En la carretera no había ninguna seña de movimiento. Nadie. Sólo una línea borrosa que apuntaba hacia el infinito y la humareda que desdibujaba el rostro amado. La niña corrió tras el autobús. Sus pasos cortos se agigantaron en la desesperación por alcanzarlo. La angustia la dejó sin aire y las piernas se le enroscaron; cayó como una culebra sobre la tolvanera. El golpe brutal en el estómago la enmudeció por segundos, apenas pudo esbozar una palabra: “Mamá”.
-¡Ya mujer! ¿Para qué tanto alarido? -dijo Simón mientras servía aguardiente en los vasos de plástico. Traía un cigarro apagado en la boca.
-¡Déjala! Sólo ella sabe su dolor -dijo Elías.
-¿Dolor?, ¿cuál? -replicó Simón en tono de burla y encendió el cigarro.
-Venir de tan lejos. Dejarlo todo.
-Dejar qué. Según ella no tenía nada; sólo a su mocosa. Estar acá tiene sus peligros -bebió de un sorbo todo el licor y luego agregó: la frontera es un buen lugar para vivir.
-Y mira la vida que le das.
-Esto es mejor que nada. Tiene para tragar. Además, ella andaba huyendo quién sabe de qué.
-De la migra.
-¿La migra? -Simón dio un manotazo fuerte sobre la mesa-. Sabrá dios si viene de Guate o de El Salvador. Todas las viejas dicen lo mismo. Lo de su mocosa es puro cuento, para que uno sienta lástima. La habrá vendido en una finca. La regaló.
-¿La regaló? -interrogó, titubeante, Elías.
Ambos miraron con desprecio a la mujer que sollozaba en la oscuridad de la habitación.
-Sólo traigo quetzales -dijo la mujer morena y mostró los billetes.
-Esos no valen. Te costará más. El doble -arremetió El Marrana.
-Los cambiaré en la frontera.
-¿En cuál frontera? Aquí no hay frontera. Pagas y ya. El doble.
-Es todo lo que tengo -la mujer le ofreció el dinero.
-¡Súbete! -El Marrana le arrebató los billetes arrugados.
La mujer subió con rapidez al autobús. Atrás de ella, apareció una niña envuelta en un grueso chal, pegada a su costado. El Marrana esperó a que el autobús se pusiera en marcha; luego se acercó a la mujer.
-Te dije que era el doble, pero por la mocosa es el triple.
-Pero no hace bulto -lo miró suplicante: es pequeña-. Sólo tiene cuatro, bueno cinco años.
-No llegarás a ningún lado con ella. ¡Déjala!
-¡No!
El Marrana forcejeó con la mujer. Nadie intervino. Nadie. El autobús se detuvo. Luego, aceleró a toda su velocidad. El humo negro trenzó un espeso remolino. Sólo una línea borrosa que apuntaba hacia el infinito. La frontera.
Para citar este texto:
Bautista Cruz, Susana. «Nadie» en Revista Sinfín, no. 1, septiembre-octubre de 2013, México, 55-56pp. |
Susana Bautista Cruz
(Ciudad de México). Estudió Derecho y Letras Modernas en la UNAM. Ha publicado cuento y poesía en diversas antologías literarias.
¡Qué historia tan triste! 🙁