Lo que más me gusta de Mauro es su sonrisa, todo está de la chingada, pero él siempre está feliz. Llevamos tres meses saliendo, lo conocí en un clic, en un parpadeo, cuando se entrometió en mi instantánea; yo estaba apuntando a la imagen de una estatua que parecía estar viva, todo estaba listo, el diafragma, el obturador, el ISO, el encuadre, la distancia perfecta, mi dedo índice en el disparador, ¡clic!, atrapé el rostro de Mauro en mi fotografía que hubiera sido una obra de arte de no haber aparecido su carota mirando a mi lente. Bajé mi cámara e hice un gesto tal de desagrado que el pobre tuvo que acercarse a pedirme disculpas por andar distraído y atravesarse en mi foto, yo estaba desilusionada y él me miraba con su bello rostro sonriente. Sus ojos brillaban y yo me enojé aún más, no le contesté nada, me di la vuelta sin dejar de ver a mi cámara, él se quedó parado un rato, pero después me dio alcance, se disculpó varias veces y yo tuve que detenerme porque finalmente me convenció con su sonrisota. Desde ese día salimos y todo ha sido perfecto. Me acompaña a tomar fotos, posa para mi lente, y conocemos todo tipo de lugares. Me encanta que me bese en el cuello, acaricie mi espalda; por mi parte me gusta besar sus manos y tomarle muchas fotografías. Quiero proponerle una sesión de fotos donde él aparezca desnudo, todavía no sé qué tipo de locación sería, se me ocurre un bosque, su casa o la mía, no me decido. Hoy nos veremos en su departamento, llevaré un vino, el que me alcance. Le pediré que me compre un ramo de flores, de preferencia tulipanes. Me pondré un vestido rojo por aquello de la pasión y me compraré un perfume que tenga un aroma especial, entre dulce y melancólico, un aroma que Mauro no olvide al día siguiente.
La noche es negra, ninguna luz perfecta se cuela en los fotones que iluminan la ciudad, llevo mi cámara, pero nada atrae mi atención. Mi vestido rojo no está mal, espero sorprender a Mauro. Faltan diez minutos para la cita, guardaré mi cámara, tal vez mañana al amanecer haya algo bueno. Aquí llega mi amado, para mi sorpresa trae un ramo de flores, son hermosas. Mauro elogia mi vestido y mi cabello largo. Nos besamos, no quiero que acabe este momento. Llegamos a su casa, abre la puerta, abrimos el vino y brindamos por amarnos. Preparamos la cena, jugamos. Recorro su espacio, abro la ventana, tiene una gran vista; Mauro llega detrás de mí, me besa el cuello y yo me abandono al placer del tacto de sus manos. No podemos resistirnos más, nos desnudamos y nos sumergimos en el suelo frío que contrasta con el calor de nuestros cuerpos. El placer nos envuelve, todo explosiona. Una estrella se asoma en la ventana.
La ventana sigue abierta, la luz cae, como cascada. Mauro no está, tal vez ha salido por el desayuno. Saco mi cámara, la preparo, cuando llegue le tomaré una instantánea justo en la ventana, desnudo, seguro acepta con esta atmósfera seductora. La luz sigue su camino, pronto desaparecerá y Mauro no llega, le marco a su celular, no contesta. Me paseo desnuda con mi cámara al cuello, me tomo un autoretrato en su espejo completo, no está mal. Voy a la cocina por café. Mis flores están marchitas, lástima, no duraron. Han pasado dos horas, la luz de la ventana se ha evaporado como el agua. Lo comprendo todo.
Tomo el ramo de flores y lo coloco al borde de la ventana, encuadro, ¡clic!, capturo ese pequeño instante de dolor.
Para citar este texto:
Hernández Sánchez, Erika. «Una instantánea más» en Revista Sinfín, no. 18, julio-agosto, México, 2016, 35-36pp. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/ |
Erika Hernández Sánchez
México (octubre 1982). Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Página web: http://erikahhernandezz.wix.com/creacion