El joven reconoció que había muerto cuando notó la amarga indiferencia de la gente. Era demasiado astuto como para ignorar que era invisible ante los demás. Durante su infancia había leído muchísimo sobre el Doppelganger, la idea de que en algún punto –y en algún curso– existía un ser idéntico a él. Pero ahora no le obsesionaban esos detalles, quería regocijarse del encuentro, de la revelación, quería, en suma, extasiarse del abominable espectáculo de su muerte. Por tal motivo, observó con paciencia la llegada del oficial y de los paramédicos, seguido de los peritos y carropatrullas. Afuera, ya una portentosa muchedumbre esperaba ansiosa la visión de su cadáver.
El oficial entró a la casa y miró detenidamente el cuerpo. Debajo de una mesa pudo ver una botella de vino y un cuaderno de notas.
–Señora –pronunció amablemente el oficial– ¿El chico vivía sólo o con alguien más?
–No… ¡No! –Alcanzó a espetar la que parecía ser su madre– el niño vivía sólo conmigo.
El oficial se detuvo unos instantes, asintió con la cabeza y torció ligeramente la boca, luego, la miró contemplativo. Algo no engranaba en el cintillo de las piezas, la casa aparentaba ser muy agradable como para vivir sin preocupaciones: los muebles estaban limpios, los frascos y libros ordenados, las copas y las vajillas permanecían impecables. El oficial frunció el ceño, se limpió la nariz y volvió a interrogar.
–¿No sabe –masculló con aspereza– si el joven tenía problemas, no advirtió algo digamos… inusual en los recientes días?
–Pues… mi hijo era un muchachito perfectamente normal –replicó la señora– casi no salía de la casa, no se metía con nadie, le embelesaba quedarse a escribir. Sí, eso hacía. Se pasaba las noches escribiendo.
El oficial tomó apunte y se apretó los labios. Después, buscó en su bolsillo.
–¿Dice usted que se pasaba las noches escribiendo? ¿Y no sabe qué es lo que escribía?
–¡Cuentos! –Respondió la señora– ¡Escribía esos malditos cuentos!
De golpe, el oficial recordó el cuaderno. Sabía que allí encontraría la clave de su espantosa muerte. Se dirigió de prisa a la mesa, apartó la botella de vino y levantó el cuaderno de notas. Tras revisar las primeras hojas, leyó el título de un cuento. Era la extraña historia de un joven que había recibido la visita de un ser idéntico a él. Luego de reconocerse mutuamente, los dos comprendían que no era admisible que compartieran la misma cuita y el mismo espacio. Si el universo había conspirado para semejante burla, entonces era la obligación de uno de los dos dejar de existir. Acordaron fingir la muerte del otro, querían restregarle al destino que era posible y un derecho, vivir una misma muerte. Colgaron a uno de la punta de un madero.
El oficial cerró el cuaderno de notas, miró a la señora distraído y luego de unos segundos mintió. Dijo: “Aquí sólo hay historias señora, meras fantasías de escritores.”
Para citar este texto:
Ferrera Montalvo, Jorge Daniel. «Cuaderno de un ahorcado» en Revista Sinfín, no. 2, noviembre-diciembre de 2013, México, 52-54pp. |
Jorge Daniel Ferrera Montalvo
(1989, Mérida, Yucatán, México). Escritor, narrador y ensayista. Estudiante de literatura latinoamericana por parte de la Universidad Autónoma de Yucatán. Colaborador del Diario Notisureste y editor en la revista electrónica Delatripa: narrativa y algo más. Publicaciones: ha sido publicado en las revistas Punto en Línea y Sinfín, en la revista El Búho, del escritor René Avilés Fabila; en la gaceta electrónica Río Arriba; en la revista Letralia, Tierra de letras; en la revista Palabras Diversas; en la revista Cronopio de Colombia y en la revista chilena Experimental Lunch. Asimismo, ha sido incluido en la Antología de microficción Pluma, Tinta y Papel y en la antología Virtual de Minificción Mexicana. Otros espacios de publicación han sido: Al final de la vigilia, del escritor Carlos Martín Briceño y los suplementos literarios Letras en rebeldía y Yucatán Hoy.