El epílogo de nuestra sociedad: la violencia

Mira a tu alrededor, ¿qué ves? Date cuenta, allí está, es nuestra invitada, es la huésped permanente de una sociedad que se dirige hacia el abismo. Despierta, supera la modorra, condúcete a través de la vigilia, vigila, porque está al acecho y espera tu descuido, espera que la invoques, jamás demora, atenderá a tu llamado, aún si, como a aquello más sagrado, la llamas con el pensamiento. Su existencia es invisible, imaginaria, interna, pero sus efectos son nocivos, tangibles, objetivos, eternos. Mira a tu alrededor, ¿qué ves?

La violencia es una condición inherente al ser humano, tanto como la dulzura o la apatía. Somos un conjunto de emociones, pasiones, ideas y reflexiones que se incuban en nuestro interior, se mezclan y al tiempo brotan y quedan exteriorizadas en forma de palabras, acciones u omisiones a las que les otorgamos un estatus y les agregamos un nombre: Los valores. La violencia, como parte integral del ser humano, no rinde cuentas completas al orden biológico, sino que comparte régimen con el edicto del “espíritu” y la historicidad de la cultura. La humanidad busca una forma de expresión y de liberación a todo aquello que se gesta en su interior, que llega y se instala sin pedir permiso. Nuestra psique y nuestro espíritu son una maraña de sentimientos y delirios, de pasiones y sensaciones: el carácter de lo humano. Es por eso que, a veces, estalla la violencia, la cólera, la rabia; sus antítesis, la mesura, el diálogo, la comprensión o la empatía. La violencia es inherente al ser humano, tanto como la capacidad de apaciguarla.

Violencia, del latín violentia. La vis es la fuerza, la amenaza, la opresión, que se materializan y prolongan a través del lentus, la continuidad, la permanencia, la hegemonía. La violencia es el uso continuo de la fuerza y la coacción, de la amenaza y el daño, ficticio o real, de alguien con mayor poder, no únicamente referido como fortaleza física, sino también como poder simbólico o jurídico, hacia alguien que se considera débil, carente de pujanza y de una defensa legítima propia. Se trata de una de las múltiples formas en que se manifiesta la desigualdad, una desigualdad injustificada, porque no está basada en el mérito, sino en la imposición del terror.

En gran parte de las sociedades contemporáneas, la manifestación de la violencia cotidiana es un signo de la pérdida en la capacidad para conseguir los fines por la vía del diálogo y de la razón. La búsqueda de aquello que se desea, a través de la coacción, del derramamiento de sangre, del asesinato, de la tortura, es un elemento que demuestra la infinita capacidad destructora de los seres humanos, más allá de la inmensa bondad que manifiesta en otras tantas de sus acciones. Paradoja. La violencia convierte en ilegítimo todo bien buscado, aun cuando éste sea, en esencia, justo, necesario o inevitable, como las revoluciones.

Esa coacción monstruosa a la que se somete a otros, sus iguales, hace del ser humano uno menos entre el resto de los seres que habitan el planeta, condición que no le viene a bien creyéndose superior a ellos, superioridad basada en la imagen de la razón como elemento puramente humano, como uno de los bienes intelectuales más preciados de que goza su naturaleza. En un gran número de ocasiones ha sido la razón, como en otras tantas la sinrazón y el delirio, la principal generadora de violencia, que en nombre del bien común, ha torturado, asesinado, reprimido y violentado a sus símiles; tal es el caso del totalitarismo: Justificación política de la violencia. Nos encontramos ante la decadencia de la razón, decadencia que llegó muy rápido, quizás antes de alcanzar su plena madurez. La razón ha sido incapaz de instaurar el diálogo, la solidaridad, la denuncia ante la injusticia como mecanismos para la solución de conflictos; no ha sido capaz de evitar la inevitabilidad de su tragedia: lo finito de lo humano. No existe una sociedad que haya sobrevivido ante la justificación de la violencia.

Frantz Fanon, en Los condenados de la tierra, argumentó la necesidad de regresar la violencia a los colonos franceses, por parte de los colonizados argelinos, para conseguir su libertad, su liberación ante la opresión. La descolonización argelina buscaba una emancipación justa, necesaria y urgente, cabe aclarar, pero nace una pregunta que necesita ser contestada a través de una reflexión profunda, ¿es coherente y justo el argumento que plantea la necesidad de combatir la violencia con una violencia mayor?

