Y la fecha llegó. Corrió a casa y tomó una ducha, cepilló sus dientes, estrenó una linda camisa a cuadros en color azul, se maquilló, peinó su cabello y se miró al espejo más de mil veces.
Tomó aire después de decir: “Regreso en un rato”. Caminó hasta el punto de reunión, con los nervios y sensaciones a flor de piel. ¿Se veía bien? , ¿Estaba vestida para la ocasión? No es que fuera un momento muy especial, pero para ella significaba bastante. Su cumpleaños no lo pasaría sola…
Mientras caminaba y el viento jugueteaba con su cabello, se miraba las palmas de las manos nerviosas, y comprobaba cada que podía si el maquillaje no se había corrido.
Llego al punto de encuentro: la parada del bus. Miró su celular checando la hora.
10 para las 4:30, suspiró.
Estaba nerviosa, temblaba pero sobre todo estaba ansiosa… la primera cita era la más difícil. Se dio cuenta de sus pensamientos y se sonrojó: eso no era una cita, ella le había invitado y el había aceptado; así de sencillo. Trató de relajarse una vez más, respirando con profundidad y colocándose los audífonos para matar un poco el tiempo.
Tras los minutos, cerró los ojos dejándose abrazar por el calor que el sol emanaba aquel día.
Miró nuevamente de reojo su reloj, aunque para ella habían pasado horas, apenas faltaban 7 minutos.
Volvió a cerrar los ojos y se dejó llevar por la música, olvidando todo a su alrededor.
Tras unos minutos, que ahora le habían parecido segundos; sintió que alguien se sentaba junto a ella, entreabrió los ojos y le vio sentado, mirándole.
–Hola –dijo ella quitándose los audífonos y apagando la música.
–Hola –respondió él –Perdón por llegar tarde, mi hermano…
–No te preocupes, lo importante es que estás aquí –y sonrieron.
–¿Qué quieres hacer? –le preguntó, ella dudo unos segundos y sonriendo le respondió –Demos un paseo.
Se levantaron de la banca y tomaron rumbo a un parque cercano, entre bromas, risas y unos cuantos golpes amistosos Luna se prendió a su brazo y él sonrió, aceptando el gesto de la castaña.
Al poco tiempo llegaron al parque, que se encontraba solo: la castaña sonrió al ver los columpios y le dedico una mirada a su acompañante, algo tímida al principio, pero después se convirtió en una sonrisa al sentir la mano de Nicholas sobre la suya guiándola hasta los juegos.
–Siéntate –le dijo con una sonrisa torcida, a lo que las mejillas de Luna respondieron con un sonrojo, mientras la parte razonable asentía tratando de ocultar aquella reacción; tomó asiento en el columpio y el la comenzó a mecer.
Entre risas y una extraña charla que comenzaba con el comentario que desde ahí podía ver su casa –lo cual era imposible–, Nicholas la sujetó por la cintura y la abrazó. Las mejillas de ella se colorearon de un impresionante rojo carmín ante el contacto, algo temerosa colocó ambas manos sobre las ajenas y disfrutó el momento, como ese pequeño placer en la vida que bien sabía… sólo duraría un momento.
–¿Quieres seguir caminando? –le preguntó el al oído, a lo que ella sólo asintió.
Caminaron en los alrededores del parque, hasta encontrarse con un camino que los llevaba a una especie de lago. El acercamiento fue lento y maravilloso, rozaron primero los dedos de sus manos; en un extraño juego de “luchitas” hasta que ella por fin cedió y entrelazaron sus dedos. No hicieron falta miradas, no hizo falta nada: los dos estaban nerviosos y sus pulsos los delataban, había deseado tanto ese primer contacto que ahora nada podía romper ese mágico momento.
Luna le miró de reojo aquel porte atlético que varias veces le había intimidado, pero que con esa sonrisa le había robado el aliento en clase mientras le miraba. Sus largas y espesas pestañas negras, que le daban un aire soñador pero que hacían lucir pequeños a esos normes ojos tristes que le habían llamado la atención el día que le conoció. Su cabello negro como la noche, que ahora se encontraba despeinado por culpa del viento.
Sonrió.
Luna sabía, que este momento no sería eterno, pero por primera vez en mucho tiempo… aquel silencio que los acompañaba era agradable. Desvió su mirada al frente, caminaban sin decir nada, sólo con una sonrisa y un sonrojo en sus caras. Caminaron hasta el otro lado del lago y se pusieron a observar el cielo.
–¿Sabes?, soy más rápida que tú –afirmo la castaña.
–Jajaja –rió divertido– eso quiero verlo –el pelinegro se levantó y Luna le miró desafiante, se colocó de puntillas para estar algo más a su altura y el dobló las piernas para poderle mirar fijo, ella le hizo una mueca sacándole la lengua, el se rio.
–Cuando estés lista…
–1…2…–y ella comenzó a correr, él corrió tras de ella arrebozándola por mucho, al llegar a su objetivo –un árbol–, ella llegó jadeando.
–Me deje ganar –sonrió.
–Oh vamos, que mala condición… yo fumo y mira…
–Oh calla –replicó la castaña tratando de recuperar el aliento, él la tomo desprevenida de la cintura y la alzó, juntando sus labios y robándole el aliento que ya había recuperado.
–Me gustas…
–Y tú a mí –dijo sonrojada y sin aliento.
Abrazados caminaron hasta la parada del bus, se hacía tarde y él quería acompañarla a casa.
–No es necesario.
–¿Y si te pierdes? –dijo Nicholas serio, Luna le miró con cara de pocos amigos y él sólo sonrió, abrazándola una vez más…
La canción que sonaba en sus audífonos se interrumpió ante el pitido de su celular, avisando que la batería se encontraba baja.
Luna se despabiló un poco mirando a ambos lados, y observando la pantalla iluminada de su celular.
5 con 15 minutos… miró a ambos lados y sólo vio coches pasar, estaba sola, en la banca aun esperándole.
Sí, sólo había soñado.
Se levantó con las piernas algo entumidas y se estiró. Miro nuevamente a ambos lados y no vio ninguna silueta conocida. Él no había ido, y ni siquiera había mandado un mensaje de que no iría. Luna suspiró y con los ojos humedecidos subió la mirada y regresó a casa a paso lento.
Lo mejor de todo es que había sido perfecto, un sueño perfecto… Que si hubiese sido realidad, no estuviera pasando todo esto.
Para citar este texto:
Verastegui, Fernanda. «Soñadora» en Revista Sinfín, no. 1, septiembre-octubre de 2013, México, 66-68pp. |
Fernanda Verastegui
Se declara a sí misma como una “soñadora”. Nacida en la ciudad de México y actualmente residente en Canadá, con la esperanza de terminar sus estudios y convertirse en historiadora -al mismo tiempo que desea dar a conocer su primer libro- hija única de madre soltera y orgullosa de su patria y raíces, tiene un gusto algo peculiar por la política, filosofía e historia. “Yo soy de donde no pienso y solo siento”.