convertirte en humo, en ese humo de cigarrillo que fumé y justo cuando estabas a punto de desaparecer una canción logró escucharse a lo lejos…

No esperes despierto,

no esperes más calor,

amor de cuarto oscuro,

como te prometió.

Abrí los ojos y noté con sorpresa que no eras tú la que desaparecía, esta vez fui yo el que se esfumaba… entonces sonreí al contemplarte. Fue aquí donde entendí todo. Ahora sé que yo también formo parte de tus sueños. Lograste verme una última vez antes de despertar y yo pude escuchar una última estrofa de la canción antes de marcharme. Mi sonrisa se ensanchó al tener la certeza de que habrá más sueños para perderme en tu aroma a café y quizás algún día ambos despertemos y despertemos juntos. Con esa sonrisa me fui cantando:

La espera degenera, ya sabes que volvió

a donde la encontraste, como te prometió.

Para citar este texto:

Blanco Hernández, Gilberto. «Amor de cuarto oscuro» en Revista Sinfín, no. 2, noviembre-diciembre de 2013, México, 79-81pp.
https://www.revistasinfin.com/revista/

Gilberto Blanco Hernández

Soy Gilberto, estudié la carrera de Historia en la UNAM y actualmente me dedico a la docencia, impartiendo las clases de Historia universal, Historia de México y Geografía. He publicado de manera independiente los libros El Castillo Amarillo y otros relatos de terror y locura (2017) y Adoradores de Dagón (2019). Actualmente trabajo en mi tercer libro de cuentos.

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