“A falta de amor… Un traguito de alcohol”. El vacío de una vida sin propósito, la frustración de no poder ejercer la venganza anhelada, el resentimiento engendrado por haber sido víctima de una injusticia, la falta de un perdón no concedido, los celos por una inseguridad enraizada, la timidez que condiciona cualquier intento de sobresalir en aquello que tanto se anhela pero que con toda certeza cree ser incapaz de lograr, la culpa que evoca el recuerdo de haber omitido las consecuencias de los propios hechos, el rechazo establecido a la propia apariencia o el abandono que halla sus raíces desde la primera infancia, sea cual sea la causa, ese dolor no focalizado en el cuerpo pero que se percibe en lo profundo, tan intolerante y molesto, que comienza a intervenir en la vida de un ser humano, que comienza a imposibilitarlo para vivir, para desarrollarse, será el motor que lo dirija a buscar ayuda. “Los problemas se agravan con los padres que descargan frustraciones, que sobreprotegen y abandonan, que no aceptan los pasos lógicos de la evolución madurativa de sus hijos, son los que acarrean neurosis infantil (entendida como alteraciones de la conducta), que posteriormente dificultarán la adaptación al mundo normal y a superar sus propias tensiones interiores, necesitarán un terapeuta y el más a la mano es la droga” (Urra Portillo, 2003).
Es innegable la necesidad de ayuda en estos casos, la búsqueda de respuestas a la pregunta común; ¿Por qué me siento así? El mismo individuo nota que algo en su interior, no está bien. Está enterado de que se siente incómodo consigo mismo. Su realidad lo hace evidente, sin embargo no está consciente, está incapacitado para describirlo y mucho menos explicarlo, ante esta incapacidad; su única esperanza es apaciguar el dolor, ese que no puede explicar pero que siente. Este sujeto continúa en su andar y en algún momento de su vida “14 o 15 años y por curiosidad” (Añaños Bedriñana, F. T. 2005) inicia el consumo de alcohol que dicho sea de paso es junto con el tabaco una de los estupefacientes más consumidos a nivel mundial (Juárez González, J. 2019) y “gracias a sus propiedades eufóricas, desinhibitorias y depresoras del sistema nervioso central que desencadena efectos como somnolencia, relajación, euforia y sueño” (Juárez González, J. 2019), halla en él un descanso. Así, traguito a traguito, va adquiriendo un poco de esperanza, traguito a traguito va sorteando las innumerables olas reveses que le trae la vida adulta, así traguito a traguito va transitando de aquel consumo inicial, por curiosidad, al consumo compulsivo, buscando los efectos deseados, buscando el punto de saturación de su propio cuerpo, que ha ido desarrollando tolerancia al alcohol, tratando de mantener la homeostasis ante las alteraciones que la sustancia provoca en áreas específicas del cerebro, nuestro consumidor se da cuenta que la misma cantidad de alcohol ya no es suficiente que necesita un poco más, traguito a traguito con la esperanza de evadir la realidad que le atormenta, llega a abusar de su consumo, traguito a traguito va disminuyendo el dolor, pero junto al dolor, también va perdiendo la consciencia, la memoria, hasta perder completamente la dignidad o en otras palabras “la responsabilidad de sí mismo (Bieri, P., 2017).
De acuerdo con el National Institute on Drug Abuse, en Estados Unidos el consumo compulsivo de alcohol es considerado un problema de salud pública, mientras que para la Organización Mundial de la salud (OMS) se trata también de una enfermedad.
En palabras del psicólogo, filósofo y teólogo Pedro de Casso: “Una persona sana está en contacto consigo mismo y con la realidad”. ¿Pudiera ser ésta la formula contra el dolor psicológico?, La posibilidad de poner un alto a la lucha con nosotros mismos y con nuestras fantasías, poder aceptar y mirar de frente a nuestra realidad, validar lo que sentimos en lugar de negarlo, aprender a reconocer cómo me siento y desde cuando me siento así, porque cuando me acepto, cuando estoy en contacto conmigo mismo y con lo que vivo puedo hacerle frente, puedo dejar de huir, puedo ver mi dolor y tratar con él, puedo dejar de cubrir mi falta de amor, con traguitos de alcohol.
Zita López
Dulce Zita López López (Zita López) es Psicóloga Clínica y aliada de la Central Mexicana de Alcohólicos Anónimos, trabajando de manera altruista y permanentemente en tres dimensiones: Prevención del alcoholismo, tratamiento de la personalidad alcohólica y capacitación continua a los miembros en recuperación. Actualmente realiza la Maestría en Facilitación para el Desarrollo Humano en la Universidad La Salle Oaxaca.