A Jessica
—La casa se quema —dijo alguien, hace 30 años.
—La casa se quema —dijo otra persona, 30 años después.
—La casa de quema —dijeron muchas otras personas a lo largo de toda la historia.
Alguien propuso que para acabar con los incendios podrían utilizarse baldes con agua.
Y la gente se puso a discutir sobre el color del balde que usarían para apagar el incendio, la marca del balde, la procedencia del balde, la mano con la que agarrarían el balde (si era la derecha los acusaban de promover el diestrismo, si era la izquierda de promover el siniestrismo), si la persona era una mujer y además usaba vestido, era acusada de estar promoviendo el faldismo, si usaba botas promovía el botismo…
—Yo les enseñaré a agarrar el balde —dijo uno.
—Yo les enseñaré a agarrar el balde —dijo otro.
—El mejor balde es este —dijo otro de allá.
—No, no les crean a ellos, mi balde es el mejor —dijeron otros.
Y la casa se seguía quemando.
Y hubo negocios de baldes, suscripciones a cursos de manejo de baldes.
Y la casa se seguía quemando.
Y sacaron la teoría de los baldes.
El de allá la refutó.
El de acá la recontrarefutó.
El de por acullá la re—re—contrarefutó.
Invitaron a expertos en baldes a congresos, simposios, conferencias.
Y la casa se seguía quemando.
—Mi casa se quema —dijo uno.
—La mía también —dijo otro.
—Y la mía —dijo otro de allá.
Vinieron empresarios de baldes y promotores de los mismos y les dijeron:
—Les ayudaremos a ayudar a apagar el incendio si nos apoyan a difundir nuestros baldes. Que toda la gente los use.
Vino otro promotor de los baldes y dijo:
—No le hagan caso. Mis baldes son mejores.
Y estuvieron discutiendo un largo rato.
—Pero, mi casa se quema —dijo el de una de las casas que también se estaba quemando.
—Pero, solo te vamos a apoyar si compras y promueves nuestros baldes. Para eso se diseñaron. ¡Qué egoísta eres!
—¿Y mi casa? —dijo el de la casa quemándose.
—¿Y mis baldes? ¡Qué desconsiderado! De seguro habrá alguien más con una casa quemándose que sí quiera usar nuestros baldes.
Y se fueron.
Y la casa seguía quemándose.
Los promotores y accionistas de los baldes para apagar incendios llegaron a otras casas quemándose y les dijeron lo mismo: que no los iban a apoyar si no les compraban sus baldes.
—¿Y mi casa? se va a quemar —dijo el de la casa.
—Con el dinero vamos a remodelar sus casas.
—¿Y mi casa? —preguntó otra persona, cuya casa también se estaba quemando.
—Por el momento, está en lista de espera —le respondió el empresario de los baldes para apagar incendios.
—¿Y dónde voy a vivir?
—En el piso. Hay casas más importantes que otras. La suya puede esperar más tiempo.
—Pero si todas las casas se están quemando.
—Pero nosotros tenemos baldes y ustedes no.
Entonces uno de las casas compró uno de los baldes y se dio cuenta que ninguno de los baldes tenía agua.
—¿Y el agua? ¿cómo vamos a apagar el incendio? —preguntó, confundido, el de la casa quemándose.
—El agua es un costo extra. Tiene que pagar y promover nuestra agua —dijo el empresario de los baldes.
Y se fueron.
Y la casa se quemó.
Y todas las demás casas se quemaron.
Víctor Parra Avellaneda
(Tepic, Nayarit, México, 1998). Estudia biología en la Universidad de Guadalajara. Es autor de la novela satírica El intrigante caso de Locostein (Editorial Dreamers, 2019). Ha sido publicado en Inglaterra (Nymphs), Estados Unidos (Dumas de demain y Spelk), Canadá (The temz Review y L’Éphémère Review) y la India (Culture Cult Magazine). Fue becario del PECDA Nayarit 2018-2019 en la categoría de cuento.
Aplauso ! Bravo !