ASERA
A la abuela Yopo
A lo lejos, arden hogueras
en honor al dios tribal.
Día sagrado
de la guerra.
Con signos terribles
marcaron
sus mejillas
los hombres feroces.
Yo acudí al lugar alto
a buscarte,
oh, bella diosa.
Quería festejar
a la uva y al sol,
al rocío y al silencio,
porque mi cuerpo es
carne de tu carne,
tu savia
sangre de mi sangre,
porque cuando me adentro
en ti,
la luna y las estrellas
se juntan
en un recóndito abrazo.
Son ramas fragantes tus brazos,
hojas livianas tus mejillas,
flor titilante
tu sexo.
Y si a lo lejos
retumba el pavoroso trueno,
dóciles tambores
festejan nuestro amor,
mientras
se entrelazan los mundos,
la pantera y el águila
que anudan por fin
su aliento.
LINAJE
Ah, la hondura de nuestro linaje.
Allí el rostro marcado por la ruina,
allí la mueca inconforme del odio,
esa señal ardiente del pecado
sello gris sobre la frente.
Ríos de nuestra sangre
que se remontan a Babilonia:
traición, orgullo, felonía.
Un vengativo dios oriental
agazapado a la espera
de una oportunidad para el crimen.
Y cuando en el aire
resuena el profundo tañido
del bronce,
hay como un alivio,
como una descarga del espíritu,
tal vez se incline la frente
vengadora sobre la imagen purísima.
Ah, la hondura de nuestro linaje
Raíces truncas
extraviadas en el ascenso,
la luz huyó hacía el vacío.
Ceremonias del espíritu,
almas lacradas por culpas
más viejas que Matusalén.
Los cuerpos se doblan,
envejecen,
se marchitan
sin haber nacido aún.
Ah, la hondura de nuestro linaje.
OSANYIN
Llegó al valle
una mañana,
en el tiempo perdido
de las calandrias.
Sus ojos se anegaron en lágrimas
cuando contempló por primera vez
las montañas,
los bosques encantados envueltos
por la sombra y por la niebla,
el río delirante que dejaba a su paso
un hálito de espumas fragantes.
Entonces ofreció
su cuerpo desnudo al sol y dijo:
“Soy un dios
y esta es mi patria.
Me quedaré aquí.
Cuidaré del zorro
y del águila.
del oso
y de la serpiente.
Sembraré la vid
y beberán de ella
en mi honor
los hombres”
No se le volvió a ver,
pero todos saben
que vive en el bosque,
en los escondites
que ha labrado
con su mano
en las hondas cañadas
que circundan la montaña.
Algunos han visto su sombra,
su silueta escurridiza.
Yo lo creí ver un día
cuando camino a casa
el velo de niebla se descorrió de repente
y en la cumbre boscosa
vi dibujado su rostro,
atisbando el valle,
mientras acariciaba moroso
su luenga barba de siglos.
CEGUERA
Un ojo ha perdido su luz.
Figuras abisales se avistan
en el fondo de un vítreo mar.
¿Qué lees en el límite del cielo, forastero?
¿Extrañas tu imagen bajo el arco iris?
¿Acaso colma aun tus cuencas el rey sol?
¿Algo sabes del azul?
Un topo excava sepulcros,
largas galerías bajo el suelo,
un día se hundirá en su foso nuestra ciudad.
¿Qué lees, forastero, en la inmensa oscuridad?
Un ojo apagó su luz.
Sin pesar.
Mario Benavides Fernández
Natural de Villapinzón (Cundinamarca) con domicilio en Bogotá (Colombia). Soy de profesión médico veterinario y un perpetuo amante de las letras. En la actualidad me encuentro culminando una maestría en filosofía contemporánea.