El viejo y el poeta

En memoria de Jorge y Nepomuceno Moreno

Cuando se tiene un hijo, se tienen todos los hijos del mundo. Escuchó aquel verso mientras partía su viaje desde Sonora hasta la Ciudad de México. No se había interesado antes en las letras, su vida se resumía en el trabajo, en la familia y la poesía parecía lejana a su mundo, un asunto incomprensible y poco útil. Al llegar a su destino se incorporó de inmediato al movimiento de justicia que encabezaba el poeta, llevaban varios días en levantamiento. Era un movimiento grande, conformado por miles de personas que se sumaban al apoyo de todos aquellos padres que habían perdido a sus hijos en consecuencia de la violencia que desde años azotaba al país. Fue entonces que conoció al poeta. Sumarse a la causa era para él una obligación, una forma de obtener voz propia ante la injusticia que continuaba presente hasta en sus dientes al momento de hablar.

Ilustración del autor

La noche de su llegada, los militantes habían parado la marcha, descansaban en casas de campaña para que al día siguiente desde temprano pudieran continuar con su trayecto. El viejo pidió hablar con el poeta, sostenía un sobre en sus manos. “Es muy importante” decía con insistencia. Sin embargo, sus compañeros le aconsejaban que acudiera al día siguiente, pues el poeta se encontraba demasiado cansado para recibirlo. “He esperado desde hace un año para que alguien me escuche, por favor, llévenme con el poeta”. Los militantes, le preguntaron por el motivo de tan improvisado encuentro, la razón era la misma por la cual estaban todos en aquel lugar, varados, fuera de sus casas sin poder dormir. Pronto, se dirigieron hasta donde se encontraba el poeta.

Mientras el viejo caminaba por un sendero cubierto de piedras, recordó breves anécdotas, alguna vez se vio metido en problemas cuando su hijo de diez años rompió el vidrió de un automóvil al arrojar sin cuidado una piedra, se echó a reír de tan solo acordarse, su hijo era un muchacho alegre que muy a menudo salía de fiesta: “de seguro en una de esas se me casa”, llegó a pensar el viejo; aquella idea le borró la sonrisa del rostro. La noche fría y el silencio le evocaban su actual imagen: la de un hombre desesperado. “Espere aquí” escuchó de golpe. Minutos más tarde, pudo entrar, era una casa casi abandonada, sobre las paredes había hojas pegadas, llenas de notas. Sentado delante de un escritorio con poca iluminación se encontraba un hombre robusto y calvo. Escribía en una hoja con gran entusiasmo.

—¿Así que quería verme?

—Sí, señor, estoy aquí porque lo vi en televisión. Supe de su tragedia y del movimiento que encabeza, decidí unirme.

El poeta volteó a verlo, era un viejo de estatura baja, delgado, la postura de su cuerpo evidenciaba su gran timidez, se percató del sobre que llevaba consigo y le preguntó qué era lo que sostenía; aquello era el expediente de su hijo.

—¿y qué pasa con su hijo? —preguntó el poeta.

—Ni siquiera estoy seguro.

—¿Me permite el sobre?

Con movimientos torpes se dispuso a entregárselo, el poeta revisó el contenido hoja por hoja. Hacía más de un año que el hijo del viejo había desaparecido, fue el día que recibió una llamada telefónica de un amigo, salió de casa para ir a una fiesta, no regresó. El teléfono que estaba en modo vibración se sacudía intentando avisar, de no ser porque el cesante movimiento hizo desplomar los anteojos del viejo, no se hubiese despertado.

—¿Qué pasó, mijo? Son las seis de la mañana.

—Vienen por mí, apa, se acercan, vienen por mí.

—¿Quién, hijo?, ¿quién?, ¿quién viene?

—Son los policías, apa, ya vienen por mí.

Desde ese día el viejo prefirió seguir dormido que despierto. Todos los días al sonar el despertador recordaba los gritos de su hijo, era el recordatorio de que seguía desaparecido, nadie había podido decirle qué había pasado con él, nadie, ni siquiera las autoridades municipales. Fue a través del televisor de una cantina que vio el rostro del poeta.

Cuando el poeta terminó de escuchar su historia, se reconocieron, se abrazaron. Fue un abrazo cándido, el abrazo del padre que duele, el abrazo del padre que llora.

—Sabe, yo no sé mucho de poesía, pero cuando venía hasta acá, justo escuché un poema, siento que fue escrito para mí y quisiera leérselo.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
          que la calle se llena
         y la plaza y el puente…
Cuando se  tienen dos hijos
         se tiene todo el miedo del planeta,
         todo el miedo a los hombres luminosos
         que quieren asesinar la luz y arriar las velas…

Memorizó con esmero aquellos versos con el único propósito de recitárselo al poeta, pues supo de inmediato que entendería.

—Muchas gracias por haberme recibido, no necesito más.

—Gracias a usted por unirse. Ojalá nos acompañe hasta que lleguemos al sur del país.

—Lo veo poco probable

—¿Y eso por qué?

—No traje mucho dinero y además mi esposa me espera.

—Pero seguro mañana en la tarde estará presente, ¿verdad?

—Por supuesto. Allí estaré. Al día siguiente, la marcha continuó su trayecto. El viejo sostuvo en todo momento una pancarta con la fotografía de un joven de escasos 20 años. Cuando cayó la noche se despidió del poeta: “espero que pronto tengas noticas de tu hijo”, le dijo el poeta. El viejo agradeció y quedó inmóvil entre una multitud que avanzaba poco a poco. Al tomar partida de regreso a su lugar de origen, mientras iba en el autobús, con la cabeza apoyada en la ventana, pensó en aquello que podía hacer para encontrar a su hijo, tenía una idea, estiró su cuerpo y se quedó dormido. El movimiento siguió su camino en la espera de que más gente su uniera, con la esperanza de obtener una respuesta, de encontrar a quien habían perdido.  Fue mientras tomaba el desayuno que se enteró a través del periódico de un asesinato poco aclarecido, ese día supo el nombre del viejo al verlo escrito en el titular, lloró ante la fotografía que acompañaba la nota, la lágrima humedeció la imagen de un hombre encanecido que sostenía una pancarta.

RJ Ramírez

(1996) San Luis Potosí. Le cuesta trabajo hablar de él, a veces observa a las personas en la calle, le gusta un montón dibujar en su tiempo libre. Aspira a algún día hablar fluidamente el francés.

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