Mística y literatura

Cuco volando:
se esfuma hacia una isla
remota, entre neblina.
Matsuo Bashō

La literatura, como la mística, para expresarse, prescinde del hacer, pero abreva del ser. Aún si nos deja perplejos, la finitud puede develar el presente perenne. Concebir lo que está, pero no es, el hacer, en lo que no está, pero sí es, el ser. Pido no se mal interprete, el hacer es fundamental para sobrevivir. Sin embargo, cuando la literatura o mística desemboca en actos premeditados, el resultado es la artificialidad.  

La mística, es unificación, todo, en un momento, todo el tiempo. Por el contrario, la huella más primitiva del hacer es la imitación, núcleo de una sociedad económicamente justa, en el que las personas pueden copiar variadas conductas indispensables para su integración. Sin embargo, lo que es bueno para encontrar un empleo, es una fatalidad para la mística. En este ensayo buscó reflexionar sobre mística y literatura estableciendo paralelos entre ser y vida a través de la filosofía de Panikkar, así como de la obra poética de Matsuo Bashō, quien conjugó ambos universos a partir de una luminosa simplicidad.

I

En literatura, como en mística, no hacer, resulta indispensable. El ser surge de la espontaneidad, el hacer de la artificialidad. La artificialidad —según Heidegger— es el principal óbice de la vida moderna. La mística, como la literatura, no resulta de actos premeditados.  Quien se acerca a la literatura sumando libros leídos, pierde la literatura. La artificialidad ata a lo falso, produce una vida irreal, nosotros mismos, sin darnos cuenta, nos inscribimos en sus formas falsas.

II

Nuestro tiempo es la sociedad de las apariencias, es el tiempo de la artificialidad, nos permite crear escenografías irreales: imágenes de uno mismo que no corresponden con la realidad pero que crea una burbuja de aparente libertad que nos torna dependientes del otro para poder reconocernos, estamos atrapados. Esta distinción entre autenticidad y espontaneidad resulta —en la modernidad— compleja y paradójica. La artificialidad frena el acceso a la literatura porque ésta surge del hacer y aquella del ser. Vida y ser se unifican —como apunta Panikkar— en una unidad. Pero, también, expresa el sentido de la mística.

La literatura no surge de acciones premeditadas, se basta a sí misma. La literatura no se crea, existe, no tiene inicio como un origen: es ser. Vida y ser se manifiestan —paralela e interdependientemente— ahí donde mora la literatura. La literatura —como la mística— recuerdan a la Ley moral de Kant: están ahí para ser descubiertas. Con Kant asistimos al gran milagro de la filosofía moderna, el entendimiento que cada persona se puede dar a sí misma: su propia Ley moral. No se necesita más que de sí mismo para darse la conducta a realizar. Kant permite confirmar —como ocurre en la experiencia literaria o mística— que uno mismo se basta para el descubrimiento de la Ley moral. Esta ley es convergente, en un punto de encuentro con el mundo interior que expresa el ser. Esto plantea una paradoja:  nos realizamos, cotidianamente, en el mundo exterior, pero dependemos, para su entendimiento, del mundo interior, que es intangible, hacer es no ser, no hacer es ser.

Eventualmente, cuando somos cooptados por la artificialidad, ocultando el ser por el hacer, podemos, ciertamente, extraviarlo, aun cuando sea lo más próximo que tenemos a nuestro alcance. En su libro De la mística Raimon Panikkar lo escribe de esta forma: “El gran obstáculo para que surja espontáneamente en nosotros la experiencia de vida es nuestra preocupación por el hacer a expensas del ser, del vivir”. El hacer limita nuestra espontaneidad, renunciamos a la simplicidad. Lo sorprendente, es que cuando somos espontaneidad, estamos en armonía con la Ley moral kantiana, dando cumplimiento al imperativo categórico. La obra de Matsuo Bashō nos aproxima, por dos vías, a una luminosa simplicidad de una naturaleza, claramente, kantiana, por universal, Bashō nos propone, con ese estado preclaro, pasar del caos al cosmos:

“Lluvia estival: los nidos.
flotantes de colimbos
nos invitan a verlos”

III

La distinción entre ser y hacer vincula la experiencia mística con la literaria, ambas expresan la vida. Cuando buscamos la literatura interrumpimos su manifestación. La mística no se reúne en una idea —y por tanto en un pensamiento— como en un estar. Para vivir la literatura todo propósito por encontrarle resultará vano. La mística puede no ser experimentada —en toda una vida, incluso, en caso de una vida dedicada a la literatura, puede estar marcada por la ausencia de la experiencia literaria. Así como también la vida de una persona puede estar signada por el desconocimiento místico.

El sentido místico, como el literario, exigen, para su expresión, ser en acto, no búsqueda planificada. Pakkinar diría “vivimos interrumpidamente”, así explicamos el desconocimiento místico. Como en el Bhagavad-gītā que resulta en una experiencia a la espera de ser vivida:

“Quienes no tienen sabiduría ignoran de dónde viene y a dónde va el hombre. Ellos conocen tan solo su paso por el mundo (…)
(…) Es por atadura al acto que los ignorantes actúan. El sabio debe actuar de forma uniforme, pero sin atadura, solo orientándose a la integridad del universo (…)”.

