Ante los muros de la ciudad
el viento ha depuesto sus alas.
Temerosos los hombres reconocen su rostro
en las aguas oscuras del estanque nocturno,
mientras la leva siniestra de la última guardia
esculpe la máscara del miedo.
Hogueras se ciernen sobre el sueño
de los guerreros.
Nubes, en ronda, vacilan
sobre la altiva cúpula
y el príncipe
descubre en el fulgor
de una llama sigilosa,
encendida hace siglos
por ancestros olvidados,
el signo irremisible del tiempo.
Duerme la ciudad dorada en la placidez
de una aurora invulnerable,
duerme la ciudad encantada, como un párpado entrecerrado
en el milagroso cuerpo de Oriente
Antes que un guerrero de plata atraviese el desierto
y clave una dolorosa espina en su sien
habrá entregado a los hombres
la última gota de su sangre milenaria,
el último fruto de su leyenda invencible.
Mario Benavides Fernández
Natural de Villapinzón (Cundinamarca) con domicilio en Bogotá (Colombia). Soy de profesión médico veterinario y un perpetuo amante de las letras. En la actualidad me encuentro culminando una maestría en filosofía contemporánea.