La Flor de la Pradera

A M. Norma

Déjame que te cuente, fuereña. Déjame que te pinte la escoria, ahora que aún se mece en un sueño –de metanol– la hija del viejo Ronald Cook y de la indígena cree Shauleena La Riviére. Déjame que te cuente el abuso. Ahora que aún mutila el recuerdo; ahora que aún se mece como en sueño, el viaje de metanol, mariguana y whiskey del welfare.

Look, peruvianita: acá también hay cholitas, Shauleenas pero sin quena, ni charango ni bombo, mi carnalita, para bailar. Pero, como la flor de la pradera, ellas también danzan a la luz de la luna, desnudas de amor como sacerdotisas a la intemperie, como niñas olvidadas en la nieve, como snow girls, neglected por sendos padres y por abuelos y por generaciones enteras, y ancestros ritualistas, embrutecidos y postrados tras agotar en whiskey y tabaco el cheque del Family Day en la liquor store de la única avenida pavimentada del pueblo. Como desde el parteaguas, y partefamilias, y parteculturas, y parteidentidades que fue el feo asunto de las escuelas residenciales en Canadá que traumó a sus cocos –sus abuelas– y que mandó a la lona, al piso sucio de su casa, herido de muerte cultural, al patriarca guerrero emplumado. No con una flecha artera, sino con una hartera de cervezas Molson locales y Coronitas mexicanas de importación. Déjame que te Corone, fuereña.

Déjame que te encuentre, ribereña. Déjame que te rescate del fango, del fango que entretiene el incesto; ahora que aún se mece en un pueblo, en una hamaca mascando tabaco, el viejo metis del río Churchill y la pradera. Snowflakes en el pelo, y mugre hasta en la cara, drogada tambaleaba, La Flor de la Pradera. Derramaba amargura, y en su pecho llevaba, aromas de abandono, que a su paso dejaba.

Del puente entre Air Ronge y La Ronge, menudo pie enlodaba, por la vereda que se estremece, por los tráilers a Athabasca y a Stanley Mission. Y no por sus caderas manoseadas por parientes a nombre del babysitting. Recogía basura, de la orilla del río, y el aluminio y el plástico de botellas al recycling los llevaba, del puente a la avenida.

Déjame que la rescate, ribereña ¡ay! Déjame que te diga, pradera, mis resentimientos. Ahora que al fin despierta del sueño; del sueño de metanol, del infierno que embrutece, pradereña, sus pensamientos. Aspiraba a la cultura que da la vida y la escuela residencial, abrumadas por peligros, marchitando su hermosura. Y recuerda que: los piojos en el pelo, y manchas en la cara; espiritosa deambulaba, La Flor de la Pradera. Pero ella no cabe en tu jukebox mental ni en tu valsecito peruano, limeña venida a North Saskatchewan a buscar no tu residencia en la tierra, sino tu residencia permanente por medio del programa migratorio de Hospitality, eficacísimo para los filipinos que se vuelven canadienses y continentales. No hay un espacio sociocultural en toda la praire para entender que esa teen ebria y drogada, aún enjaulada en una reserva sin vallas, también forma parte de esto que, créaslo o no, es Primer Mundo, al igual que los autos seminuevos pero wrecked frente a las casas grises como monumentos al fracaso; al igual que los skidoos desechos como esqueletos metálicos de velocirraptores de museo saqueado; al igual que los triciclos ruedas arriba, oxidados y semihundidos en la nieve eterna, que parecen haber paseado no a niños First Nation, sino a duendes de la destrucción, del sinsentido. Es una miseria igual a la de tus aguarunas fronterizos; allá donde Ecuador y Perú, como las familias y como los matrimonios, se han juntado y se han agredido sin remedio.

Así que, déjame que te pida, limeña, que te vayas olvidando de los jazmines que por acá ni florecen ni florecerán, y que la docena de rosas que te pondrías en la cara está a 12 dólares, una hora de tu trabajo aporreando almohadas olorosas a sudor y sexo sucesivo, cobijas de calor ajeno y transacciones sospechosas de trata de niños. A ver si así despiertas del sueño, del sueño norteamericano que entretiene, morena, tus pensamientos.

Aspiras a ciudadana como La Flor de la Pradera, alcoholizada con martinis y meltizando bicultura. Te asombra de nuevo tu suerte y empantanas la alegría, que el río Churchill remojará tu paso, por la vereda. Y recuerda que: incestos en el pueblo, y olor de mariguana, airosa respiraba La Flor de la Pradera. Recogías la prisa, de la risa del tío, y al pueblo abandonabas, del puente a la pradera.

La Ronge, SK, julio de 2012.

Para citar este texto:

Camarena Castellanos, Ricardo. «La Flor de la Pradera» en Sinfín. Revista Electrónica, no. 24, año 5. México, marzo 2019, pp. 24-25. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/

Ricardo Camarena Castellanos

(1959). Ph. D., M.A., (Univ. of Ottawa 2017/2013). Maestría/Lic. Letras Hispánicas (UNAM 2003/1993). Investigador de literatura y teatro novohispanos, Sor Juana, la Inquisición (El Colegio de México). Premio Nacional “Rodolfo Usigli 1993” (CITRU). Profesor de Literatura Española y Latinoamericana. Autor de libros y artículos académicos (México, USA y Canadá). Columnista de rock en español y coeditor (Diario La Opinión y otras publicaciones: Los Ángeles 1996-2001). Músico.

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