La relación entre ser y vida se unifican cuando pasamos del hacer al ser. En el hacer estamos atados al acto. Los actos se programan, se planean, tienen una intención. Donde hay intención mora la voluntad. La voluntad limita la vida rodeándola de artificialidad. La vida surge cuando se pierde todo tipo de intención. La artificialidad rodea al ser humano moderno. Es como una flor de plástico y una real. Las flores de plástico son artificiales porque una flor real tiene un componente determinante que no tiene la artificial: vida.

Hay un ser de la flor que sí es flor, que es real, tiene vida, un contenido basto en sí mismo. En tal sentido, cuando leemos literatura, podemos tener un acertamiento falso. Con esa intención, acto intencional de “encontrar” la literatura provoca, en realidad, su ocultamiento, impedimos su realización. La literatura no es artificialidad, surge de la vida misma, y, por tanto, del ser. La literatura, como la mística, recuerdan, al pueblo catalán de Port-Bou que colige el mar con las montañas, Port-Bou unifica dos océanos: el océano del universo, representada por las alturas de sus montañas, con el océano de la tierra: el mar y sus profundidades. La literatura es un océano que te absorbe, íntegramente. En muchos sentidos, la literatura te obliga a desintegrarte, fragmentarte, es una forma de muerte que, paradójicamente, te permite realizarte en una dimensión antes desconocida, más allá de las palabras, dentro de la mística, dentro del ser. Esto implica que la literatura misma es vida y, en ese sentido, manifestación del ser. La literatura es ficta pero no vanílocua, no le es dada a personas pigras. Juan de Mena, en torno del 1440, para pensar en el amor, ubicaba, por el contrario, estas tres características: el amor implicaba ensoñación, o sea, la manifestación clara de la ficción, pero una ficción voluntaria, en la que la persona enamorada elige, para sí, elementos de la realidad que no corresponden más que con sus propias ensoñaciones, retoma de aquella todo lo que confirme a las últimas aún si es una “evidencia” muy limitada. También, para Mena, el amor consistía, esencialmente de palabras, digamos sin conexión con acciones que le respaldasen, eso llevaba a la tercera cualidad del amor, según Mena, sus tendencias pigras. Bajo la óptica de Mena el amor tiende a ser perezoso. Empero, Mena parece aludir no al amor como al desamor. Quienes viven en desamor comparten un rasgo convergente de aquellos que moran en ese estado: el pesimismo. El pesimismo es una forma de negación de la realidad. Expresa una interrupción abrupta de la vida. El cinismo se articula con el pesimismo en la medida que para llegar a la última se requiere pasar por el primero y el primero surge por la suma continua de frustraciones: el cínico en el amor es el más conspicuo de los creyentes en el amor de Ovidio, pero termina expresando el cinismo de Yago en Otelo. Yago, ese personaje de Otelo amargo, sin amor, incapaz de confiar, con abierta maledicencia, que representa la expresión más clara de lo funesto expresó a Ludovico, cuando éste inquiere sobre Otelo, tratando de revertir, sutilmente, la opinión del primero sobre el segundo:

“¡Ay, ay!
No sería honrado de mi parte hablar
sobre aquello que he visto y he sabido.
Lo observaréis vos mismo y sus acciones
dárenle a conocer de tal manera
que las palabras sobran”.

Lo que torna perverso a Yago —y no solamente en un ser humano incapaz de dar y recibir afecto— es la simulación de espontaneidad y libertad cuando aparenta seguir los claros imperativos categóricos kantianos, muestra una honestidad ficticia, falsa realización de transparencia presente cuando Yago le dice a Ludovico: “Lo observaréis vos mismo y sus acciones dárenle a conocer de tal manera que las palabras sobran”. Lo mismo ocurre con la literatura, la literatura está más allá de las palabras y cuando el objeto son las palabras nos tornamos como Yago: en un ser humano artificial que pretende, falsamente, ser espontáneo. Sin que sea una regla universal, pero sí una posibilidad, la artificialidad que nos anime en nuestro acercamiento a la literatura, a la mística o al amor, puede llevarnos a todo aquello que no es literatura, mística ni amor y, como Yago, aún si “actuamos” la honradez al hablar, cometeremos yerros que solamente reflejarán nuestro estado frágil, evidenciándose, en síntesis, la incapacidad de vincularnos con un Universo que demanda de los seres humanos claudicar a todo intento de control. Esto es, cuando nos acercamos a la literatura con una intención, cuando nuestra acción nos aproxima al hacer, buscamos controlar, a cambio, perdemos la espontaneidad y, a través de ella, la literatura, la mística o el amor.

Marcos David Silva Castañeda

Lic. en Ciencia Política y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM-FCPyS). Lic. en Economía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-X), Unidad Xochimilco. Lic. en Psicología Educativa por la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Ajusco (UPN-A). Especialista en Derechos Humanos por la Universidad de Castilla La Mancha (UCLM). Especialista en Modelos de Intervención con Jóvenes, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM-ENTS), entre otros posgrados. Actualmente, cursa el propedéutico para el inicio de su formación doctoral.

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