La ceiba de Zyanya de Guadalupe Vera

La ceiba de Zyanya es la primera novela de la escritora mexicana Guadalupe Vera. En ella nos enfrentamos a los numerosos contrastes de la sociedad mexicana, en el escenario rural de los Altos de Chiapas. Es inevitable que la lectura de La ceiba de Zyanya evoque algunos pasajes –y paisajes– de Benzulul de Eraclio Zepeda así como de Balún Canán y Oficio de Tinieblas de Rosario Castellanos, en los que los resabios de la Guerra de Castas y la estratificación colonial dan pie a la escisión social, a los prejuicios y a la intensa oposición entre los indígenas –representados, en general, más como telón de fondo y adorno que como personajes reales– y los hacendados. No obstante, Vera logra profundizar un poco más en esta dicotomía, puesto que su personaje principal la vive en carne propia: Zyanya Catalán es la hija de un sacerdote tzotzil –hijo, a su vez, de Yaya, mujer mística y curandera–, y de Sandra Catalán, la hija de un propietario de tres haciendas en la región de los Altos.

     No obstante que la novela, en ocasiones, peca de cierto paternalismo hacia los tzotziles –llamados en ocasiones, “morenitos” –, resulta afortunada la manera en que Vera logra la síntesis de los opuestos raciales y epistemológicos en Zyanya, puesto que su dualidad es lo que le otorga la fortaleza para enfrentar sus conflictos. Si bien puede pensarse que Zyanya por ser mestiza no pertenece a ninguno de los dos ámbitos raciales, sociales y espirituales, la novela parte del punto de vista contrario: no es la división, sino la unión de ambos mundos lo que gravita en ella. Devota de una cruz de plata desde la infancia, la joven Zyanya también es consciente del mundo sobrenatural que le ha legado Yaya, su abuela curandera, representado en el elemento que da título al libro: la ceiba.

     Vera retoma el símbolo de la ceiba, Yaxché para los mayas antiguos y actuales, como soporte del mundo. Pero este árbol no solamente habita en el centro de la hacienda La Enramada, que es donde vive Zyanya, sino que además tiene tallados en su tronco los rostros de los miembros de la familia Catalán. La ceiba es, en sentido estricto, un árbol genealógico. Y en este punto es que entra el tema central de la novela, resumido magistralmente en dos frases: “Sin fruto no hay semilla. Sin muerte no hay vida”. La concepción del tiempo cíclico maya no es lo único que se encuentra aquí, sino también una idea de justicia que cuestiona y contradice toda ley de orden social y religioso. El verdadero problema de Zyanya es la venganza, y para que haya vida y la ceiba no decaiga y se pudra, la maldad debe ser sacrificada.

La ceiba de Zyanya

     El asesinato que comete Zyanya está fundamentado de tal manera en este principio, que logramos sentir simpatía por ella. Es imposible que la condenemos: Zyanya asesina al hacendado Bruno Campillo, vengando la muerte de su propia madre y de su tía, vengando los abusos sexuales contra niñas y mujeres tzotziles, vengando la injusticia contra los campesinos. Y el personaje se escuda –sin que esto sea peyorativo– en que sus actos se han regido por otra ley, “la ley de los indios”. Lo que subyace en esta afirmación, la cual soporta toda la trama de la novela, es la autonomía reclamada durante siglos por los pueblos indígenas para actuar conforme a su punto de vista en cuestiones penales. Sin embargo, si este planteamiento funciona para dar coherencia a la novela, no deja de resultar cuestionable a la hora de aterrizar en la realidad. Como dice Gilles Lipovetstky en La era del vacío, la venganza busca impedir la emancipación del individuo para que permanezca en el seno social, a la vez que pretende que ninguna figura institucional pueda monopolizar la violencia y el castigo. Así pues, la venganza de Zyanya busca trascender los daños individuales mediante la salvación de toda la comunidad, pero aquí es donde descansa la utopía de justicia planteada por la novela y la posibilidad de interpretarla: el lector de La ceiba de Zyanya tiene ante sí el dilema de decidir qué es lo verdaderamente justo.

Georgina Mexía-Amador

Georgina Mexía-Amador (ciudad de México, 1985). Ha publicado poemas y narraciones en revistas como Crítica, Cuadrivio, The Ofi Press y Revista Sinfín. Es autora del libro de cuentos Estragos y progenitores (edición de autor) y la plaquette Vislumbres hacia el otro lado. Poesía/ritual (México: Ediciones El Viaje, 2015). Estudió Letras Inglesas en la UNAM y Literatura Medieval en la Universidad de York, Inglaterra. Sitio web: http://www.georginamexia.com/

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