El Filosófo

El gran filósofo griego se dirigió a su casa después del juicio, escoltado por dos hoplitas y algunos amigos. Al llegar se despidió de ellos y los dos hoplitas se quedaron custodiando la puerta. Adentro lo estaba esperando su mujer hecha llanto, a quien consoló con un fuerte abrazo. Después se encaminó hacia su cuarto con un pequeño vaso en la mano derecha y no permitió que nadie entrara. Se sentó en la cama y dejó por un momento el recipiente en el suelo. Enseguida una melodía que provenía de una flauta invadió el lugar. El filósofo logró apearse de la cama e intentó encontrar el origen de la melodía, pero no lo consiguió. Recordó, entonces, que alguna vez había comprado una flauta en el mercado del Cerámico sin saber en realidad para qué. Pensó que tal vez algún día podría necesitarla. La encontró escondida en un baúl, entre algunas de sus pocas vestimentas, y con ella en las manos empezó a tratar de imitar la melodía que escuchaba, pero el gran filósofo griego era muy torpe para el arte, y de la flauta sólo salían ruidos horrorosos. En ese momento lloró. De la flauta empezaron a salir toda una serie de imágenes que lo sorprendieron. Pegaso voló imponente, tres arpías revolotearon de un lugar a otro, Cerbero se paró junto a la puerta como guardián, Polifemo se golpeó la cabeza contra el techo y otros seres fabulosos ocuparon su lugar entre las cuatro paredes del cuarto.

Fue Pegaso quien rompió el silencio y dijo:

— Sócrates, tú nos has asesinado.

— ¿Qué? —preguntó el filósofo sin entender nada.

Y todos repitieron en coro:

— ¡Sócrates, tú nos has asesinado!

El filósofo, asustado, tomó la flauta e intentó partirla, creyendo que así podría hacer desaparecer las imágenes.

— Es inútil tu esfuerzo —replicó Polifemo.

— Pero… no entiendo…

— ¿No entiendes? ¿Tú, un filósofo, nos dices que no entiendes? —dijeron las tres cabezas de Cerbero.

— Sólo sé que no sé nada —respondió Sócrates acudiendo a su frase de cajón.

— ¡Ya cállate! —gritaron las arpías.

— ¡Tú nos has asesinado! —repitieron todos en coro.

— Si así fue, no lo hice con intención.

— ¡Claro que sí! Tú y tu preguntadera. Tú y tus palabras nos destrozaron.

— Pero… ¿por qué me acusan? Yo sólo trataba de encontrar la verdad y de que los hombres se dieran cuenta de que estaban equivocados.

— Pero el equivocado eres tú, Sócrates, pues fuiste el único hombre que se le ocurrió con osadía leernos al pie de la letra.

— ¡Eso es falso! ¡Ustedes no existen!

— Claro que existimos. Eso lo sabían muy bien los hombres antes que tú. Pero ahora por tu culpa sólo seremos sombras de fantasmas que ya no tendrán cuerpo ni valor y quedaremos relegados a simples historias. Cada vez que alguien dirija su mirada hacia nosotros siempre tendrá a Sócrates en su mente para juzgarnos.

— Pero el hombre es un ser pensante, y si no hubiera sido yo, otro lo habría hecho algún día.

— Quizás estés en lo cierto, pero fuiste tú y ése es el punto.

— Pero….

— No más peros, Sócrates. A partir de este momento daremos nuestro juicio. Por tu culpa, la imaginación desde ahora llevará sobre sus hombros una maldición, la maldición de la duda. Y como castigo errarás por las orillas del río Aqueronte, no sólo cien años, sino toda la eternidad, sin poder cruzar para que tu alma encuentre el anhelado reposo, y recorrerás a brincos sus orillas con una flauta entre tus manos como un sátiro. Ahora ya puedes seguir con tu sentencia.

Sócrates bebió del recipiente. Las imágenes abandonaron el cuarto a través de la flauta. Su mujer, que había escuchado tras la puerta las palabras del filósofo sin entender nada, se preocupó y llamó a algunos vecinos para que la derribaran. Al entrar encontraron a Sócrates acostado en la cama con las piernas cubiertas de un vello espeso, los pies transformados en pezuñas y su frente adornada con dos protuberancias en forma de pequeños cuernos, mientras sostenía la flauta en sus manos.

 

Para citar este texto:

Ríos Bonilla, Guillermo. «El filósofo» en Revista Sinfín, no. 1, septiembre-octubre de 2013, México, 51p.
https://www.revistasinfin.com/revista/

Guillermo Ríos Bonilla

Nació en 1976 en Colombia (Florencia – Caquetá), y en el año 2004 se naturalizó mexicano. Es Licenciado en Filología Clásica por la Universidad Nacional de Colombia y Maestro en Letras Clásicas por la UNAM. Ha trabajado como profesor, investigador y corrector de estilo. Ha obtenido primeros, segundos, terceros lugares y menciones en diferentes concursos de cuento en Colombia, México y Argentina. Es autor de las siguientes obras de cuentos: Historias que por ahí andan, Los vástagos del ocio y Burbujas de aire en la sangre.

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