
Nocturno
En el cáliz de la noche
un girasol de viento anunciaba
el amanecer puro del silencio.
Aquel fue nuestro último dominio:
crucifixión de cortezas
y la llama lenta del misterio,
como un susurro,
devorando hojas
en el antiguo camino de los reyes.
¡Ah, la inmensa majestad de la savia,
la profusa reunión de los elementos¡
En el cáliz de la noche,
cascada de fuego
en el fondo de un cántaro.
Un rostro anciano medita
bajo el temblor de las estrellas
en el cielo dormido.
Guardianes de la
montaña
Venían de lejos.
Búhos sin alas.
Oscuros mensajeros
de una edad perdida
¿Cuál era su faz? Nunca lo supe.
Viejos dioses.
Nos regalaron
su risa,
su risa alborozada,
cuando el tiempo
no era tiempo,
cuando aun
perseguíamos la aurora
Flor de la boca
Deambula por la ciudad,
sin mediodía ni ángel:
hoy el viento le fue adverso
y, apenas ayer,
un sol pereció entre sus manos.
En el espejo
contempla el reflejo fiel
de un rostro ceniciento,
mientras negros jinetes
cabalgan trepidantes
en su sien.
Después de todo
se ha resignado
al estupor de una vida gris;
más cuando el olvido
se avecina implacable,
ocurre el milagro.
Entretejida con el tiempo acerbo,
gastada por el limo oscuro de la voz,
palpitando discreta bajo la sombra
la descubre,
pertinaz,
perfecta,
elemental:
palabra pura,
una flor.
De la boca sedienta
brota el manantial repentino
y el viejo árbol reseco
entona una dulce canción.
Aves de colores
descienden del cielo tranquilo
y se posan en sus ramas,
silbando agradecidas.
¡Oíd, testigos¡
Hoy habita el mundo
un hombre nuevo;
y, ahora, él todo lo nombra,
todo lo sueña,
todo lo acoge en su morada,
donde una palabra pura
acontece entre la voz y el silencio.
Mario Benavides Fernández
Natural de Villapinzón (Cundinamarca) con domicilio en Bogotá (Colombia). Soy de profesión médico veterinario y un perpetuo amante de las letras. En la actualidad me encuentro culminando una maestría en filosofía contemporánea.