La evidencia histórica nos permite comprender el sentido y la forma de aquello que da origen a una problemática social dada. La historia no plantea soluciones: esclarece panoramas (cuando el relato histórico está viciado por los grupos de poder imperialista, pasa lo contrario, los oscurece aún más, porque los manipula a su conveniencia). El estudio del pasado y del presente de lo humano nos ha permitido identificar que la esencia de la violencia precede a su existencia, esto quiere decir que otras pasiones son condición indispensable, en primera instancia, para su nacimiento: la avaricia, el ansia de poder, el sentimiento de inferioridad, o en términos de Thomas Hobbes, la búsqueda de la gloria; luego, viene la violencia, la decadencia, la destrucción, el fin y el renacimiento. Se repite el ciclo. Se vuelve a escribir la historia. Citemos como ejemplo el caso de la colonización europea en América y África.

Toda sociedad en que se irriga la violencia, como un germen que se reproduce y provoca malestar, es una sociedad condenada a la destrucción. La violencia no se combate con violencia, porque su esencia precede a su existencia. El surgimiento de la violencia debe prevenirse, no como una tregua del débil ante el fuerte, sino ante la sed de justicia social. Quienes generan la violencia son los grupos de poder, la industria armamentista, los políticos destructores de la libertad, algunas religiones y su intolerancia a la pluralidad de creencias; pero también la violencia es generada entre los seres humanos por la falta de diálogo y de respeto a la diversidad de ideas y de apariencias. Los regímenes del terror, como el nuestro, auspiciados por grupos criminales, terroristas, represores, no cesarán la violencia porque son presa de la pasión, del delirio y de la ganancia económica que las carnicerías humanas representan; la sociedad es presa del miedo. Los ciudadanos debemos cesar la violencia cotidiana entre nosotros mismos, y concentrar nuestros esfuerzos en la búsqueda de nuestra propia libertad ante los sistemas opresores. ¿Es necesario que llegue el fin de una época para resurgir de entre los escombros, hacer buenos propósitos, llenarnos de buenas intenciones y luego repetir el ciclo histórico al que hemos sido condenados? Sísifo.

Una obra literaria no dará una respuesta ni una solución a los problemas sociales. El mérito de los literatos e intelectuales es mostrar un panorama, una radiografía social, incitar a la reflexión, los temas no se agotan en un ensayo. La reflexión y la crítica nos abren un camino importante hacia la praxis, al terreno de la acción, a repensar nuestra responsabilidad individual dirigida a la comunidad, a la ética ciudadana.

Escribió alguna vez Ikram Antaki que para hacer la guerra no hay que hacer ninguna declaración oficial, basta una acción, quizás muy mínima, para que se desate; por el contrario, la paz hay que declararla, solicitar su arribo, es una condición que necesita ser invitada y que requiere de un esfuerzo colectivo constante para que permanezca. El esfuerzo social para aminorar la violencia en que vivimos, que está allí de forma permanente, en muchos de nuestros lugares públicos y privados, puede ser llevado a cabo desde el sitio en que acontece nuestra vida diaria: se trata de empoderar los microespacios sociales. Contagiar esta certidumbre a la ciudadanía que nos rodea, empoderarla, es hacerles saber que la búsqueda de la libertad ante los abusos de poder se consigue sólo a través del esfuerzo colectivo y de la denuncia ante la injusticia, con alusión a los mecanismos alternos de solución de conflictos. Tomar muy en serio nuestras responsabilidades ciudadanas es un buen comienzo, pero no lo único.

Declarar la paz no es una estrategia del débil para someter al fuerte, es la necesidad de implantación de un régimen justo. Libertad y justicia: condiciones indispensables para garantizar la paz. En aquel sitio donde existe violencia, la desigualdad es arbitraria. Si la esencia de la violencia precede a su existencia, la praxis personal y comunitaria bien podrían estar dirigidas al control de las pasiones humanas que son su condición primera. Pasión versus reflexión. ¿Control posible?

Mira a tu alrededor, ¿qué ves? Date cuenta, allí está, es nuestra invitada, es la huésped permanente de una sociedad que se dirige hacia el abismo. Despierta, supera la modorra, condúcete a través de la vigilia, vigila, porque está al acecho y espera tu descuido, espera que la invoques, jamás demora, atenderá a tu llamado, aún si, como a aquello más sagrado, la llamas con el pensamiento. Su existencia es invisible, imaginaria, interna, pero sus efectos son nocivos, tangibles, objetivos, eternos. Mira a tu alrededor, ¿qué ves?

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Para citar este texto:

Troncoso Macías, Jesús Eduardo. «El epílogo de nuestra sociedad: la violencia» en Revista Sinfín, no. 18, julio-agosto, México, 2016, 21-23pp. ISSN: 2395-9428: https://www.revistasinfin.com/revista/

Jesús Eduardo Troncoso Macías

El autor es Licenciado en Sociología por la Universidad de Guanajuato, actualmente labora como profesor para el Sistema Avanzado de Bachillerato y Educación Superior en el Estado de Guanajuato (SABES); anteriormente desempeñó un cargo homólogo para la Universidad Virtual del Estado de Guanajuato y laboró para la administración pública estatal.

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