La escritura crea espacios. Los desplazados los fundan, escriben des-tierras. Espacio y escritura están ligados por el movimiento. Ahí donde la gente encuentra el miedo a lo desconocido, los parias fundan su tierra. Ahí, donde todos están cómodos, atraviesa el trazo de un caminante, el sueño sedicioso de un forastero, el caos de un sin-hogar.
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Una persona sin tierra intenta mezclarse en una geografía fragmentada por la velocidad. El ruido de la ciudad es un avispero alentando a su lectura. La figura observa atenta, lista para interpretar los signos de los lenguajes. Extrae de sus ropas un artefacto de escritura-captura. Los caminos han cambiado, en otros senderos quedaron las libretas con los esbozos de los paisajes. El viejo artilugio deviene en máquina de escritura.
Aquel forastero ha caminado la tierra, sabe de escrituras. Este es un espacio que contiene tiempos yuxtapuestos y memorias encimadas. Este espacio, éste, es el lenguaje más obsesivo de las metáforas. Tecnologías sobreexplotadas se ciernen por todos los rincones.
Una escritura-captura, una mano-ojo, son los instrumentos de nuestra época, una cámara y nota online hacen del instante una eternidad. La imaginería virtual se coloca frente a la máquina de captura. El personaje se prepara para escribir sus pesquisas, decenas de cuerpos se deslizan por el entramado del corredor urbano. Sus pasos son balbuceos. El lente se levanta. El ojo-escritura electrónico, extensión de la mirada extraña, está listo para la sobreexposición de la ciudad.
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El espacio tecnológico se expande con luces ficticias que rivalizan con el sol, colores que imitan la naturaleza, piedras en formaciones altas, los altavoces de los automóviles y los poemas-anuncios: Estridentópolis posmoderna. Un viajero en el vértice que dejó de ser vanguardista atraviesa el pretérito converso. El futuro es hoy. Un futuro abigarrado con rascacielos económicos, edificaciones con esqueletos de acero y cortinas metálicas, sólo que aquí el metal se incrusta en los palacios coloniales, en las fachadas de piedra, cimentadas en pirámides de fuego y tierra. Las construcciones son reflejo de sus personajes.
Cientos de personas cruzan el mismo espacio en una brevedad de tiempo. Miles diariamente. Cuerpos modulándose. Turistas, empleados, vagabundos, citadinos, paisanos, indígenas, extranjeros, empresarios, hambrientos y saciados. Todos atravesados por la velocidad de los tiempos, estancándose en un breve espacio. La ciudad reverbera.
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La ciudad: un espacio limitado por proyectos liberales que divide en residentes, turistas e invasores, debilita la zona de encuentro. La lectura del viajero poco a poco se diluye en las diferentes realidades, desliza escritura para provocar los espacios fragmentados que los invasores, los parias de las migraciones, crean a partir de su presencia. Así se fundan espacios.
Los lenguajes de la ciudad se dividen en escrituras diferenciadas. Las escrituras responden a procesos específicos: el lenguaje expresado por un indigente difiere del actor de la estatua viviente, en cuyo caso las circunstancias lo colocan bajo una dinámica diferente a los volanteros que insisten en vender unos lentes, o a los empleados franqueados por los escaparates de las grandes tiendas, o al indígena que espera una moneda, o al trabajador que recoge la basura, o al turista admirado por los multicolores, o al empresario que evita los lugares de tránsito, e incluso al ladrón que espera su próxima víctima. Cada uno es un personaje que escribe bajo técnicas diferentes. Al leerlos se puede develar un cúmulo de significaciones. Los personajes se manifiestan en lenguajes con sus propios signos. Varios lenguajes se expresan ligados a las prácticas socio-económicas. Las diferentes intervenciones en espacios esencialmente marcados para fines de consumismo indican la lucha de poderes. No existe una misma experiencia del lenguaje.
La gente que transgrede las fronteras escribe movimientos, sacude las normalizaciones. La escritura del paria es un desplazamiento ampliado, pues ha escrito en la tierra-lienzo, por ello, ha sido desterrado de todos lados. Es un provocador. Un excluido de las tierras de los sedentarios es un agente de la disidencia. El miedo a los migrantes lo fundamenta.
Las escrituras son lenguajes, por ello, es necesario que el lector también disponga de una gama de signos para interpretar. En el análisis de las escrituras es necesario estar alerta a cada fisura, desplazamiento, aparición, a cada paso dado, a cada topografía. La escritura captura una instantánea, la sobreexposición obtenida que hace ver o no permitir ver, es paradoja que depende del cuerpo que sostiene el artilugio.
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Al entramado de la ciudad llegan los extranjeros que miran con extrañeza los tiempos explayados en el espacio de la ciudad. El turismo y el exilio no son lo mismo. Los desplazamientos también están categorizados por los turistas, los exiliados y los eternos migrantes. El exilio y la migración no son lo mismo. Pero, entre los migrantes eternos se esconden los parias sin hogar, los que nunca tuvieron un origen de donde salir. Millones caminamos por el mundo-tierra, disgregadores de orígenes. Escribir siendo forasteros se define por las significaciones producidas por habitar el mundo.
Entre la masa que recorre los corredores citadinos, se entretejen culturas, lenguas, forasteros, que escriben por una suerte de colocación fragmentada. Desplazamientos extraños: desarticulados, aislados, desmarcados. Las personas también se cimentan en los obeliscos de roca sin ser deslumbrados por los metales productores de ensoñaciones.
La geografía urbana dibuja mapas corporales. El movimiento rápido nos vuelve individuos urbanos. Un paria es un cuerpo marcado. La ciudad nos cambia cuando la intervenimos. Las políticas de los espacios son logísticas de velocidad.
Una escritura digital es posibilidad, una percepción sintética, amalgama de mi mano-artilugio. ¿Cómo escapar sin ser víctimas del propio proceso de captura sintética de lo vivido en la ciudad? Escapando de los límites y fronteras, volviéndonos parias sin orígenes: escritura-des-tierra.
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Los forasteros fragmentan la ciudad, crean espacios. Esta ciudad se sostiene de los migrantes eternos. Los cuerpos, como la ciudad, están mediados por sus escrituras. El lenguaje más obsesivo de las metáforas es el espacio, el espacio tecnológico, el espacio de las técnicas.
Ana Matías Rendón
Sin lugar de origen ni destino. Escritora. Es hacedora de imágenes con las palabras; Ghostwriter, para ganarse la vida y filósofa, porque no le queda de otra. Blog personal: https://anamatiasrendon.wordpress.com/