Para María del Carmen Álvarez
Menéndez
Soneto I
La escarcha triste que dejó la helada
en valles silenciosos, con el día,
al alba acarició donde moría
la aurora en el regazo de la nada.
Y, viendo la belleza inmaculada
en un enero gris que desistía,
el hielo reflejó, donde nacía,
la llama de la misma madrugada.
Dejáronla en el brillo repentino
que quiso, cuando vino, la mañana,
anuncio de dolor y de tristeza.
La muerte fue suceso peregrino,
llevándonos la rosa más temprana:
tu vida temblorosa en la maleza.
Soneto II
No puede con la muerte la inocencia
de quien soñar quisiera un señorío
que vuelva posadero ese extravío
que quiso arrebatarte en su pendencia.
Y siento que me duele esta paciencia
que me hace repetirme en el vacío,
sabiendo que en el aire siempre frío
tu nombre ya no es nada, sino ausencia.
Me llena de emoción y de ternura
saber que, en ese cielo merecido,
te hallaron, al volar, los azulones.
El agua del arroyo y su sonido
me dicen tu belleza, si se apura
el brillo que te advierte en sus mansiones.
Soneto III
La muerte no descansa, que, temprano,
la vieron con el viento volandero,
llevando en su negrura el vil acero
que se hace de la vida soberano.
Habladme de la orilla en lo lejano
y el grito de los mares duradero,
febril, pero asesino en el enero
que supo ser ocaso soberano.
Decidme de los mares de la vida
secretos y lugares donde siento
que vuelve a su lugar lo que era mío.
La noche con la aurora repetida
crepúsculo será para el aliento
que sabe sospechar lo que es el frío.
Soneto IV
La luz del alba misma es la hermosura
que raya en la mañana, a cuyo vuelo
despierta el sol, mirándose en el suelo,
si tiene por espejo su bravura.
Mirad cómo cabalga por la altura,
jinete que, embrujado por el cielo,
se mira en los cristales del deshielo
que quiere defender la helada pura.
Y enero se hace lágrima que vive,
que habita en el espacio del lamento
que gime por el aire silencioso.
Hablemos de la pena del aliento
que siente de mañana quien escribe
tu viaje hacia la nada sentencioso.
Soneto V
El beso halló el cristal donde la helada
le dijo al hielo herido y moribundo
acaso su secreto más profundo,
vencida por la voz de la alborada.
La muerte se acercó, de madrugada,
perdida, peregrina por el mundo,
amiga del Erebo vagabundo
que bebe de la noche derrotada.
Y el hielo halló la llama coralina
de un sol que despuntaba perezoso
hermano de la luz en el camino.
Lució sobre la senda cristalina
el sol, a cuyas luces, silencioso,
tu falta dijo al aire repentino.
José Ramón Muñiz Álvarez
Nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispánica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía.